martes, 1 de enero de 2013

DOCE POEMAS PARA UN FIN DE AÑO; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ.

ambosmundos.es


Biblioteca pública, 31 de diciembre 2012
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La poesía es, según fuente autorizada, “palabra en el tiempo”. Por tanto, ni puede ni sabe ni quiere permanecer ajena a los ritos del cambio de calendario. Puede, eso sí, que se empeñe en demostrar que un simple número nuevo no significa nada, muy molesta ella de tanta perturbación y jaleo en un constante fluir que –quisiera– de río sereno. Con calidad poemática, Jules Renard anotó un 31 de diciembre de 1902: “Año: una rebanada cortada al tiempo, y el tiempo sigue entero”. Infinidad de haikus japoneses dedicados al Año Nuevo, uno de sus temas estrella, insisten en esa línea de la inalterabilidad. Y así, mirando de reojo a la eternidad y a la supervivencia, Jorge Luis Borges escribió un perspicaz poema.
FINAL DE AÑO
Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
Pero el tiempo da saltos, aunque no queramos, y el cambio de fecha los recoge y simboliza, los pone en evidencia y a veces los subraya. De este mismo año, este tanka estremecedor de Susana Benet.
Un año más
la flor de Pascua, el gato.
Pero esta vez
un espacio vacío,
el aire de una ausencia.
Caben diversidad de tonos y actitudes, pero no la indiferencia. La capacidad evocadora del fin de año ha hecho que un poeta tan atento a la temporalidad como W. H. Auden le consagre un libro entero: Carta de Año Nuevo. Otro poeta fundante de la modernidad, Rubén Darío, dedicó al tema un poema que se estira, como queriendo ser un libro él también. Su cadencia tiene solemnidad de campanadas, aunque el final abrupto de cada estrofa nos recuerda, como un aldabonazo, la siempre sorprendente brevedad del tiempo:
AÑO NUEVO
A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para
Salomón.

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?
Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco
del Arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;
en la sombra se destaca la figura vencedora
del Arquero.

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.

Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco
y el Arquero.
También con solemnidad, aunque muy rebajada por el pudor y enterrada en carretadas de humor,Fernando López de Artieta recibió al 2001 con estos versos:
LAS DOCE IRREPARABLES CAMPANADAS (2000-2001)
Qué vértigo sentir que, justo ahora,
se acaba nada menos que un milenio.
Habrá que estar atentos con el nuevo,
no fuera a ser un clónico del viejo
y haya otra vez que repetirlo todo:
las guerras, las posguerras, mis suspensos…
No sé cuál de estas letras ya está escrita
en el tercer milenio (la que tenga un horror de ortografía
ésa será.) Y pensar que un milenio
que hemos empezado tan contentos
—riéndonos, bailando, atragantándonos—
nos va a dejar a todos en los huesos…
Echarle humor, que es lo que hacemos todos con las uvas, se convierte en un expediente efectivo para desactivar la bomba de relojería de nostalgia que las campanadas llevan escondidas. Un ejemplo ya clásico, este soneto memorable  de Jon Juaristi:
SAN SILVESTRE, 1985
Otra vez me han plantado. Ya me veo
enfangado en el güisqui solitario.
A mi edad, sin embargo, es necesario
vigilarse el riñón. Me acuesto y leo.

Las nocheviejas me deprimen. Creo
que las voy a borrar del calendario.
Para el muermo no habrá otro aniversario
ni ganará a mi costa el jubileo.

Vuelvo, hasta que me pesa la cabeza,
a una lectura amena y provechosa:
La Regenta (edición de Juan Oleza).

Y me duermo seguro de una cosa:
tampoco ganaré el año que empieza,
el concurso de tangos de Tolosa.
Hay, sin embargo, a quienes no les importa nada de nada que la bomba de relojería de la memoria les estalle, letal, entre las manos. Entre ellos, por supuesto, Juan Luis Panero, experto en supervivencias:
RECUERDO EN FIN DE AÑO PARA JOAN VINYOLI
Querido Vinyoli, en esta tarde
de violenta tramontana, oscuro azul de mar,
miro las Islas Medas, remolinos de gaviotas,
alada espuma sobre la espuma blanca,
y me llega, imagen persistente, su recuerdo,
en el día final del año de su muerte.
Golpe y crujido de árboles y viento,
terca madera, ramas furiosas,
frío que corta tras el cristal cerrado
y la pesada sombra de la noche que viene.
De pronto, salvado, un último rayo de sol
ilumina, entre nubes, rocas salvajes,
levantadas olas, gaviotas en su vuelo,
luz venciendo a la noche
en un dorado fugitivo.
A sus palabras, a las que oí y a las que leo,
a su recuerdo, asocio esta imagen sin tiempo de la vida.
Es posible poner al mal tiempo mala cara y mal humor, y tratar de echar el fin de año más allá en el calendario, a la primavera, por ejemplo, que todavía queda mucho. A base de lírica pastoril, lo intentó Horacio en Fastos I 150 ss. Yo soy partidario de que el Año Nuevo empiece ahora, con estos fríos, porque ahora, al principio inapreciablemente, la luz empieza a ganarle segundos a la oscuridad. Los principios son así: la vida nace en el misterio del vientre materno y no cuando la muchacha con diecisiete esplendorosos y bien obvios abriles retoza por el campo recogiendo florecillas. Pero lo cortés no quita lo valiente, y cuánta belleza la argumentación del clásico:
“Dime, por favor, ¿por qué comienza el Año Nuevo con los fríos, cuando más bien debería empezar en primavera? Todo florece entonces; entonces hay una fase nueva del tiempo y se hincha la yema nueva en la vid preñada; el árbol se cubre de hojas recién formadas y el tallo de la semilla asoma en la superficie del suelo; los pájaros endulzan el aire tibio con sus cantos orquestados y los rebaños juegan y retozan en los prados. Entonces los rayos del sol son suaves y sale la golondrina exótica y fija en la viga alta su nido de barro; entonces permite el campo su cultivo y se renueva con el arado. Con justicia había que llamarlo el Año Nuevo”.
(trad. Bartolomé Segura Ramos, Gredos, Madrid, 1988).
Otros tienen la suerte de llegar a estas fechas con elementos capaces de desactivar cualquier melancolía. Un precedente de la línea celebrativa de su poesía última es este poema de Eloy Sánchez Rosillo, que unos años hemos compartido de corazón y otros, ay, hemos leído con una inmensa envidia:
DICIEMBRE
Se acaba el año y casi nada hiciste
de lo que en este tiempo, vagamente,
te proponías hacer. Pero has escrito
unos cuantos poemas.

………………………………….(Sé sincero
y di que lo demás no te importaba.)
Cabe también un cierto desconcierto, cargado de reflexiones y reflejos autobiográficos. Miguel d’Ors lo ha expresado con la precisión acostumbrada, enfocando no tanto la noche de fin de año como las raras horas que la preceden.
ODA A LA TARDE DEL 31 DE DICIEMBRE
No sé,
pero algo tienes tú que ver conmigo,
tarde del 31 de diciembre,
retal del año que le sobra a todo el mundo.

No eres más que el recuerdo de un pasado festivo
y la espera de las ilusionadas
luces del Tiempo Nuevo: paréntesis vacío
–la gente, fatigada y como ausente,
tirada en un sillón– entre dos sueños.

No sé, pero estas cosas –cansancio, copas sucias
en un rincón, ese silencio inmóvil,
ese in-vivir entre un ayer resplandeciente
y la luz y la música de una vida distinta–,
de alguna forma extraña,
no sé, se me parecen a mi vida.
Tampoco hay que descartar (y menos en las actuales circunstancias) que haya muchísimos que vean en el fin de año un descanso largamente esperado. No sé cuántos “Hasta nunca” se suspirarán esta noche, pero nadie lo silabeará mejor ni con más alivio que el japonés Yasui (1657-1743):
este año
incluso este año
toca a su fin
Ese alivio va de la mano de la esperanza en el nuevo año. Incluso basta a veces, porque siempre hay esperanza, con el deseo de una esperanza. O con su recuerdo. El gran maestro que es Issa fue capaz de mezclar el agua de la memoria y el aceite de la ilusión en tres versos luminosos:
¡Ah! ¡Ser como
un niño
el día de Año Nuevo…!
Ya esa esperanza que, saltándose los tiempos, es el recuerdo de un pasado, nos señala, pudorosamente, a la eternidad, que es el asidero del tiempo: el punto inmóvil del centro del reloj, alrededor del cual giran las manecillas. Enrique Baltanás aprovecha el impulso del salto de fin de año para pegar el kierkegaardiano salto definitivo. En este poema se vuelve, como en el primero de nuestra colección de campanadas, a trascender la temporalidad. Pero aquí sin tanto asombro metafísico, con un decisivo golpe de voluntad (que nunca nos falte).
31 DE DICIEMBRE DE 2012-1 DE ENERO DE 2013
Un año más… o menos…
¿Qué importa el tiempo que inflexibles rigen
reloj y calendario?
¿La vida es esta de hoy… o de mañana…
o quizá la de ayer…?
Lo vivido se agolpa en la memoria
y aún abres con temblor la nueva agenda
y en ella anotas, firme, tu propósito:
Vivir para lo eterno, donde un tiempo
sin tiempo te rescate
de las sombras fugaces de los días,
de la arena que cae en el reloj,
sin sueño y sin descanso.
Un año más…
o un año menos…
Que el hoy sea para ser mañana.
Enrique García-Máiquez
Poeta.

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