miércoles, 3 de octubre de 2018

EL HOMBRE QUE FUE LUNES; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ




El lunes, con el caos desatado en Barcelona, cuando los manifestantes encerraron a la policía en el parlamento (¡a la policía! ¡en el parlamento!), el fugitivo Carles Puigdemont soltó un tuit en que decía: "Sin van encapuchados, no son del 1-O. Si usan la violencia, no son del 1-O. Lo harían a cara descubierta y de forma pacífica. De esa manera vencimos, hace un año, a un estado autoritario. ¿Quién tiene interés en infiltrar la violencia perdedora allí donde hemos resistido con una paz vencedora?"

Resulta chocante que quien puso los pies en polvorosa venga a dar lecciones de resistencia, de derrota al Estado y de paz vencedora. Es de una violencia extrema contra el sentido común, pero encapuchada. Merece la pena quitarle la máscara. Podría intentarlo la ministra Calvo, últimamente muy preocupada con la falsedad en los medios y la intoxicación informativa. Sería fácil, cotejando las fotos de los manifestantes, la identidad de los detenidos y la biografía del tipo que le reventó la nariz a un policía por la espalda, del que también dijeron que era un infiltrado policial.

Sería fácil, pero lo de Puigdemont tiene otra lectura. Su argumento recuerda al de El hombre que fue Jueves, aquella novela de Chesterton en la que un policía se infiltra entre los anarquistas y va descubriendo, poco a poco, que todos, uno tras otro, hasta llegar al máximo jefe, son policías infiltrados también. ¿Y si todo el movimiento nacionalista está formado por infiltrados españoles que trabajan para la unidad de la patria? Para empezar, españoles sí que son todos, como consta en sus DNI.

También trabajan, si nos atenemos a los hechos, por la unidad del Estado. El fugado Puigdemont, ¿no es un ejemplo andante de vergüenza encapuchada, dejando atrás y en la cárcel a los suyos y a las empresas de su región también fugadas, pero en sentido contrario? ¿No han extinguido a estas alturas cualquier complejo de superioridad del catalanismo viendo la que han liado y para nada? ¿La idea de un solo pueblo ha saltado por los aires, ahora que la división de Cataluña está tan multiplicada que en el interior de cada catalanista hay dos o tres con una difícil convivencia entre sí y agrias contradicciones?

Tiene razón Puigdemont. Hay infiltrados por todas partes. Por todas. Infiltrados. No olvidemos, para terminar de aclararnos, cómo se subtitulaba con aguda precisión la novela de Chesterton: "Una pesadilla".

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