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La mente humana ha fracasado en su intento de dar pruebas racionales de la inexistencia de Dios. El conocimiento intelectual de Dios no lo es todo. A Dios hay que vivirle.
Por: Luis Javier Moxó Soto | Fuente: Catholic.net
La tesis del libro muestra su acuerdo con los ateos de hoy: un dios que es la nada (Hegel) no puede existir, y uno que es causa de sí mismo tampoco. Ése no es el Dios de la Biblia. Sin embargo, los creyentes no pueden entrar en un debate crítico, justo y ponderado con el ateísmo sin comprender cómo es el propio ateísmo y cuáles son sus argumentos. Esto también requiere conocer los motivos que lo han impulsado, su evolución histórica y las causas de esta confusión entre el “dios” de los ateos y el Dios cristiano.
Entrevistamos a D. Carlos Marmelada, su autor.
Agnosticismo, ateísmo práctico e indiferentismo religioso son realidades muy cotidianas hoy en día, incluso en nosotros mismos, nuestras relaciones, entornos familiares y de trabajo incluso. ¿No le parece que la pregunta clave del hombre de hoy sería más que si existe o no Dios, la de cómo puede descubrir el hombre si él existe para Dios y cómo podemos los creyentes manifestarle a los demás?
La primera parte de El Dios de los ateos trata sobre la importancia que tiene para el hombre tener claro si Dios existe realmente o no, ya que el sentido de nuestra vida, nuestro origen y nuestro destino cambian según cuál sea el signo de la respuesta. Luego está la cuestión que usted plantea en primer lugar, y es que nuestra fe puede pasar por temporadas de mayor fervor o por momentos más fríos, lo que lleva a la cuestión de cómo descubrirnos existiendo para Dios. Creo que la oración, vivir la caridad y, sobre todo, la Santa Misa son el lugar de encuentro por excelencia con Dios. Esto nos conduce a la tercera cuestión que plantea: vivir la caridad de una forma humilde es quizás la mejor manera de dar testimonio de la presencia de Dios. Dios se hace visible a los demás a través de los actos movidos por nuestra fe.
¿Dios es porque actúa o porque le acogemos y creemos en Él? ¿Sin fe en Dios nada es posible o simplemente nos perdemos los detalles de la vida? ¿No tendremos muchas veces la tentación de seguir tratando a Dios como un concepto o idea abstracta, y no tanto como una Persona, la más libérrima, que en un encuentro y una experiencia cotidiana está formándonos (Un Tú que nos hace y sin el cual no somos) y llenando nuestra vida, dotándola de sentido?
Dios es el Mismo Ser Subsistente. Dios es la plenitud. La Perfección Absoluta: tiene todas las perfecciones y en grado infinitamente perfecto. Es sin necesidad de nada para ser (no tiene causa, ni siquiera se causa a sí mismo, que es una de las ideas erróneas que tienen los grandes ateos teóricos de los siglos XIX y XX y que se corresponde con el dios de Spinoza y Hegel y no con el de los católicos; esta es una delas grandes tesis del libro y se desarrolla). Acogerle y creer en Él es algo que necesitamos los hombres, no Dios; es un bien para nosotros y como bien dice usted: sin fe en Dios nos perdemos detalles muy valiosos de la vida, nos perdemos la plenitud. Ahora bien, no es suficiente tener un amor intelectual a Dios. La mente humana ha fracasado en su intento de dar pruebas racionales de la inexistencia de Dios; en cambio, sí existen argumentos racionales que demuestran de un modo probatorio la existencia objetiva de Dios, pero no bastan para hacer creer alguien en la existencia del Absoluto (pues intervienen factores volitivos), ni para hacer que uno tenga una entrega coherente a ese conocimiento. La razón nos permite conocer al Dios de los filósofos, pero el hombre necesita, además, el Dios de la religión: un Padre amoroso con el que dialogar, y del que recibir un cuidado providente. A Dios hay que vivirle, el conocimiento intelectual de Dios es una parte importante de nuestra relación con Él, pero no lo es todo. Y si tuviéramos que elegir entre el Dios vivido y el Dios conocido yo me quedaría con lo primero, aunque lo mejor son las dos cosas.
¿Podemos realmente negar a Dios? Parece mucho más lógico, o natural ser agnóstico que ateo. ¿Es el hombre capaz de negar que exista Dios? ¿Se puede hablar con “sentido” hasta con lógica real y plena de la negación de Dios? ¿Cómo se puede hablar de autoridad, de verdad, de coherencia, de todo absolutamente de todo lo que implique sentido, luz, saber, conocimiento, justicia,… sin Dios en lo más profundo aún sin ser consciente de ello?
Norman Hanson decía que los agnósticos eran ateos avergonzados. La realidad es que el agnosticismo es una forma dulce e indolora de ateísmo. Es un ateísmo práctico escudado en la idea de que los límites de la razón obligan a no perder el tiempo en cuestionarse el tema de Dios. Esto se basa en un prejuicio epistemológico y es el creer que nuestro conocimiento es esencialmente empirista: sólo puedo conocer aquello que es susceptible de ser objeto de la experiencia sensorial; lo que ha dado pie a creer que sólo a través del conocimiento científico se pueden establecer verdades objetivas.
Puede decirse que el ateísmo es irracional, en el sentido de que los argumentos teóricos para demostrar racionalmente que Dios no existe aportados por los grandes ateos no son concluyentes, de modo que quien quiere ser ateos lo es como fruto de su voluntad, no de las auténticas razones del entendimiento.
La tercera cuestión que plantea es fundamental y yo la abordo en la última parte del libro. En efecto, sin Dios es necesario fundamentar de un modo natural los valores más elementales, apelando al consenso y al sentido común, pero si proclamando que el hombre es imagen y semejanza de Dios se han cometido tantas barbaries, ¿qué nos espera si no hay un fundamento absoluto de nuestra dignidad como personas?
¿Está usted de acuerdo con Dostoyevski cuando afirma que “el ateo perfecto está de pie en el penúltimo escalón anterior a la fe perfecta (lo suba o no lo suba), mientras que el indiferente no tiene fe, aparte de un miedo maligno”? ¿Ése sería el ateo de verdad, el ateo serio y más perfecto para usted? ¿Cuál sería la negación verdadera de ese ateo? Porque hay negaciones de Dios que ni le rozan, y en cambio puede haberlas más próximas al misterio de Dios que muchas afirmaciones. Negaciones que quizá pongan de manifiesto precisamente lo que Dios no es.
Con el ateo que niega teóricamente la existencia de Dios se puede dialogar, él para argumentar su rechazo y nosotros para exponer fundamentadamente nuestras convicciones. Pero yo opino más como André Frossard, en el sentido de que el ateo perfecto es el que ya ni se plantea la cuestión de Dios, aquel para el cual el tema ha dejado de tener toda importancia, hasta el punto de que ha desaparecido por completo de su horizonte existencial. La cuestión estriba es que el hombre, lo quiera o no, está religado por naturaleza a Dios, y si no es en un momento lo será en otro la vida acaba por interpelarnos y hacernos que nos planteemos las cuestiones más profundas, entre ellas la de Dios. Por otra parte, coincido totalmente con usted cuando sostiene que hay negaciones de Dios que están mucho más próximas a Él que ciertos modos de vivir su afirmación.
¿Piensa que es el ateísmo conformista, fuera de las religiones mayoritarias, el más extendido hoy en día? ¿O lo es el ateísmo práctico dentro de cada una de las grandes religiones actuales, es decir la “creencia” que no implica personalmente y que se queda en la superficie, la superstición, la idolatría y la tradición vacía? ¿Por qué el decir “yo creo” se confunde tantas veces con el “yo opino”, o “a mí me parece que” como si la fe fuera algo exclusivamente intimista, adaptable o manipulable?
En la segunda parte del libro se trata cómo es el ateísmo actual. El ateísmo sociológico de nuestro tiempo es básicamente indiferentista y está tan extendido que ha llegado a penetrar incluso dentro del cristianismo. ¿Cuánta gente hay que se declara creyente pero está enormemente distanciada de Dios, no ya de la jerarquía dela iglesia, sino del propio Dios en el que dice creer? Luego están las otras cuestiones que plantea: la superstición como como una creencia sucedánea espuria de la verdadera fe, o la confección de un credo hecho a la medida de los gustos personales.
Por último, D. Carlos, me gustaría que nos dijera cómo puede hoy un creyente medio, con una fe de carbonero, "para ir tirando", transmitir la experiencia de Dios a un mundo que parece darle la espalda y excluirle. Me gustaría que nos diera unas claves para que un joven creyente pueda afrontar, con ciertas garantías, su fe en Dios y pueda sostener un agradable, razonable, debate con los que no creen, que él puede encontrarse hoy en día físicamente o de modo virtual a través de las redes sociales, a las que tiene frecuente acceso, por ejemplo.
Creo que lo mejor es tener una fe viva; una fe que se traduzca humildemente en las obras cotidianas, en la búsqueda de Dios en la realización perfecta de las cosas pequeñas. Pero no por mor de un perfeccionismo que sea un fin en sí mismo, sino por intentar darle gloria a Dios en la ejecución perfecta de los pequeños detalles. Naturalmente esto implica vivir la caridad de un modo sincero y, como he indicado antes, humilde. Creo que este es el mejor modo de dar testimonio de la fe: buscando y encontrando a Dios en nuestras tareas ordinarias. También es importante que nuestra fe, además de ser vivida, esté bien fundamentada; para ello resulta esencial estar al corriente del magisterio de la Iglesia, así como tener una buena formación en los elementos básicos de la filosofía cristiana. Creo que El Dios de los ateos puede ayudar a esos jóvenes a los que usted aludía, de hecho a todas las personas (incluidos agnósticos y ateos), para que puedan tener argumentos para afrontar el debate sobre Dios en todos los medios; incluyendo, por supuesto, las redes sociales. El hombre de hoy, pese a su indiferentismo, agnosticismo y ateísmo práctico, no de deja de ser hombre; y, en último término, le preocupan, le inquietan y le angustian las mismas cuestiones existenciales que han acechado la conciencia humana a lo largo de toda su Historia. Como decía el famoso ateo existencialista Albert Camus, al fin y al cabo: “Nada puede desalentar el ansia de divinidad que hay en el corazón del hombre”.
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