He leído El deber moral de ser inteligentes, de Gregorio Luri, a ver si se me pegaba algo. Por lo pronto, me ha dejado un portentoso cargo de conciencia. Insiste Luri en la importancia de que los niños lean y pone dos ejemplos, estratégicamente situados al principio y al final de su libro. El de Camus, cuya madre, pobre e iletrada, lo llevaba a la biblioteca pública, y cuyo profesor le leía en voz alta. Y el caso de Benjamin Carson, director de neurocirugía pediátrica en el Hospital Johns Hopkins. Su madre, empleada doméstica, se dio cuenta de que la gente que triunfaba pasaba más tiempo leyendo que viendo la televisión. Sus hijos sólo verían tres programas por semana. Después tenían que hacer una ficha, que ella repasaba en silencio y subrayaba. Años después, Carson descubrió que su madre no sabía leer.
Yo, en cambio, leo todo lo que puedo, pero el ejemplo es de las cosas más sobrevaloradas que existen. Para poder leer, dejo que mis niños vean la televisión, si la ponen bajita. Me siento un monstruo.
Comprenderán ustedes la alegría que me ha dado el entusiasmo de mis hijos con el libro El arte de pasarlo bien de Ximena Maier. Son 50 ideas para entretenerse con cualquier cosa. Trae un decálogo para esculpirlo en piedra. Empieza con "Niño embarrado, niño feliz". Continúa con "Los adultos tiene que estar, pero no contralar" Y acaba con esta maravilla: "Que se apañen".
Pero lo mejor ha sido el fervor de mis hijos. Carmen ha escrito "Es el libro más maravilloso que he leído". Ambos lo han apuntado en su cuaderno de lecturas del colegio regodeándose en computar sus ciento y pico páginas y sin decir ni mu, pequeños pícaros, de que trae muchas más ilustraciones (de alta calidad y gracia, como de Ximena Maier) que texto.
Maier propone una actividad y le basta dibujarla para hacerla profundamente atractiva. Son tan sencillas (bañarse en un río, mirar las estrellas, echar una carta al correo…) que sobran los manuales de instrucciones y ella se salta, provocadoramente, todas las advertencias de peligrosidad. Mis hijos se creen que han burlado (otra forma de pasarlo bien) las tareas escolares y los consejos paternales, pero no. Leer una frase no deja de ser un hábito mecánico, una habilidad técnica; pero leer un libro es pasártelo bien y sentirse impelido a hacer algo bueno. Pocos libros te lanzan tan disparados a las aventuras como éste, igual que a don Quijote los suyos.
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