Ya hay mapa, luego Tabarnia existe, y no es broma. La gente no sabe lo importante que es, a efectos identitarios, dotarse de un mapa. Estar en el mapa supone para cualquier territorio, real o imaginario, tener una partida de nacimiento y, al mismo, una carta astral, un proyecto, un paisaje y, ay, unas fronteras. Con lo que hoy gusta una frontera, aunque sólo sea para transgredirla.
Hasta ahora, el principal efecto del 21D ha sido, junto con el profético derrumbe del PP, la aparición estelar de Tabarnia y su descubrimiento por los medios y las redes sociales. Entre nosotros, el Juan el Bautista de Tabarnia -perdón, maestro- ha sido Enrique García Máiquez con su visionario artículo del 24 de septiembre pasado, oportunamente recordado ayer por él mismo, pero ha sido el bloguero catalán Carlos López, de la Tarragona tabarnesa, quien en su Cero en progresismo (blog de Exprogre) nos explicaba hace unos días algunas claves sociológicas de la realidad subyacente en ese grano brotado en la misma frente del secesionismo, hoy todavía como simple divertimento, nadie sabe como qué cosa mañana. La Tabarnia que todos ya conocemos tiene más de 6.000.000 de habitantes en unos 5.000 km2 frente al 1.400.000 que se reparten en los más de 26.000 del resto de Cataluña, pero es esta minoría del interior la que desnivela la balanza en favor del secesionismo. En Lérida cada diputado cuesta 20.000 votos, mientras en Barcelona se necesitan 46.000. La innegable discriminación política se multiplica con la fiscal, pues las comarcas costeras sostienen con sus impuestos a las más atrasadas del interior, y con la lingüística -en Tabarnia la población es bilingüe, al contrario que en la Cataluña profunda. Tabarnia ya tiene bandera, y bien bonita, la verdad, y sus promotores proponen para 2019 un referéndum para salir de Cataluña y seguir siendo una comunidad autónoma como otra cualquiera. Esgrimen un poderoso precedente, la autonomía de Madrid respecto de Castilla-La Mancha en 1983. Y a Madrid no le ha ido nada mal.
El problema catalán se resume, no obstante, en que Barcelona lleva siglos queriendo ser capital de algo. Ahí está para proclamarlo la plaza de Cataluña, un gran escenario urbano que sólo tenía sentido cuando fue concebido, en pleno siglo XIX, para albergar el despliegue propio de un Estado. Y en eso sigue. Tabarnia tiene el gusano dentro.
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