¿Qué nos está sucediendo en España? Nos encontramos en una situación que produce casi vértigo. Los problemas de la crisis económica, con sus derivaciones y sus duras repercusiones, sobre todo en tantos miles y miles de familias, en más de seis millones de parados, se agravan mucho más, inmersos, como estamos, en tantos y tan graves presuntos casos de corrupción, muy relacionados con la política, que nos envuelven en una especie de tupida nube de contaminación que hace casi irrespirable el ambiente. No recuerdo, en mis años, un ambiente tan enrarecido de corrupción como el que ahora nos azota como vendaval devastador de imprevisibles consecuencias.
¿Cómo se puede tolerar que mientras tantos millones están sin empleo, mientras tantos tienen que acudir a personas o instituciones para que les ayuden a cubrir necesidades básicas, tan básicas como la comida, o el vestido, o la vivienda, o las medicinas... ocurran estos presuntos casos de corrupción de todo signo y color? La gente, así, no puede tener confianza, ni capacidad, ni fuerzas para un rearme moral, ni energías para reemprender un nuevo camino de futuro. Si quienes deberían ser ejemplares siempre tienen estos comportamientos injustificables, ¿qué es lo que hay que hacer, hacia dónde mirar, quién puede ilusionar y animar? Por supuesto que no se puede generalizar y ni siquiera, mientras no se pronuncie la Justicia, se puede hablar de casos reales, sino sólo de presuntos. Pero es que, después y por otra parte, también ciertas actuaciones de la Justicia hacen cundir entre la gente un gran desaliento, escepticismo y desconfianza hacia una justicia verdadera y justa. Así cunde, se extiende, profundiza la quiebra moral que padecemos y que ha dado origen a este notable desplome moral. La sociedad se desmoraliza porque pierde capacidad y conciencia moral y porque le falta esa «moral», en otro sentido, que se necesita para ganar y caminar con un nuevo vigor hacia un futuro nuevo y renovado.
Sin duda, está siendo ejemplar, en general, el comportamiento de los españoles ante la crisis. Han comprendido perfectamente que son medidas necesarias de austeridad, de colaboración en la recuperación que nos atañe a todos, de solidaridad con otros más necesitados y con el bien común. Se va tomando conciencia de algunas de las causas que están en el origen de la crisis; se ve que es preciso un modo de vivir distinto al que teníamos por encima de nuestras posibilidades, la responsabilidad común ante las carencias de todos ha crecido; se ha revalorizado todavía más el papel insustituible de la familia. Es verdad que tampoco faltan actitudes insolidarias, intereses propios y no siempre justos, ni desestabilizadores bien «pertrechados». Pienso, además, que también sigue muy incrustado todavía en nuestras vísceras el afán por el tener, por el bienestar logrado, por pasarlo bien como sea, porque nos lo den todo hecho.
Hace unos veinte años aproximadamente vivimos en España una quiebra moral, incluso con algunas manifestaciones de corrupción política muy aireadas por los medios. Aquello dio lugar a un gran documento de la Conferencia Episcopal Española, «La verdad os hará libres», que, con plena vigencia para la actualidad, ponía el dedo en la llaga y ofrecía al conjunto de los católicos y a toda la sociedad española una reflexión, que, desgraciadamente, no fue escuchada como debiera. Hoy hace falta una reflexión como aquélla, no ya por parte de la Iglesia sólo, sino por parte de todos, de la sociedad, de las fuerzas sociales y políticas... Es preciso pararse, reflexionar, encontrar caminos que conduzcan a la solución del problema ético que está en la base, y ser decididos en la aplicación y seguimiento de esos caminos que, sencillamente, son tan simples como seguir el camino del bien y abandonar el camino del mal. El deterioro moral existe. Da la impresión que aquí vale todo si trae poder, dinero, comodidades y sensaciones placenteras, tener. . . Está claro, por lo demás, que el deterioro moral trae consigo una pérdida de humanidad y cuando se pierde humanidad no hay posibilidad de remontar nada. Ahí estamos.
No puedo dejar de traer aquí unas palabras de Monseñor Antonio Palenzuela, en 1993, que, en una situación similar a la de ahora, decía: lo que nos pasa «más de raíz que económica es el deterioro moral, pues, al fin y al cabo, aquélla es una consecuencia, un síntoma de ese desplome humano, el moral. Hay, además, quienes sostienen que si la humanidad no llega a compartir firmemente unas convicciones morales, no podrá pervivir sobre la tierra, pues terminará por suprimir las condiciones de su vida en ella. Pero sea de esto lo que fuere, sería muy deseable que se afirmase y compartiese entre nosotros una ética civil, (una moral natural, la del bien y el mal, lo bueno y lo malo): sin ella no se ve cómo puede sostenerse una convivencia en paz y libertad. Pero hasta ahora los hombres han sostenido unos valores y normas morales, –otra cosa es que obrasen siempre conformes a ellos–, porque los habían recibido vitalmente de una larga tradición a través de la familia. Ahora bien, lo «progresista» es emanciparse de esas realidades. Por eso, porque los poderes culturales son incapaces de generar una tradición viva, «no se ve asomar en el horizonte la vigencia de una ética civil en la vida y no sólo en la letra» (A. Palenzuela), de una moral natural que llevamos inscrita en la gramática humana por el Creador, y es la que corresponde a lo que es el bien y el mal, lo bueno, lo verdadero, por sí y en sí mismo. Hemos de decir todos, todos juntos: «¡Basta ya a este desplome moral!». Estamos a tiempo de cambiar. Podemos y debemos hacerlo.
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