domingo, 24 de diciembre de 2017

* ¿Y DICEN QUE MAÑANA ES NAVIDAD?




Hoy por razones obvias voy a cerrar desde este mismo momento la edición de SED VALIENTES y lo hago con mi tradicional Cuento de Navidad que se ha publicado en mi semanal tribuna de Información San Fernando en el apartado que dirige y coordina mi buen hermano Pepe Moreno Fraile.

Hoy he intentado mirar desde otros ojos quitando todo lo accesorio, lo que nos distrae, de lo que es la verdadera Navidad.

Con estas palabras desearos a todos mis lectores, buenos y queridos amigos así como hermanos en la Fe, una MUY FELIZ Y CRISTIANA NAVIDAD.

Jesús Rodríguez Arias 





¿Y DICEN QUE MAÑANA ES NAVIDAD?



Aunque los años no habían pasado en balde y cada día se encontraba más cansado siempre se le podía ver con mirada de niño. Mantenía esa clase de ilusión como la chiquillería espera a que los Reyes Magos pasen por su casa, con esa clase de ilusión de los abuelos siguen poniendo el Belén, como esos padres que todavía cantan villancicos al Niño que va a nacer… Sí, los años no pasaban en balde pero todavía mantenía la mirada y el corazón de un niño.

Se llama Luis porque así lo pone el documento de identidad, esa vieja foto con Manuela que fue su novia hace mucho y por la vieja, arrugada y desgastada carta que un día le escribiera su madre Encarnación. “Querido Luisito...” Así empezaba.

Se llama Luis aunque para el mundo, que le volvió la espalda hace ya que ni se acuerda, no tiene nombre pues para el “sistema” es invisible. No consta en la Seguridad Social, no tiene cuenta en el banco, ni línea telefónica y menos tiene un perfil en Facebook. No existe y punto. ¡Mira que no tener internet!

Luis vive en la calle y duerme todos los días en un viejo portal de un banco. Mal duerme con un colchón hecho a base de cartones, con papel de periódico metido hasta el alma, con unas viejas mantas que en su día le diera un alma caritativa. Dormir, lo que se dice dormir, no duerme porque se despierta cada vez que un usuario entra y le pone cara de asco. Algunos se van porque les da miedo cuando en verdad el que tiene miedo es Luis pues bien conoce lo que es la maldad de los que se creen justos. También sabe lo que poco misericordiosa que puede ser una persona que la tienen como tal pues en menos que canta un gallo llama a la Policía y no para socorrerlo sino para echarlo de nuevo a la calle, esa calle de la que no le dejan salir pues ha cometido un terrible delito: ¡Ser pobre!

Se pasa el día sentado en esa gran avenida donde miles pasan por delante de él y lo miran sin ver. ¡Bienvenidos a la Navidad que ya está iluminada! ¿Iluminada? Las luces que a cada rincón hacen brillar no iluminan sino que ciegan la mirada de los que por nada del mundo quieren ver otra cosa que lo que quieren ver. La Navidad, en la que cree, siente y mira con ojos de niño, es otra cosa muy distinta o por lo menos debería serlo.

La Navidad no es luz cegadora, no son compras compulsivas, no son mesas que desbordan, no es sonrisa congelada llena hipócrita falsedad. Todos a una se dicen de forma automática como si de robots se trataran: ¡¡Felices Fiestas! Así cumplen con su cupo de bondad para lo que queda de año. No, la Navidad que tan bien conoce Luis es otra cosa.

La Navidad es la que vivía en casa con su madre Encarnación y con Lola, su abuela. A su padre lo mataron siendo muy joven. Él que no era de unos ni otros lo mató ese odio enfermizo de los que se creen tienen poder sobre la vida y también la muerte en una España sepia que llegó a perder el color. Su padre murió demasiado joven dejando viuda y un hijo pequeño que llevaba su mismo nombre. Sí, la Navidad es la que conoció en su casa es otra cosa…

Y lo sabe porque siente latir su corazón cada vez que vez ese recóndito Portal donde el Niño es acunado por su Padre José y su Madre María. Ese Niño que siendo lo más grande del mundo entero también quisieron hacerlo invisible los poderosos de entonces que en verdad son los de siempre. La Navidad es Jesús y no el espectáculo que a su alrededor se monta donde las luces adornan y también ciegan, donde la falsedad se mantiene bajo el formato de felicitación, donde en las mesas sobra comida que después se come el perro, donde todos se hacen regalos hasta dejar las cuentas a menos cero y son incapaces de echar un céntimo a ese “pobre” que pide sentadito en aquella esquina. ¿Darle dinero? ¿Para que se emborrache? ¡Conmigo que no cuente! Y se van ebrios de ruindad mientras se gastan todo y más en banalidades que mueren a la vuelta de la esquina.

Pero Luis sigue mirando con ojos de niño cuando ve ese portalillo que han instalado en la esquina de aquella Iglesia y ve a Jesús que lo mira con esa clase de Amor que pellizca el alma y parece que le dice: “Yo vine aquí por ti, porque eres un bendito de mi Padre”. Se emociona porque el Niño pudiendo nacer en un palacio con todos los agasajos lo hizo en una fría gruta y desnudo. Él es Dios de todos pero sobre todo de los pobres.

No está triste, está contento, porque pobre es el que tiene de todo lo mejor, incluso hasta internet, y siente en su corazón la frialdad de estar y sentirse solos porque no sabe que la Navidad sin Jesús no es Navidad.


Jesús Rodríguez Arias

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