Lo mejor del Mundial de Fútbol ya ha pasado. Se llama Pedro Henrique. Es un niño de ocho años de Sao Paulo. Su madre, Gleice, no le podía comprar el álbum Panini de Rusia 2018 ni mucho menos esos sobres adictivos de estampitas… repetidas. El niño, en vez de echarse a llorar, montar una pataleta o maldecir su suerte, aseguró que no había problema. "No hay problema" es una de las frases más hermosas del mundo, sobre todo cuando se le dice a un problema a la cara. El niño decidió dibujar él todas las estampitas, buscando los modelos en internet o pidiendo prestada un minuto una estampa. Son 126. Le han quedado genial. Se ha convertido en un fenómeno mediático y, más importante aún, en el orgullo de sus compañeros de cole y, todavía más, en la honda alegría de su madre. ¿Es o no es lo mejor del Mundial?
Cuanto más lo pienso, mejor. No todo es buenismo y ternura aquí, sino que hay un fondo de espléndida venganza. Avisaba Gómez Dávila que un buen escritor es el que moja la pluma arrancada de un remo angélico en tinta infernal. El pequeño Pedro Henrique Blaco Arouca nos representa, tomando venganza de esa maldición, a medias Tántalo, a medias Sísifo, de los sobres y las estampas, con algunas estratégicas que eran imposibles de conseguir y que, de pequeños, nos tenían yendo al quiosco a todas horas a experimentar una frustración amarga. Quizá cunda el ejemplo. Pedro Henrique le ha abierto un Canal de Panamá a Panini, que quería que pasáramos todos por el tormentoso Estrecho de Magallanes de los quioscos y los sobrecillos.
Más importante que la venganza, la épica. La madre declaró a la cadena O Globo: "Pensé que se iban a reír de él por no tener el álbum, porque los otros chicos sí lo tienen original y el de él ni siquiera es una imitación, sino dibujado". Nadie puede hacer nada grande si no arrostra que los demás se rían de él. Dejar que los demás se rían, y hasta reírte con ellos de ti, es, desde don Quijote, uno de los avíos fundamentales del idealista.
El arte auténtico tiene que nacer de la necesidad, eso se sabe. En este caso, la metáfora es perfecta, porque Pedro Henrique cogió una carencia angustiosa y la convirtió en un espectáculo gozoso para el mundo. Ojalá todos seamos capaces de jugar tan magistralmente al contrataque contra la vida y, después de una magnífica carrera por la banda, tres o cuatro regates, y un cañito, meterle un gol así por toda la escuadra.
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