miércoles, 2 de enero de 2013

AÑO NUEVO; POR ANTONIO CAÑIZARES.

La Razón



Año nuevo: «Paz y bien a todos», como dice el bello saludo franciscano. Es lo mejor que podemos desear en un año que comienza. Es lo que el Papa Benedicto XVI pide en ese magnífico y esperanzador, a la par que realista, «Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz» de este año, 2013: «Bienaventurados los que trabajan por la paz».
Me ha impresionado este Mensaje. En él encontramos respuestas claras, precisas y posibles a la difícil situación que atraviesa el mundo de hoy. Tiene, con toda certeza, una validez universal. Leído y escuchado, meditado y acogido desde España, ofrece una luz muy grande e iluminadora para los principales y gravísimos problemas que nos aquejan: el paro, sobre todo de los jóvenes, la crisis económica, la sensibilidad social, la quiebra moral, la familia y su verdad, los temas de la defensa de la vida, la cuestión candente de la unidad,.., en definitiva, la paz, siempre en riesgo de no ser alcanzada e incluso de destruirla. Estos problemas y otros muchos requieren un mundo nuevo, un año verdaderamente nuevo, una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, todos por el bien común; ese «bien común» al que tanto llama el Papa y que tan ausente está del discurso ordinario o del discurso político por lo general.
El Papa, en su Mensaje, no habla como político, ni como sociólogo, ni como economista, ni como ingeniero social. Habla como hombre de Dios y hermano de sus hermanos, los hombres; habla desde la fe y la razón que caminan juntas; habla desde la pasión por el hombre en su realidad total y abarcante en la unidad de todas sus dimensiones, que es, al tiempo, pasión por Dios; habla desde la fe y reconocimiento de Jesucristo, que nos muestra el rostro humanado de Dios que ama a los hombres, a la humanidad entera, hasta el extremo y da la vida por ellos.
Si buscásemos una radiografía de lo que nos está pasando en el mundo, y en España en particular, difícilmente encontraríamos un cuadro más lucido, realista y mejor trazado que este Mensaje, que refleja exactamente lo más sobresaliente y determinante de lo que nos está aconteciendo, con sus causas incluso. Es verdad que no se detiene en descripciones generales o tópicas que a poco conducen, ni en aspectos particulares del organismo vivo de la Humanidad que siempre ha de ser visto en su conjunto y en su unidad como corresponde; tampoco se detiene en interpretaciones opinables. Ofrece sencillamente respuestas muy básicas, fundamentalísimas, a una situación de hecho, de todos conocida y padecida, respuestas que muestran un ojo clínico avizor que mira en profundidad, el ojo que mira con una mirada total y no parcial, no parcializada ni parcializadora, fragmentadora, propia para una sala de autopsias; y con esa mirada, que es la de la fe y la razón unidas, ofrece el Papa la terapia fundamental para la hondura del mal presente que mina la sociedad y amenaza también la paz, que es lo mismo que decir que amenaza el bien común y, consiguientemente, el bien del hombre, de todo hombre, especialmente del más débil y desamparado. Toca los temas claves y emblemáticos de manera accesible a todos, esos temas que a veces no se quieren abordar porque reclaman y requieren cambios muy profundos en los comportamientos y en la mentalidad de las gentes individualmente y de la sociedad en su conjunto; cambios que atañen al corazón y a los criterios de pensamiento de las personas y de las estructuras, en las que siempre hay personas, cambios que conciernen a los que rigen los pueblos, y a los que con ellos forman esos pueblos. A quien más atañe y exige, sin duda, este Mensaje es a los cristianos, a la Iglesia misma que se ve interpelada en su ser más propio y solidario de los gozos y esperanza sufrimientos y tristezas de los hombres de nuestro tiempo, precisamente por su fe en Jesucristo, por su unión con El que se hizo hombre y comparte la suerte de los hombres, también su cruz, y se identifica con los necesitados, como señala el capítulo 25 de san Mateo.
Este Mensaje de Benedicto XVI es una excelente ayuda para hacer un examen de conciencia o discernimiento lúcido al comenzar un año nuevo, un examen de conciencia que concierne a todos. Es una estimulante ayuda para abrir caminos, es una respuesta bellísima y consoladora que bien merece la pena acoger y secundar. Si me pusiera a escribir expresando lo que desearía para todos en el 2013, lo que pediría al Señor —y a los Reyes Magos, cuya fiesta se aproxima– no encontraría nada que lo expresase mejor que lo que el Papa señala en su Mensaje que glosa las palabras del Evangelio de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que trabajan por la paz». Una vez más en esta página semanal, tengo que decir, con Pedro, que no tengo otra palabra ni otra riqueza, ni otra respuesta o «solución» que ofrecer que ésta: Jesucristo. «No tengo oro ni plata», ni remedios técnicos, pero lo que tengo ofrezco y entrego: En nombre de Jesucristo, levantémonos, caminemos, vayamos adelante, sin retirarnos, sigámosle, prosigamos el camino con la mirada puesta en Él, con los oídos atentos a su palabra y el ánimo dispuesto a acogerla, con su luz que ilumina el camino que El mismo recorrió entre nosotros, el de las bienaventuranzas, el de la felicidad que nadie puede arrebatarnos, y que, entre otras cosas se alcanza cuando se sigue la senda de los que son proclamados dichosos porque trabajan por la paz. Ese es el Mensaje del Papa que tan amplios horizontes abre e ilumina, y del que nos haremos eco más adelante. Ahora basta con invitar a su lectura e interiorización oportuna.

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