El primer gran rival del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo no fue ni el poder político representado por los faraones, ni las diosas y dioses del paganismo ni la impiedad e increencia, sino la superstición y la brujería, la sensación común en casi todas las culturas de que si pasa algo malo “alguien debe haber tenido la culpa”, ya sea mediante magia o mediante el trato con entidades espirituales poderosas.
Las sociedades intentan suavizar sus problemas buscando “chivos expiatorios” a los que culpar de diversos males: pueden ser los extranjeros, o ciertas minorías extrañas, o conspiradores invisibles… o, simplemente, personas designadas como “brujos”.
Un mártir de 1990 El Papa Francisco acaba de firmar el decreto que reconoce la muerte como mártir de la fe de Benedict Daswa, un maestro de escuela sudafricano de 43 años, asesinado por un grupo de sus conciudadanos por negarse a contratar a un brujo, que a su vez debía “detectar” a otros brujos “culpables” de atraer rayos e incendios.
No sucedió en un siglo lejano: mataron a Daswa en 1990, en una sociedad con televisión a color y ordenadores. Benedict, como mártir y testigo de Cristo frente a la cultura de la brujería y la superstición, será el primer beato de Sudáfrica.
De los misteriosos "judíos negros" Daswa nació en la provincia sudafricana de Limpopo en 1946. Su nombre era Tshimangadzo Samuel, y su familia y clan pertenecen a la misteriosa etnia lemba, llamados “los judíos negros”. Los lemba, que son unas decenas de miles, viven en los países del sur de África y en su cultura hay un solo Dios, un día sagrado de cada siete, prohibición de comer cerdo y otros animales que coinciden con las prohibiciones hebreas y es obligatorio circuncidar a los varones. Desaconsejan casarse fuera de la tribu y usan nombres de estilo semítico. Daswa, como vemos, se llamaba Samuel. Sus líderes tienden a reclamar su herencia judía, aunque solo como algo histórico o cultural, no religioso. Recientes investigaciones genéticas parecen confirmar su relación con linajes judíos.
La familia Daswa era conocida por ser laboriosa, emprendedora y hospitalaria.
El pequeño Samuel fue -como era costumbre en el campo- pastor antes de ir a la escuela. También atendía el huerto de la familia, con su padre.
Estudió en tres escuelas primarias distintas (una de ellas del Ejército de Salvación, una iglesia protestante) y completó sus estudios secuendarios. Después murió su padre y él se volcó en trabajar para mantener a sus hermanos pequeños.
Conociendo a los católicos Haciendo trabajos temporales en verano en Johanesburgo se hizo amigo de un joven blanco católico, el primero al que trataba. También eran católicos compañeros de trabajo de la etnia shangaan (una etnia que tuvo tratos históricos con los portugueses en África).
El mensaje católico llamó su atención y de vuelta a su pueblo de Mbahe se apuntó a la catequesis para neófitos católicos, que se impartía bajo una higuera. Su catequista, que le impactó profundamente, se llamaba Benedict Risimati, y años después, al enviudar, sería ordenado sacerdote. Una vez al mes venía un sacerdote al pueblo y podían celebrar misa.
Después de dos años de formación, Samuel fue bautizado el 21 de abril de 1963. Tenía 17 años y eligió como nombre cristiano “Benedict”, porque le gustaba el lema de San Benito: “Ora et labora” (reza y trabaja).
Maestro y formador juvenil Sacó luego un título de maestro y pudo hacer lo que más le gustaba: trabajar con jóvenes, tanto como maestro como de animador juvenil en la iglesia.
Le gustaba organizar grupos de chicos y chicas que se iban el fin de semana al campo y les enseñaba habilidades tradicionales. También le gustaba fomentar el deporte entre los jóvenes.
Enemigo de la brujería Durante su aprendizaje como católico, Benedict se dio cuenta rápidamente de que la brujería (practicarla o temerla) era contraria a la relación de confianza y amor que Dios espera de sus hijos. Tanto en su vida privada como en público, asumió una fuerte posición contra la cultura de la brujería. Denunciaba también que por creer en la brujería unas personas matasen a otras acusándolas de brujos. Benedict luchó tambiéncontra el uso de amuletos y de supuestos remedios contra el mal de ojo.
En esa época era respetado por toda la comunidad. La comida de su huerto solía acabar en las mesas de los más necesitados. Los que necesitaban transporte acudían a él. Colaboraba con la construcción de la primera iglesia católica en la zona. Era popular como maestro de ceremonias y famoso por su honestidad e integridad, por lo que fue designado como secretario del consejo del jefe local.
Llegó a ser director de la escuela y se le recuerda como un buen líder, que animaba a trabajadores y estudiantes. Cuando faltaba un alumno visitaba personalmente a la familia. A veces había estudiantes que no podían pagar las cuotas escolares: él les ofrecía trabajo en sus huertos a cambio de las cuotas.
Lluvias, rayos... y superstición En noviembre de 1989 cayeron lluvias fortísimas en la región y una gran abundancia de rayos que provocaron incendios y destrozos.
Se creó una conciencia de psicosis entre muchos habitantes que buscaban a quién echar la culpa, convencidos de que alguien (brujos) atraía ese mal.
A inicios de 1990 cayó otro aguacero con rayos abundantes y el consejo local organizó una reunión.
Antes de que llegase Benedict el consejo acordó que se contrataría a un sanador o curandero (brujo “bueno”) para que localizase a los culpables (brujos “malos”) a los que se debía castigar.
Cada miembro del consejo debía poner un poco de dinero para pagar al curandero.
Cuando llegó Benedict les explicó que los rayos son un fenómeno natural, que no tienen sentido acusar a la gente de ser brujos causantes de desastres naturales y que desde luego él no iba a pagar nada para contratar al curandero, porque, dijo, su fe católica le impedía implicarse en nada que tenga que ver con brujería.
En este momento fue cuando decidieron deshacerse de él y organizaron una emboscada.
La pasión de Benedict El 2 de febrero, anocheciendo, volvía a casa después de dejar en un pueblo a un pasajero al que había recogido con su coche, cuando se detuvo al ver el camino bloqueado por unos árboles.
Cuando salió del vehículo, un gran grupo de jóvenes y adultos con piedras enormes surgió del bosque y le agredió, tirándole las piedras.
Ensangrentado y herido, dejó el coche y corrió. Llegó a una cabaña redonda, de las llamadas rondavels, y se ocultó en ella. Escuchó que sus perseguidores llegaban a la cabaña y amenazaban a su dueña: o les decía dónde estaba escondido el fugitivo, o la matarían.
Entonces él prefirió mostrarse. Les preguntó en voz alta por qué querían matarlo. Ellos no respondieron, pero uno se le acercó con un knobkerrie, un garrote de madera de cabeza redonda. Benedict supo que era el final y recitó rápidamente: “Señor, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, uniéndose a la oración de Jesús así como se unía a la muerte de Jesús. El golpe del garrote le abrió el cráneo. La mujer que fue testigo y lo contó todo detalló que después derramaron agua hirviendo sobre la cabeza del cadáver.
La justicia humana no funcionó Al día siguiente un fotógrafo y un forense policial llegaron al lugar y abrieron la investigación, y se hicieron detenciones, pero el juicio acabó con la liberación de todos los implicados por falta de pruebas.
En el entierro de Benedict ese 1990, en el que participaron numerosos sacerdotes, el clero vestía las estolas rojas que celebran a los mártires cristianos. Los cristianos del lugar sabían que había muerto por oponerse a la cultura de la brujería y por dar testimonio de Cristo. Si hubiera pagado su contribución al curandero, si hubiera sido uno más, seguiría vivo. El convencimiento de los fieles en ese entierro cuenta hoy con la firma del Sumo Pontífice que reconoce su muerte de mártir, que dará a Sudáfrica su primer ciudadano en los altares y a todo el mundo un ejemplo de entereza y fe.
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