Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-17
No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.
Salmo
Salmo responsorial Sal 95,1.3.4-5.11-12a.12b-13
R/. El Señor llega a regir la tierra
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/.
Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar
y cuanto lo llena; vitoreen los campos
y cuanto hay en ellos. R/.
Aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega, ya llega
a regir la tierra: regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas, 4, 16-30
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo" y' "haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Reflexión del Evangelio de hoy
“¿No es éste el hijo de José?”
Mientras Jesús vivió en Nazaret fue un desconocido; sólo fue uno más, el hijo de José y de María; el hijo del carpintero (Mateo 13, 55). Así lo comentan los que escuchan hoy a Jesús en Nazaret, donde está, no viviendo, sino sólo de paso. “Hoy se cumple –les dice Jesús- esta Escritura: He sido enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Lo más humano, y, al mismo tiempo, lo más divino que se pudiera imaginar. Y, efectivamente, todo son parabienes, felicitaciones y bendiciones; quizá a la espera de que Jesús empezara a desplegar allí, en su pueblo, los poderes taumatúrgicos que habían oído de él en Cafarnaúm.
Jesús no busca el espectáculo, y así se lo indica. Y, los parabienes anteriores se convirtieron en abierto rechazo, hasta el punto de querer despeñarlo por un barranco. No les interesa un Jesús sólo liberador y salvador; quieren milagros: que cure a los enfermos, aunque vuelvan, por ley de vida, a enfermar; que resucite a sus muertos, aunque vuelvan a morir; que les alimente como cuando multiplicó el pan y los peces de forma milagrosa. En otra ocasión, no ya sus paisanos sino los fariseos y herodianos buscaron argumentos para poder condenar a muerte a Jesús (Mc 3, 1). Al final, lo lograron; pero el hijo de José cumplió su misión, nos entregó su Buena Noticia y nos liberó a perpetuidad.
¿Derechos de los seguidores de Jesús?
Como entonces los nazarenos, hoy somos nosotros los familiarizados con las “cosas de Dios”, los que frecuentamos la iglesia, los que sentimos que somos seguidores de Jesús, los que estamos en peligro de no descubrir su verdadero rostro. Sentirle tan cerca nos impide, a veces, conocerle bien. No dejamos lugar para el misterio. Tampoco dejamos espacio a que Cristo actúe como él cree conveniente, pretendemos imponerle nuestros esquemas religiosos: no aceptamos que nos sorprenda.
Y, cuando esto sucede, cuando Dios nos sorprende, a veces no lo entendemos. “Sus caminos no son nuestros caminos, ni sus planes los nuestros”. Entonces es cuando se conoce al auténtico seguidor de Jesús, al verdadero hijo de Dios. Dios no tiene por qué ceñirse a lo que nosotros pensamos o creemos mejor; al contrario, somos nosotros los que debemos estar intentando conocer o, al menos, intuir, las expectativas que tiene para nosotros en este momento concreto de nuestra vida. Luego, necesitaremos su gracia para ser capaces no sólo de responder, sino hacerlo como él espera de nosotros.
Ni siquiera como hijos, tenemos derecho alguno ante Dios. Nos basta con sentirnos hijos; con ser capaces de pedirle que ejerza de Padre. Y que esta filiación nos dé sólo confianza, paz, y nos empuje en dos direcciones: fraternidad universal y fijación para hacer de todos discípulos suyos.
Las personas con las que Jesús solía encontrarse eran los que creían que conocían a Dios y los que pensaban que se encontraban lejos de él. ¿Tú y yo en qué grupo nos sentimos?
Jesús suspiraba por almas nuevas, con un corazón tan limpio que les fuera fácil sorprenderse ante el proceder de su Padre, Dios. ¿Te sientes uno de ellos?
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