No sé si ustedes saben quién es Alejandro Villanueva. Es el primer y único jugador español en la élite del fútbol americano, y tiene una vida de película. Hijo de militar español, nació en USA y tiene, por tanto, la doble nacionalidad. Ingresó en West Point, nada menos, y sirvió dos años largos en Afganistán, de donde regresó condecorado. Luego fichó por 24 millones de dólares con los Steelers de Pittsburgh, donde juega de derribador ofensivo titular, que no sé lo que es, pero suena tremendo y, si se tiene en cuenta que mide 2.08 metros y pesa casi 150 kilos, más.
Ahora es el jugador del que más camisetas se venden. Se debe a que, mientras los otros jugadores de fútbol americano boicoteaban el himno de Estados Unidos en protesta contra la discriminación racial y contra Trump, él lo ha oído en posición de firme y con la mano en el pecho. Aunque se arrepiente de haber puesto en evidencia a sus compañeros, ha confesado que, estando como el que más contra cualquier discriminación, no considera que la mejor manera de luchar contra ella sea mostrando poco respeto a una bandera y a un himno que une a todos los americanos y por los que tantos sacrificios se han hecho. Estoy de acuerdo.
Gracias a la polémica he leído que, cuando se le pregunta por lo mejor de su vida, contesta de inmediato: "Un verano en El Puerto de Santa María". Me ha emocionado más aún que lo del himno, pues, al cabo, el himno es el de ellos y el pueblo es el mío. Y hablamos de una vida que ha tenido y está teniendo muchas cosas muy buenas, pero ahí está El Puerto, ocupando un lugar único en su memoria.
No cuesta mucho imaginarse vagamente, sin entrar en detalles, cómo tuvo que ser aquel verano glorioso del joven Alejandro Villanueva. Nosotros los hemos vivido. Quizá sin tanta intensidad ("un verano", dice, concentrando al máximo la felicidad), pero sí derramados por muchos años. Ahora que el Ayuntamiento del Puerto anda tan preocupado por relanzar la imagen de la ciudad, debería ponerle una calle al derribador ofensivo (offensive tackle). Y dejarle que la elija él, porque seguro que tendrá en su recuerdo de aquel verano alguna calle especial.
Villanueva también nos da un ejemplo, más allá de nuestro halagado sentimiento local, de cómo y por qué hay que preservar la memoria agradecida de los momentos de felicidad. Seguro que fue esa fidelidad la que le mantuvo erguido ante el himno de su nueva nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario