La injusta leyenda negra de las Cruzadas
La religión, fuente de paz
A finales de noviembre del año 1095, el Papa Urbano II proclama la primera Cruzada para liberar los Santos Lugares. Desde entonces, se ha ido tejiendo una injusta leyenda negra que identifica la religión -concretamente, el cristianismo- como fuente y origen de violencia
Jerusalén, ciudad de la paz
«Cristo trajo un mensaje de paz y de reconciliación, pero la sociedad medieval era inevitablemente guerrera. En las áreas feudales del norte de Europa, el sistema social dependía por entero del mantenimiento de una casta militar o caballería, una milicia permanente cuyo único cometido era guerrear. En Italia, las ciudades-Estado libraban frecuentes guerras, entre sí o con los Papas y emperadores. En tales condiciones, aun habiéndoselo propuesto, a los cristianos medievales les habría resultado muy difícil edificar una sociedad pacífica»: éste es un extracto del libro La fe cristiana en la Edad Media, de G.R. Evans, que ayuda a entender por qué no se puede juzgar las Cruzadas con los ojos del presente, sin tener en cuenta cómo era el mundo medieval.
Para muchos de nuestros contemporáneos, la religión es un foco principal de violencia y de conflicto, y el paradigma de esta concepción serían las Cruzadas. Sin embargo, para don José Antonio Calvo, profesor del seminario Las Cruzadas y el dominio del Mediterráneo en la Edad Media, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, «no es posible aceptar, sin más, aquella explicación que ofreció Jan Assamann, en su libro La distinción mosaica o el precio del monoteísmo, sobre la religión como fuente de violencia. Si entendemos las Cruzadas como la manifestación más evidente del choque entre dos religiones monoteístas y, por tanto, estructuralmente violentas, llamadas a erradicar cualquier competencia en el control de los hombres, estaríamos haciendo una lectura injusta, sesgada, interesada, de este fenómeno. No sería fácil de explicar, por ejemplo, por qué en la batalla de Tell Basher, en octubre de 1108, Tancredo de Antioquía, aliado con el turco Ridwan de Alepo, se enfrenta hasta la muerte contra el emir de Mosul, Yawali, y Balduino II de Edesa. No existe, en este enfrentamiento, una motivación religiosa, sino que se debe buscar en otro lugar».
Hay razones históricas que se debe tener en cuenta, y que van más allá de la mera atribución de las Cruzadas a motivaciones exclusivamente religiosas. Y tampoco es justo con la Historia hacer de la religión cristiana la culpable de todo. Como afirma José Carlos Martín de la Hoz, en Historia de la confianza en la Iglesia, «a finales del siglo XI hay un nuevo ciclo del Islam. Por una parte, en Oriente los turcos amenazaron el Imperio bizantino; y, en Occidente, los almorávides entraron en España y terminaron con la convivencia que había entre mozárabes y musulmanes». En este contexto, nacieron las Cruzadas y, «aunque se suele hablar de cinco o seis Cruzadas, en realidad la auténtica Cruzada fue la primera. Ésta abarcó de 1095 a 1099 y fue el primer intento de reconquista de los Santos Lugares; por tanto, fue el primer esfuerzo por hacer retroceder al mundo islámico». Desde la perspectiva musulmana, tampoco se puede decir que el Islam fuera la principal justificación para el enfrentamiento. La clave está en «la conversión al Islam de algunas tribus mongoles; de ahí surgieron posteriormente los turcos que establecerían un nuevo califato. Los turcos selyúcidas, en 1071, conquistaron Jerusalén a los musulmanes fatimíes y comenzaron a poner obstáculos a los peregrinos cristianos que acudían a Tierra Santa. La profanación del Santo Sepulcro removió la fe de los cristianos europeos, y el emperador bizantino Alejo I realizó una apremiante llamada a Roma y a Occidente reclamando ayuda». Y así empezó todo.
Para el profesor Calvo, «el Islam, desde el siglo IX, según escribe el libanés Amin Maalouf en Las Cruzadas vistas por los árabes, había perdido el control de su destino. La mayor parte de los dirigentes ya no son árabes, y a la codicia del pueblo turco, procedente de las estepas del Asia central, convertido al Islam, el califato suní de Bagdad no añade guerrero alguno deseoso de conquistar territorios en el corazón de Europa. El riesgo militar del siglo XI no procede del Islam, cuyos intereses son otros. Los turcos, que, en el siglo XVII, llegaron a las puertas de Viena, tenían otras motivaciones ajenas a su condición religiosa. La amenaza del equilibrio oriental después de la batalla de Manzikert, en 1071, por la que los turcos derrotaron a los bizantinos, hace que el emperador bizantino recurra a la ayuda de Occidente en un complejo proyecto que acabó, en 1204, con el saqueo de Constantinopla por sus mismos aliados».
Y es que no es menos cierto que las Cruzadas acabaron en un totum revolutum que poco tenía que ver con las intenciones originarias. «La leyenda negra de las Cruzadas debería estudiarse mejor. Muchas ciudades del Levante palestino entregaban sus tesoros a los cruzados convencidas, por la fama que les acompañaba, de que serían presa de duras represalias si oponían resistencia. La leyenda se fue fraguando, aunque tenía muy poco que ver con la realidad original de la presencia, en los primeros años, de familias enteras, padres e hijos, que iban con los cruzados para instalarse en Tierra Santa», confirma el profesor Calvo.
«Una cosa parece cierta -afirma este profesor de San Dámaso-. El resultado de las Cruzadas fue un fracaso. Occidente no logra frenar sus propias amenazas, sobre todo las internas; y Oriente pierde el pulso de la dinámica histórica. Así, la inestabilidad se hace crónica». Y si de aquellos polvos vienen estos lodos, se puede decir que la influencia en el paisaje político, más que religioso, que dejaron las Cruzadas se ha dejado ver hasta el día de hoy.
Para muchos de nuestros contemporáneos, la religión es un foco principal de violencia y de conflicto, y el paradigma de esta concepción serían las Cruzadas. Sin embargo, para don José Antonio Calvo, profesor del seminario Las Cruzadas y el dominio del Mediterráneo en la Edad Media, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, «no es posible aceptar, sin más, aquella explicación que ofreció Jan Assamann, en su libro La distinción mosaica o el precio del monoteísmo, sobre la religión como fuente de violencia. Si entendemos las Cruzadas como la manifestación más evidente del choque entre dos religiones monoteístas y, por tanto, estructuralmente violentas, llamadas a erradicar cualquier competencia en el control de los hombres, estaríamos haciendo una lectura injusta, sesgada, interesada, de este fenómeno. No sería fácil de explicar, por ejemplo, por qué en la batalla de Tell Basher, en octubre de 1108, Tancredo de Antioquía, aliado con el turco Ridwan de Alepo, se enfrenta hasta la muerte contra el emir de Mosul, Yawali, y Balduino II de Edesa. No existe, en este enfrentamiento, una motivación religiosa, sino que se debe buscar en otro lugar».
Hay razones históricas que se debe tener en cuenta, y que van más allá de la mera atribución de las Cruzadas a motivaciones exclusivamente religiosas. Y tampoco es justo con la Historia hacer de la religión cristiana la culpable de todo. Como afirma José Carlos Martín de la Hoz, en Historia de la confianza en la Iglesia, «a finales del siglo XI hay un nuevo ciclo del Islam. Por una parte, en Oriente los turcos amenazaron el Imperio bizantino; y, en Occidente, los almorávides entraron en España y terminaron con la convivencia que había entre mozárabes y musulmanes». En este contexto, nacieron las Cruzadas y, «aunque se suele hablar de cinco o seis Cruzadas, en realidad la auténtica Cruzada fue la primera. Ésta abarcó de 1095 a 1099 y fue el primer intento de reconquista de los Santos Lugares; por tanto, fue el primer esfuerzo por hacer retroceder al mundo islámico». Desde la perspectiva musulmana, tampoco se puede decir que el Islam fuera la principal justificación para el enfrentamiento. La clave está en «la conversión al Islam de algunas tribus mongoles; de ahí surgieron posteriormente los turcos que establecerían un nuevo califato. Los turcos selyúcidas, en 1071, conquistaron Jerusalén a los musulmanes fatimíes y comenzaron a poner obstáculos a los peregrinos cristianos que acudían a Tierra Santa. La profanación del Santo Sepulcro removió la fe de los cristianos europeos, y el emperador bizantino Alejo I realizó una apremiante llamada a Roma y a Occidente reclamando ayuda». Y así empezó todo.
Para el profesor Calvo, «el Islam, desde el siglo IX, según escribe el libanés Amin Maalouf en Las Cruzadas vistas por los árabes, había perdido el control de su destino. La mayor parte de los dirigentes ya no son árabes, y a la codicia del pueblo turco, procedente de las estepas del Asia central, convertido al Islam, el califato suní de Bagdad no añade guerrero alguno deseoso de conquistar territorios en el corazón de Europa. El riesgo militar del siglo XI no procede del Islam, cuyos intereses son otros. Los turcos, que, en el siglo XVII, llegaron a las puertas de Viena, tenían otras motivaciones ajenas a su condición religiosa. La amenaza del equilibrio oriental después de la batalla de Manzikert, en 1071, por la que los turcos derrotaron a los bizantinos, hace que el emperador bizantino recurra a la ayuda de Occidente en un complejo proyecto que acabó, en 1204, con el saqueo de Constantinopla por sus mismos aliados».
Y es que no es menos cierto que las Cruzadas acabaron en un totum revolutum que poco tenía que ver con las intenciones originarias. «La leyenda negra de las Cruzadas debería estudiarse mejor. Muchas ciudades del Levante palestino entregaban sus tesoros a los cruzados convencidas, por la fama que les acompañaba, de que serían presa de duras represalias si oponían resistencia. La leyenda se fue fraguando, aunque tenía muy poco que ver con la realidad original de la presencia, en los primeros años, de familias enteras, padres e hijos, que iban con los cruzados para instalarse en Tierra Santa», confirma el profesor Calvo.
«Una cosa parece cierta -afirma este profesor de San Dámaso-. El resultado de las Cruzadas fue un fracaso. Occidente no logra frenar sus propias amenazas, sobre todo las internas; y Oriente pierde el pulso de la dinámica histórica. Así, la inestabilidad se hace crónica». Y si de aquellos polvos vienen estos lodos, se puede decir que la influencia en el paisaje político, más que religioso, que dejaron las Cruzadas se ha dejado ver hasta el día de hoy.
Mapa medieval de la ciudad de Jerusalén
Consecuencias para hoy
«La quiebra no ha sido superada», señala el profesor Calvo, quien sostiene que, «si Occidente supo aprovechar la riqueza intelectual de Oriente, su ciencia y sus descubrimientos agrícolas, los pueblos del Islam, encerrados, asediados por el fundamentalismo defensivo, intolerante, estéril, se negaron a aceptar las ideas de los cruzados que, todavía hoy, son la imagen del cúmulo de males que representa Occidente. No sólo mueren hoy coptos en Egipto, o cristianos en los países del Magreb; en los atentados suicidas de Bagdad, los integristas islámicos amenazan a los musulmanes por igual».
De todo ello se concluye que «señalar la religión como fuente de violencia no es más que un intento grosero, simplista, de explicar los problemas de los pueblos de la tierra. En 1095, la llamada del Papa Urbano II habría que leerla como un intento de solucionar problemas que nada tienen que ver con la religión: la amenaza del pueblo turco en Oriente, a lo que se añaden las guerras feudales que estaban empobreciendo los reinos de Occidente en aquellos años».
De todo ello se concluye que «señalar la religión como fuente de violencia no es más que un intento grosero, simplista, de explicar los problemas de los pueblos de la tierra. En 1095, la llamada del Papa Urbano II habría que leerla como un intento de solucionar problemas que nada tienen que ver con la religión: la amenaza del pueblo turco en Oriente, a lo que se añaden las guerras feudales que estaban empobreciendo los reinos de Occidente en aquellos años».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La Gruta de la Anunciación
Aquí se hizo carne
«En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel, de parte de Dios, a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María». Hoy, el punto del mundo elegido por Dios para asumir nuestra carne, padece un estado de conservación preocupante, por las filtraciones de agua que llegan hasta la gruta de la Anunciación en el período de lluvias.
Entonces, Nazaret era un pueblecito pequeñísimo y desconocido, situado en Galilea. La Nazaret evangélica no tenía más de 30.000 metros cuadrados (200 por 150 m), con medio centenar de grutas-vivienda. Las excavaciones de un franciscano, el padre Bagati, demuestran que la Nazaret evangélica no sobrepasaba la colina que es actualmente propiedad de la Custodia. Incluso podemos señalar el lugar del precipicio (Lc 4, 29) a unos 300 metros de la sinagoga.
En la planta baja de la basílica actual, encontramos los restos de la casa de María. Delante de la gruta de la Anunciación aparecieron restos de una construcción, en cuyos sillares se leían inscripciones en diversos idiomas, del estilo: Alégrate María.
Me decía un peregrino que éste era el sitio donde más a gusto había rezado. Realmente, aquí es fácil hacer oración, imaginándose a la Virgen hablando con el ángel, contemplando la gruta y el mármol donde se lee: Verbum caro hic factum est: El Verbo aquí se hizo carne. Ahora no se puede rezar dentro de la gruta por problemas en la estructura. Sólo se ve desde detrás de una reja. ¡Cuánto ayuda rezar aquí para ser generosos con Dios, y decirle Sí -como hizo nuestra Madre- en todo lo que nos pida!
En la planta baja de la basílica actual, encontramos los restos de la casa de María. Delante de la gruta de la Anunciación aparecieron restos de una construcción, en cuyos sillares se leían inscripciones en diversos idiomas, del estilo: Alégrate María.
Me decía un peregrino que éste era el sitio donde más a gusto había rezado. Realmente, aquí es fácil hacer oración, imaginándose a la Virgen hablando con el ángel, contemplando la gruta y el mármol donde se lee: Verbum caro hic factum est: El Verbo aquí se hizo carne. Ahora no se puede rezar dentro de la gruta por problemas en la estructura. Sólo se ve desde detrás de una reja. ¡Cuánto ayuda rezar aquí para ser generosos con Dios, y decirle Sí -como hizo nuestra Madre- en todo lo que nos pida!
Santiago Quemada
unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com
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