sábado, 1 de marzo de 2014

CONTRA LA INSEGURIDAD Y LA ANGUSTIA: DESCANSO, HOGAR Y AMOR.

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Padre Carlos Padilla
Tener una autoestima alta nos capacita para la vida, para el amor, para vivir plenamente. Nos ayuda a ser felices sin compararnos, sin querer ser como otros, sin pretender ser lo que no somos. Nos permite así poseernos a nosotros mismos, sin miedo a la vida y a sus cambios.
 
Pero a veces nos damos cuenta de lo difícil que es. Tenemos miedo, no nos aceptamos como somos, buscamos reconocimiento. Como dice una canción: « ¿Cómo ser yo mismo sin más pretensiones, sin buscar elogios, sin querer la gloria? ¿Cómo ser valiente sin miedo a la vida? ¿Cómo hacer que todo en mí tenga sentido?».
 
Queremos una autoestima alta que nos ayude a caminar confiados, anclados en otros corazones y en lugares concretos. Soñamos con ser capaces de mantenernos firmes en medio de la inseguridad de este mundo. Es un gran reto, porque hoy, cada vez más, el hombre se siente inseguro, sufre en su inestabilidad en el alma y no logra ser dueño de su propia vida.
 
¿Por qué no es posible? Ya no recordamos que un día, el de nuestro bautismo, Dios pronunció un «Sí, quiero» sobre nuestra vida. Olvidamos su voz, nos sentimos desarraigados, no amados de forma incondicional. Nos sentimos vulnerables, frágiles, en este mundo inseguro, cambiante.
 
La carencia de amor en el alma genera una experiencia constante de descobijamiento existencial. Como decía el Padre José Kentenich: «El hombre de hoy ya no está vinculado a un nido; siente la necesidad instintiva de tener un nido, pero ya no lo tiene. De ahí su desamparo, su carencia de cobijamiento»
[1].
 
Es nuestra misma experiencia, hoy abundan las personas desenraizadas, sin hogar, que viven inseguras y con angustia en este mundo tan exigente. Tal vez nosotros también estamos desarraigados. ¿Dónde tengo anclado yo mi corazón? ¿Dónde están mis raíces?
 
Siempre recuerdo un ejercicio que hicimos al comenzar el noviciado. Consistía en aprender a meditar y para ello nos concentrábamos y pensábamos en un lugar al que pudiéramos peregrinar espiritualmente, en nuestra mente, en el corazón. Había que pensar en un lugar que estuviera bien grabado en la memoria del alma. Un lugar de la infancia, un paisaje querido, con rostros concretos, con historias urdidas con amor en el alma.
 
Pensaba que a todos nos viene bien hacer ese ejercicio de vez en cuando.Hay lugares en los que descansamos, en los que somos nosotros mismos, en los que recobramos la paz perdida y podemos volver a levantarnos sin miedo.
 
Lo triste es que hay muchas personas que no tienen lugares en los que descansar, porque han perdido sus raíces. Decía el Padre José Kentenich: «El núcleo del problema pedagógico es la falta de hogar. La educación consistirá en acoger, en cultivar el hogar. El desarraigo, debe ser complementado y debe desembocar en la reconquista del hogar, del terruño, del amor al hogar»
[2].
 
Es necesario recuperar nuestro hogar, tener lugares a los que poder volver. Porque si no lo hacemos, la angustia se apodera del alma, penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, y nos hace perder la confianza en nosotros mismos.
 
Es por eso que el hombre busca desesperadamente ocasiones en las que demostrar cuánto vale. Lugares y personas en los que ser aceptado y reconocido.
 
Quisiera poder ser como es, con autenticidad, sin tener que demostrarle nada a nadie, pero raras veces lo logra. Por eso busca enfermizamente conseguir la aceptación de aquellos a los que ama, la aceptación de todos para poder ser feliz. Busca un hogar, un lugar de descanso, un espacio abierto en el que poder ser él mismo sin miedo al rechazo, sin tener que demostrar nada.
 
Nuestra naturaleza humana está herida en lo más profundo por la falta de amor, de aceptación, de hogar
 
. Falta descanso en el alma que vaga por la vida sin anclajes seguros, huyendo sin encontrar, buscando sin detenerse. 
 
Queremos aprender a descansar en Dios y en los hombres. Buscamos un hogar en el que poder dejar lo que nos inquieta y preocupa, un hogar en el que vivir de verdad.
 
María Inmaculada refleja ese hombre auténtico y arraigado con el que Dios ha soñado. Ella, cobijada en su Padre, arraigada en el corazón de Dios, camina segura. En Ella vence la gracia. Se hace fuerte la naturaleza.
 
Es verdad que nosotros, que sí pecamos, nos sentimos a veces lejos de ese amor de Dios. Sabemos que la confianza que recibimos de Dios es un don, una gracia.
 
María vivió siempre anclada y cobijada en Dios, siempre en paz. Ella descansaba en el amor profundo que Dios le había entregado: «Bendita tú, llena de gracia».
 
María se supo amada y aprendió a confiar. Supo que Dios la había amado desde la eternidad y se dejó hacer por su amor. Decía el Padre Kentenich: «En la Inmaculada se pone de manifiesto el triunfo de la gracia sobre lo puramente natural. No ha sido afectada por el poder del demonio. Vencedora de los instintos, vencedora de la naturaleza. Victoriosa por la gracia. En María Dios no ha fracasado. Cobra forma y figura el ser humano tal como Dios lo ha pensado y planteado desde toda la eternidad»
[3].
 
Añadía el Padre Kentenich: «Nosotros, los que vivimos en el mundo, necesitamos santos canonizados. Que se haga realidad la imagen del ser humano pleno que se nos representa en María. ¿Y cuándo se hará realidad? No sólo cuando luchemos y aspiremos a ello; porque sentimos que a veces nuestra alma está fatigada, que no tenemos fuerzas para seguir adelante. Entonces tiene que pronunciarse la palabra que obra el milagro, la transformación: ¡Fiat! Esperamos y creemos con confianza y victoriosidad que Dios ha pronunciado esa palabra»
[4].
 
Sólo así es posible vivir sin agobios, poniendo cada cosa en su lugar. Cuando escuchamos de nuevo en el corazón esa palabra que lo cambia todo: Fiat. Y entonces nos dejamos hacer por Dios.
 
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios, 244
[2] J. Kentenich, Que surja el hombre nuevo.
[3] J. Kentenich, Kentenich Reader, Tomo III, Texto tomado semana de acción de gracias, crónica 1939-45
[4] J. Kentenich, Kentenich Reader Tomo III, Texto tomado semana de acción de gracias, crónica 1939-45

3 comentarios:

  1. Hace años escribí un documento sobre la “autoestima”, en dos partes, y encontré en este estudio, que la autoestima es lo opuesto al Evangelio de Cristo, como nos lo enseña los Santos Padres y doctores de la Iglesia Católica, y las enseñanzas de Benedicto XVI.

    Encontré que la Palabra de Dios se opone a la “autoestima”, pues no es de origen cristiano. Hay muchos textos de las Sagradas Escrituras que lo confirman.

    En un curso de informática y marketing, hubo una profesora que dio a los alumnos, el sentido correcto de la autoestima”, y las pruebas, hasta humillar al prójimo acusándole a sus espaldas, yo quise mantenerme al margen, porque no era lo mío. Y tal era la rabia contra mí, porque no me metí en ese grupo de odios, que a punto estuvieron de expulsarme, por mantenerme fiel a Cristo y a su Evangelio. La profesora que tanto cuidado quería en enseñar la “autoestima”, tenía odio tanto a Jesucristo y a María Santísima. Sin embargo, ya la trataba con respeto, pero como no hacía caso a todo lo que ella enseñaba, se entristecía rabiosamente. Cuando se celebró el cumpleaños de ella, yo quise ponerme al margen, pues la fiesta que ella había preparado para todos, yo nunca intervine, y diré por qué. Prepararon un espacio en la clase, apartaron los bancos, pusieron unos extraños símbolos, y con un guión, que hablaba de “sapos muertos”, “lagartijas”, y otras cosas de brujería, al paso que también hacía una especie de brebaje, que se repartió entre los que estaban allí, excepto un servidor, que lo rechazó rotundamente, y luego iban dando vueltas alrededor, de un circulo, que tampoco participé, ni en los bailes. Tiempo después de esto, todos me hicieron un vacío, los que en su coche me llevaba de la ciudad a otra para las clases, ya no quisieron, tampoco me preguntaron por qué de esto, así que no les podía dar respuestas. Y tenía que hacer autoestop, ya que el autobús, no tenía ese horario para volver a casa.

    La fe nos enseña que no debemos tener ningún tipo de autoestima, porque es la ventaja de crecer en la caridad cristiana. La autoestima es valorarnos a nosotros más que al prójimo, si en un momento el prójimo nos hace mal, nosotros con la autoestimas hacemos eso de “ojo por ojo”, y claro, cuando se vive la vida en Cristo, vemos que no está nada bien.

    En definitiva, la “autoestima”, no es buena compañera de viaje para el cristiano que ama al Señor. Nos aparta de la fe, nos entibia,

    El Catecismo de la Iglesia Católica:
    1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

    "el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. " Yo veo como amor propio también a la "autoestima"; "estimarse el yo, por encima de los demás", y es que así salimos perdiendo, porque nos llevaría a un endurecimiento del corazón por la soberbia, lo cual pondría fin a nuestra fe.

    Está muy bien cuando explica este hermoso ejemplo de María, estar cobijada en el Amor de Dios. Así debemos ser también nosotros, refugiarnos en Dios y también en María Santísima.

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  2. Son muchos los Santos Padres que nos testimonias, que no tuvieron relación con la "autoestima", y por eso crecieron en la fe, algunos por la Gracia de Dios, alcanzaron el título de Doctores de la Iglesia Católica, Aunque no puedo poner aquí las más de cuarenta páginas que escribí, pero en dos partes, En la primera parte añadí unas series de notas al pie de página, pero en la segunda parte, di otros detalles más extensos.


    SAN ISIDORO DE SEVILLA «Guárdate de la jactancia y del deseo de ostentación. Huye del apetito de la vanagloria. No te engrías ni te jactes, ni te levantes insolentemente. No extiendas las alas de la soberbia, ni alces vuelo de grandeza.
    No presumas de ti, ni te atribuyas nada bueno, ni te ensoberbezca con exageración por la virtud de tu justicia, ni te ensalces, ni te gloríe por los buenos hechos.
    Baja, pues para que subas; humíllate para que seas ensalzado, para que no seas humillado si te ensalzas; pues es derribado y rebajado el que se levanta. El que se eleva y se ensalza es abatido; el que se hincha es estrellado, y es peor la caída desde lo más alto y mayor la ruina desde lo más elevado.
    Pues la soberbia es el principio del pecado. Ella dio en tierra con el ángel. La hinchazón disolvió los reinos: derribó el orgullo a los encumbrados y la arrogancia a los grandes y esclarecidos.
    Pero la humildad no sabe de caída, ni conoció tropiezo, ni incurrió en desastre, ni sufrió engaño.
    Sabe, hombre, que Dios vino humilde y se empequeñeció en forma de siervo, hecho obediente hasta la muerte. Camina como Él caminó; imita su ejemplo, sigue sus huellas» (Avisos de la razón: sobre la humildad. P. 36. Apostolado Mariano. Sevilla)

    Barbier: «No os creáis mejores que los demás, no sea que Dios, que sabe lo que hay en el hombre, os juzgue como siendo los peores de todos. (Sentencias de los Santos Padres, II, “Vanagloria” p.369. Apostolado Mariano. Sevilla)

    Bien dice María, en su hermoso cántico, que Dios «dispersa a los soberbios de corazón», al mismo tiempo que enaltece a los humildes de corazón (en Lc 1, 46-54).

    Ya conocemos la exhortación, la alegría del Evangelio del Papa Francisco, él nos enseña:

    2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. (EVANGELII GAUDIUM, 2)

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  3. Si no tenemos autoestimas, es gran ganancia espiritual, consideramos a nuestros prójimos como hermanos, y rezamos por ellos, y los amamos en Cristo Jesús, si nos hacen daño, les devolvemos bienes, y los mejores deseos de su conversión y salvación eterna. Por el contrario, la autoestima es estar por encima de los demás, en la propia complacencia, en la vanagloria.

    Textos de la Homilía de Su Santidad Benedicto XVI, IV Domingo de Pascua, 7 de mayo de 2006
    • «No desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario, ser para los demás, para Cristo, y así, mediante Él y con Él, ser para los hombres que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida. »
    • «La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo. Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su vida la encuentra. »

    Dios les llene a todos de muchas bendiciones, queridos hermanos y hermanas.

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