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NAVIDAD CON NUESTROS HERMANOS MISIONEROS
Después de su viaje de hace dos años, repite ahora la experiencia «como gesto de cercanía, de agradecimiento, de apoyo fraterno, cuando ese continente hermano ha vuelto a saltar a las noticias no por su belleza, no por sus recursos, no por la bondad sencilla de su gente sufrida y de tantos modos creyente, sino por la pandemia de turno que ahora se llama ébola como en otro momento se llamó sida».
(Alfa y Omega/InfoCatólica) Mission Catholique. Bembereké (Benin): ése ha sido lugar del mundo elegido por monseñor Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo, «para pasar la Navidad con nuestros hermanos misioneros, en ese enclave asturiano que la diócesis de Oviedo tiene en el corazón de África», como cuenta en el blogwww.asturiasenbenin.blogspot.com.es
«Se veía el inmenso cariño lleno de gratitud con el que recibían al obispo de Asturias que nos envía a nuestros sacerdotes misioneros y a los diáconos que pasan unos meses entre nosotros –cuenta monseñor Sanz–. Ellos me dieron gracias por la visita, pero les dije aquello de que no sólo ellos eran visitados por mí, sino que yo gozaba porque era visitado también por ellos, y todos nosotros visitados por ese Dios que se hizo pequeñito para no darnos miedo, sino para darnos con ternura y eficacia el don que nos traía viniendo así a salvarnos».
Los benineses le dieron también «una lección que no olvidaré. Nosotros solemos hacer deprisa y a veces rutinariamente el Yo confieso y el Señor, ten piedad. Ellos se tomaron tiempo, se pusieron de rodillas, guardaron un momento de silencio profundo y luego recitaron la plegaria para terminar prorrumpiendo en un canto. Quedé impresionado. Pregunté luego a alguno: ¿Por qué os ponéis de rodillas en el momento del perdón de la Misa? Y me contestaron: Porque pedir que Dios nos perdone y saber que Él viene a abrazarnos en lo que nuestra vida es menos bella y menos bondadosa, en todo aquello que le ofende o hace daño a los hermanos, es algo que debe recibirse y esperarse con humildad. Arrodillarnos, entonces, no es una humillación de un Dios que nos aplasta implacable, sino la humildad gozosa y agradecida de quien tantas veces experimenta el abrazo del Señor».
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