La presidente andaluza ha apoyado la propuesta de Ciudadanos de apoyar al Gobierno en Cataluña y lo apoyo (al Gobierno) y la apoyo (la propuesta) y la aplaudo (a Susana). Lo suyo tiene su mérito porque al hacerlo se enfrenta a un Pedro Sánchez que va de dialogante frente a las cámaras pero no con sus órdenes. Y se enfrenta, no como antaño, cuando ella era la gran esperanza del PSOE, el poder en la sombra, la Khaleesi, sino tras una severa derrota en las primarias, y cuando lo que le interesa es mantener, como Fernández Vara, un perfil bajo, muy bajo, bajísimo, a ver si el nuevo líder olvida las viejas afrentas.
Tampoco ignora que Sánchez no permite "derechos a decidir" ni diálogos en su táctica de equidistancia y palitos en la rueda del Gobierno. Exige la unanimidad; y a Soraya Rodríguez, que se negó a votar en contra del Gobierno en el Congreso, la va a sancionar.
En nuestro sistema de democracia de partidos, existe una tensión continua entre lo que el gobernante tiene que hacer por el bien común y lo que le pide el interés de su partido, a lo que hay que añadir los entresijos de la propia carrera personal, que también tensan. A Susana Díaz, votando con sus socios de Ciudadanos y apoyando al PP, no se le puede afear que le hayan podido sus intereses personales (que aconsejarían, en principio, ese perfil bajo) ni los cálculos de partido (que, aunque respondan a una estrategia muy equivocada, los marca el secretario general).
Con todo, entrando en los novelescos laberintos del subconsciente, cabe que la andaluza sienta que Mariano Rajoy, que ha dejado que el problema catalán se exacerbe a base de inacción, es un alma gemela. Ella, por sus dudas hamletianas, por la de trenes que dejó pasar y por su tiempo al tiempo, perdió la oportunidad de hacerse fácilmente con el PSOE. Cuando tomó la decisión, se había hecho tarde y se había hecho antipática. Con su apoyo a Rajoy, quizá subsana Díaz, de alguna manera, sus propios retrasos y, si Rajoy lo endereza todo, ella podría concebir -paralelamente- unas tímidas esperanzas de una nueva vuelta de tuerca. Incluso -no se atreverá ni a verbalizarlo- de una segunda oportunidad. ¿O acaso la falta de lealtad al Gobierno de España, por su obsesión de atacar al PP a toda costa, no va a terminar pasando factura a Pedro Sánchez? Si lo hace, el gesto de Susana Díaz no habrá sido sólo valiente y coherente, como lo es, sino subsanador.
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