Juan Bonilla narraba en un poema que contaba sus historias de amor por el número de bolsas de basura bajadas de cada casa compartida. Es una imagen ácida. Me gusta, aunque mi imagen con las bolsas de basura es dulce o, mejor dicho, agridulce, que es mi sabor.
De pequeño, como era el mayor, mi encargo en casa, cuando nos ponían encargos, durante dos semanas después de alguna tutoría en el colegio, era sacar la basura. Era un encargo que exigía salir a la calle a horas excitantes y, encima, forzar los músculos adolescentes llevando a pulso la bolsa. Otro ejercicio de dureza era enfrentar los olores del contenedor y a los gatos que lo rondaban. Partidario desde chico del "tres en uno", vivía la noche, hacía pesas y agradaba a mis progenitores. Si no escribí un poema, fue porque entonces, pre-adolescente perdido, sólo escribía poemas de amor.
Recién casado, mi mujer, en vista de mi inutilidad manifiesta, en el reparto de tareas volvió a asignarme, entre otros trabajos poco especializados, lo de la basura. Felizmente casado, ya escribía poemas que no eran de amor. Por tanto, una tarde-noche de verano, mientras de las casas de mis vecinos salían post-adolescentes reipeinados y se subían a sus motos rugientes entre risas, yo pergeñé este tanka: "Sobre esta hora/ solía yo salir/ con mis amigos,/ me acuerdo mientras salgo/ a tirar la basura".
Hace unos días, con los niños en ese punto de ebullición recalentada que sólo se alcanza tras una semana y media de vacaciones: gritos, carreras, peleas, risas, desorden y saltos, tras un día ajetreado de gestiones navideñas, me escabullí muy serio a cumplir mi sempiterno encargo y reincidí en el tanka: "El aire helado,/ dejar atrás el ruido,/ ver las estrellas…/ Noches en que sacar/ la basura es espléndido". Lamenté que el contenedor estuviese tan cerca.
A algunos la conciencia ecológica no les deja disfrutar del momento, pero yo saco la basura agradecido de que lo esencial se queda dentro, y de que cumplo de incógnito un rito de purificación. Son los restos de la batalla del día, y eso es una victoria (de incógnito). Hoy es el día de sacar los restos metafóricos de la batalla de todo el año, quedándonos con la victoria de haber llegado aquí y de celebrarlo. Como Enrique V sobre el campo de Agincourt, ¡quién se atreviese a repasar los despojos de su año cantando el Tedeum: "Non nobis, Dómine, non nobis/ sed nomine tuo da gloriam"!
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