Te propongo esta antigua oración:
Señor, que no tenga yo a ningún nombre por enemigo, y que sea amigo de lo que es eterno.
Que ame, busque y logre sólo lo que es bueno.
Que desee la felicidad de todos los hombres y que no envidie a ninguno.
Que no me regocije con la desventura del que me ha hecho mal.
Que hasta adonde alcancen mis fuerzas preste ayuda necesaria a todos los necesitados.
Que pueda con palabras amables y consoladoras aliviar las penas de los que sufren.
Que cuando yo haya dicho o hecho algo malo, no espere que los demás me lo hagan conocer, sino que yo mismo me lo reproche para corregirme de ello.
Que me acostumbre a mostrarme amable y nunca irritado con los demás, cualquiera sea la circunstancia en que me encuentre.
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