UPyD es un partido político confuso, creciente y joven. Asume reivindicaciones olvidadas, y ello, quiérase o no, es siempre atractivo. Ahora se dispone a reclamar la recuperación de miles de topónimos en español que la estupidez política borró de nuestro mapa. El PSOE y el PP han permitido muchas tonterías al respecto. En los idiomas autonómicos, también españoles, los nombres de ciudades, municipios y accidentes geográficos pueden ser diferentes que en el idioma común, pero ello no implica que la lengua española resigne su derecho, su tradición y su vigencia ante idiomas de mucho más reducido ámbito. ¿Quiénes son los políticos para decidir que Lérida es Lleida por un pacto con el nacionalismo catalán? ¿O que Mondragón y Fuenterrabía pierden su nombre en español en beneficio de Arrasate y Hondarribia? Se me antoja perfectamente llevadero el respeto oficial por la doble denominación. Siendo Fraga Presidente de la Junta de Galicia, La Coruña pasó a llamarse «A Coruña». El que era Alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, un verso libre del PSOE, intentó imponer sin éxito el sentido común. Cuando se habla en español, La Coruña, y cuando se dice en gallego, A Coruña. Lérida en español y Lleida en catalán. San Sebastián en español y Donostia en vascuence. En TVE, durante el desastre del «Prestige», los informativos nos daban noticias de la situación desde el cabo «Fisterra», castigando al pobre Finisterre con enconado ensañamiento. Hablar en español y anunciar «me voy a Girona» es como planear «viajar a London». La dictadura absurda contra la denominación española no ha triunfado. Pero sería conveniente que el PP apoyara sin reservas la reclamación de UPyD y dar fin a la cursilería y el despropósito hoy imperante. En las señales de tráfico, junto a «Gasteiz» tiene que figurar Vitoria, y con «Iruña», Pamplona. Los idiomas no se hacen con decretos, y menos aún, con decretos sostenidos exclusivamente por el aldeanismo y la estupidez. No es más moderno ni más «progresista» decir «Ourense» que Orense. Es una cuestión que atañe exclusivamente al idioma que se usa para pronunciarlo. Pero Orense no tiene que desaparecer bajo la bota de «Ourense», entre otros motivos, porque el topónimo en español lo adoptan cuatrocientos millones de personas en el mundo, en tanto que el local y autonómico, sólo una parte de los habitantes de cada autonomía.
El uso del lenguaje no entra en los espacios políticos. Los idiomas son libres y soberanos, y perfectamente compatibles. «Bilbo» en vascuence, Bilbao en español, ¿algún problema? Ninguno. Los mallorquines que usan su lengua insular se refieren a la Capital de Mallorca como «Ciutat». Me parece de perlas. ¿Estamos obligados los que no hablamos mallorquín a desterrar de nuestra lengua Palma de Mallorca, o simplemente Palma? ¿Qué herida produce a los idiomas catalán, vascuence, gallego, mallorquín, valenciano o bable la doble denominación de las ciudades, municipios o accidentes geográficos? Para la inteligencia y la cordura, ninguna herida. La herida sangra cuando el pacto político se adueña de una riqueza que comparten cuatrocientos millones de personas en el mundo, y más de cuarenta millones en España. El español sólo se prohíbe, se borra y se veja en España, circunstancia que nos da a entender lo burros que somos.
UPyD tiene toda la razón en este desgraciado asunto. Y el PP, también responsable del desaguisado, está obligado a reponer con carácter oficial los topónimos en su sitio y en su idioma.
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