Javier Arzallus, culto, inteligente y malvado como pocos, se presentaba en La Zarzuela como el referente de lealtad en el País Vasco del Señor de Vizcaya, es decir, el Rey. Engañó a todos. A Suárez, A Calvo Sotelo, a Felipe González y a José María Aznar. Mientras se deslizaba por las alfombras de La Zarzuela y Moncloa, animaba a los comandos de la ETA a dar «más caña» con el fin de urgir las transferencias políticas pendientes. Esto lo dejó escrito Juan María Bandrés en sus memorias de la agonía. En la espera de una audiencia del Rey, Arzallus le hizo una confesión a Sabino Fernández Campo. «Creo que hemos equivocado el camino, eligiendo el Estatuto de Guernica y renunciando a la lucha armada». Aquello de que «unos menean el árbol y otros recogemos los frutos». Sabino se disculpó y se presentó en el despacho del Rey. Le informó de lo que acababa de oírle a Arzallus, y el Rey no dudó ni un segundo:
«Despáchalo tú, Sabino». Fue la última vez que Arzallus visitó La Zarzuela.
No es el mismo caso que el de Mas y su próxima visita institucional al Rey. Arzallus no era el «Lehendakari», y Mas, con un notable descenso de apoyos, compensado con el pacto separatista establecido con Junqueras e «Izquierda Republicana» –estoy escribiendo en español–, ha sido proclamado recientemente Presidente de la Generalidad de Cataluña. Y como tal, visita al Rey para presentarle el plan soberanista iniciado pocos días atrás con la declaración de ochenta parlamentarios autonómicos a los que hay que sumar los cinco socialistas partidarios de la independencia mediante «el derecho a decidir» que nadie sabe de qué derecho se trata. La visita de Mas al Rey, y que el Rey esté obligado a recibir a Mas, chirría en muchas sensibilidades, entre otras la mía. No por otro motivo que por el contenido de la audiencia que supera con creces los límites marcados en la Constitución Española que fue aprobada con el 80% de los votos en Cataluña. Mas se apresta a visitar al Rey de España para decirle que Cataluña, unilateralmente y saltándose todas las leyes habidas y por haber, va a independizarse de España y crear un nuevo Estado soberano. En una palabra, visita al Rey para insultar a la figura del Rey, y el Rey lo recibe para ser insultado. Está muy claro. «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española». El Presidente Rajoy ha encargado un informe a la abogacía del Estado para determinar si el acuerdo del Parlamento catalán «vulnera la Carta Magna». Absurdo encargo. Está clarísimo que lo vulnera desde la primera letra de la declaración independentista. Y ahí es donde me entran las dudas de si es conveniente o no que el Rey reciba a Mas. No se trata de una visita protocolaria y cordial, sino de un encuentro provocador y amenazador. El Rey nos representa a todos los españoles, y también a los que quieren dejar de serlo, y es el máximo garante del cumplimiento de la Constitución. Somos muchos millones más los insultados y despreciados que los que insultan y desprecian, y ese dato puede ser significativo.
Usando de un lenguaje coloquial, ya utilizado por Foxá en tiempos pasados, a lo que viene Mas a Madrid es a pegarle al Rey una patada en el culo de todos los españoles. Y ante esa evidencia lejana a cualquier discusión o interpretación sesgada, me pregunto si es admisible que el Rey se vea obligado institucionalmente a ser tratado con tamaña grosería por un fanático que no ha hecho otra cosa, en los últimos meses, que arruinar el prestigio de España en el exterior.
Volviendo a tiempos lejanos, lo que Mas merece es que el Rey reclame al Jefe de su Casa al despacho y le ordene mientras enciende un puro: «Despáchalo tú, Rafael».
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