El gesto de Pedro Sánchez de jurar su cargo sin Biblia y sin cruz es el primero del sinfín de posturitas en que va a consistir su gobierno. Lo más inquietante de la escena no era la ausencia de los símbolos religiosos, sino la sensación de que al nuevo presidente también le sobraban los símbolos civiles: la Constitución y el rey. Se vio en los socios de moción con los que ha llegado a esa mano que posaba lacia en la Carta Magna y en el mínimo cabeceo al sesgo con que sustituyó la reverencia al monarca. Más imaginativo por mi parte fue ver que la otra mano, la que tendría que haber puesto sobre la Biblia, estaba a la altura del bolsillo. ¿También simbólicamente?
Pensaba despacharlo con indiferencia. Para un cristiano está muy bien que quien no lo sea no huelle nuestros iconos. Incluso iba a alabar la coherencia pionera de quien sabe que no va a actuar como un gobernante cristiano, como no lo hicieron sus predecesores, que sí juraron, en cambio, ante la cruz y las Sagradas Escrituras. Con que Sánchez cumpliese con cumplir y hacer cumplir la Constitución, nos dábamos con un canto en los dientes. Si no, buena cruz tenemos ya por delante.
Sin embargo, un pequeño matiz me llamó poderosamente la atención. Pdro prometía su cargo sin cruz, sin Biblia y... sin votos. No quiero decir que su moción de censura no haya sido legal, qué va, lo ha sido, aunque ganada en los despachos, como se dice, negociando con lo peor de cada casa, y amparándose en el procedimiento. Es como cuando se gana un pleito con una finta procesal o gracias a un defecto de forma, sin entrar en la justicia objetiva. Sánchez, igual, todo legítimo, sí, sí, pero sin votos.
Recordé entonces a Chesterton y su defensa de la democracia por la tradición y viceversa. Del mismo modo que la tradición es la democracia de los muertos y el voto de nuestros antepasados, el inglés sostiene que la gente sencilla prefiere la tradición y que, si quieres hallar preservado y respetado lo de siempre, no hay más que seguir los pies de la multitud.
Siguiendo esos pies, no me negarán que hay un poderoso simbolismo en el hecho de que el único presidente de la democracia española que haya prometido sin cruz y sin Biblia sea el único que no ha ganado unas elecciones. Una imagen vale más que mil palabras, y ésta es un retrato definitivo de que la descristianización ha sido una cuestión de elites. Los votantes no hemos dicho ni mu.
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