Nos resulta difícil aceptar a los otros tal como ellos son; siempre tratamos de corregirlos, de hacerlos como somos nosotros.
Pero, ¿Con qué derecho pretendemos anular su personalidad, hacerlos de distinta forma de como los hizo Dios?
Por otra parte, si nosotros pretendemos cambiarlos, para que sean como nosotros, es porque subconscientemente estamos convencidos de que nosotros somos como hay que ser, que nuestra forma de ser es la mejor de todas; por eso quisiéramos que los demás fueran como nosotros.
Y tener ese convencimiento es evidentemente un orgullo desmedido.
Cada uno tiene su personalidad y todos debemos respetar la personalidad de los demás; reconocer que ellos tienen derecho a ser distintos de nosotros y a pensar que la forma de ser de ellos es mejor que la nuestra.
En conclusión: Hay que aceptar a los demás tal como son, sin pretender cambiarlos a nuestro gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario