sábado, 2 de diciembre de 2017

29 ATUNES ROJOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



En el puerto de Tarifa la Guardia Civil ha pescado 29 atunes. "Pescado" en el sentido más policial del término, aunque estaban, como suelen los atunes, en el fondo del mar, pero éstos pescados en el sentido marinero, previa e ilegalmente y a la espera de ser sacados cuando nadie lo viese. Es una noticia de múltiple interés. Con la cabeza, uno se alegra de que la ley y el orden se impongan, más aún cuando sabe que la población del atún rojo hay que protegerla hasta el mimo. Con el corazón, uno revive la leyenda de los furtivos y los contrabandistas y siente el romanticismo de los hombres con patillas de hacha que esquivan a los guardias civiles como en un romance de García Lorca. Esta vez no pudo ser, y habrá varios hombres lamentando su suerte, ojalá que en alguna tasca, sin duda con un estoicismo senequista, sin una lágrima. Por último, con el estómago, se nos hace la boca agua pensando en esos 29 atunes, lujos gastronómicos, maravillas en el plato, um.
Roto por tantas contradicciones, me recompone, cuando ya había perdido la esperanza, el final de la noticia. La Guardia Civil, benemérita y benefactora, va a dar los atunes al Banco de Alimentos. Qué maravilla, y quién no ha pensado, al leerlo, confesadlo, pasarse fraudulentamente, furtivo de la caridad, por allí, para ver qué le cae, si morrillo, ventresca o tartar. De un solo golpe, la ley se humaniza, el furtivismo se glorifica y el estómago, aunque no sea, ay, el propio, se llenará más que satisfactoriamente.
Ha resultado una solución tan perfecta al dilema que me da mucha lástima que no se aplique siempre. Que el dinero de las multas de tráfico, por ejemplo, no se perdiese en las sombras chinescas de la caja única, sino que fuese a un fin, no sé, a mejorar las carreteras o a la asistencia de las víctimas de accidente de tráfico. El multado no sentiría que le están haciendo algo peor que multarle, esto es, que le están haciendo pagar, por su mala cabeza, más impuestos todavía.
Sé que pido, en última instancia, un imposible, pero un Derecho Público más finalista sería, al final, más y mejor aceptado por los administrados. Tendría un eco dantesco. En el Infierno de Dante se condena con el contrapasso, esto es, con tu mismo pecado dado la vuelta. Glotones que no pueden parar de comer o hipócritas que llevan para siempre su capa falsa y pesada. El destino de los atunes era la mesa y será la mesa, pero de otros.

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