¡Al fin llegó el fin de semana! Cada día que pasa
se me hace más difícil la espera para que llegue estos ansiados días y no lo
digo por el sólo hecho del descanso laboral, si fuera así sería muy triste,
sino porque con la llegada de estos días se abre la puerta de nuestra marcha,
de nuestro retorno a la que consideramos nuestra casa, que significa descanso,
placidez, tranquilidad, sosiego. En una palabra: ¡Felicidad!
Dentro de poco tiempo volveremos a coger la
carretera para poner rumbo a nuestro querido, añorado y anhelado, pueblo de
Villaluenga del Rosario. Será día y medio que para nuestros cuerpos y nuestro
espíritu es como si el tiempo no hubiera pasado. Debo decir que cada domingo me
voy con más tristeza y añoranza porque aunque puedan chocar mis palabras
nuestro deseo sería el irnos a vivir todos los días el resto de nuestras vidas
a Villaluenga.
Me repito hasta la saciedad, pero es verdad que
cada uno tiene un sitio y un lugar en este bendito mundo.
Tengo ganas de llegar al pueblo que está cobijado
entre las montañas, que cuando lo ves de lejos y desde la altura parece que lo
están meciendo y su cuna son los montes que lo acurrucan. Cuando ya hemos
llegado a casa lo primero que experimentamos en un frescor y aire puro en plena
cara. Abrimos la puerta de entrada y empezamos a meter las cosas que nos
hayamos traído de Jerez, para una vez organizado todo empezar con mi actividad
favorita que se ha convertido en una liturgia nada más llegar: Limpiar la
chimenea y tirar las cenizas al contenedor.
Cuando todo esto se ha realizado y, de nuevo se ha
encendido la chimenea, nos sentamos y descansamos. Notamos como nuestros
cuerpos se relajan hasta el extremo que Hetepheres y yo nos miramos y no hace
falta más. El silencio lo inunda todo, pero ese silencio ya lo estamos
entendiendo y conocemos cada cosa que nos dice a cada momento. Nuestro cuerpos
se acostumbran a esa quietud, a esa forma de entender la vida, de tomarse los
días, de actuar ante las cosas, desde otro prisma y dimensión, que no es mejor
ni peor sino donde nos encontramos, como dice el dicho, tan felices y
contentos.
Después almorzar en el Casino, encontrarnos con
Fernando y Alex, dar un paseo, llegar a a casa plenos del gozo que da el estar
cansados pero totalmente pletóricos en todos los sentidos. Después de una
duchita de agua caliente nos sentamos frente a la chimenea y empieza nuestro
maratón de lecturas, de buenas tertulias en los que tocamos interesantes temas
y que hace que el reloj pase demasiado deprisa. Si se encarta voy al Casino por
la tarde-noche y allí entre charla y charla, copa y copa se pasan las horas con
mis queridos amigos Fernando, Rubi, Juan de Dios, Berna y todos los que en ese
momento estén por allí. Si no voy al Casino disfrutamos de la casa, del fuego,
de la lectura y de lo que vaya encartando.
Sí, estoy deseando repetir esa divina monotonía
que representa el irnos a nuestro pueblo del alma donde todos los días parecen
iguales aunque son tremendamente distintos.
Pasad un buen fin de semana y mañana por la tarde
nos volvemos a encontrar en nuestro blog para seguir compartiendo tantas y
tantas cosas.
Que Dios os bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
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