Cuando llueve, la tristeza del cementerio donostiarra de Polloe alcanza su máxima grisura. El viejo lenguaje de los vascongados, dividido en siete dialectos, se ha sometido a la españolización del «batúa», lo que ahora se habla como idioma unificado. Enero es uno de los meses de la melancolía. El presbítero Pablo Pedro de Astarloa, en su «Apología de la lengua Bascongada» (sic), le concede dos denominaciones a la luna de enero. «Urtarrillá» e «ilbalza». «Urtarrillá» significa «mes de las aguas», e «ilbalza» el «mes negro», la luna de los días lúgubres. Los nombres de los meses vascos respondían al paisaje, el pastoreo y la evolución de los campos. Febrero, mes de los fríos o de los lobos; Marzo, «epaillá», mes de la esquilma; abril, «jorraillá», la luna del escardio; mayo, «orrillá», el mes de la hoja, del renuevo en los árboles desnudos; Junio, el mes de la cebada; julio, «ustaillá», el mes de la abundancia; agosto, «agorrillá», el mes seco; septiembre, «iraillá», el mes de los helechos; octubre «urrillá», es la luna de la escasez; noviembre, el monte desmenuzado, y diciembre, al fin, el mes de los bosques detenidos.
Gracias a Gregorio Ordóñez se unieron los partidos políticos, y su sacrificio sirvió para que los etarras dejaran de estar representados por otros etarras en las instituciones democráticas y de percibir del Estado el dinero correspondiente. Al cabo de unos años, el cementerio lluvioso, el cielo negro, el bosque detenido, la ingratitud y el olvido han acentuado su tristeza, y gracias a la obediencia de seis miembros del Tribunal Constitucional al poder político socialista, los representantes de la ETA no sólo están en las instituciones, sino que un etarra ha sido designado senador, otro preside la Diputación de Guipúzcoa y un tercero es alcalde de San Sebastián. Y aquel partido unido por la tragedia, y me refiero al Partido Popular, es hoy el responsable principal del olvido y la ingratitud.
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