Hoy por razones obvias voy a cerrar desde este mismo momento la edición de SED VALIENTES y lo hago con mi tradicional Cuento de Navidad que se ha publicado en mi semanal tribuna de Información San Fernando en el apartado que dirige y coordina mi buen hermano Pepe Moreno Fraile.
Hoy he intentado mirar desde otros ojos quitando todo lo accesorio, lo que nos distrae, de lo que es la verdadera Navidad.
Con estas palabras desearos a todos mis lectores, buenos y queridos amigos así como hermanos en la Fe, una MUY FELIZ Y CRISTIANA NAVIDAD.
Jesús Rodríguez Arias
¿Y
DICEN QUE MAÑANA ES NAVIDAD?
Aunque los años no habían
pasado en balde y cada día se encontraba más cansado siempre se le podía ver
con mirada de niño. Mantenía esa clase de ilusión como la chiquillería espera a
que los Reyes Magos pasen por su casa, con esa clase de ilusión de los abuelos
siguen poniendo el Belén, como esos padres que todavía cantan villancicos al
Niño que va a nacer… Sí, los años no pasaban en balde pero todavía mantenía la
mirada y el corazón de un niño.
Se llama Luis porque así lo
pone el documento de identidad, esa vieja foto con Manuela que fue su novia
hace mucho y por la vieja, arrugada y desgastada carta que un día le escribiera
su madre Encarnación. “Querido Luisito...” Así empezaba.
Se llama Luis aunque para el
mundo, que le volvió la espalda hace ya que ni se acuerda, no tiene nombre pues
para el “sistema” es invisible. No consta en la Seguridad Social, no tiene
cuenta en el banco, ni línea telefónica y menos tiene un perfil en Facebook. No
existe y punto. ¡Mira que no tener internet!
Luis vive en la calle y duerme
todos los días en un viejo portal de un banco. Mal duerme con un colchón hecho
a base de cartones, con papel de periódico metido hasta el alma, con unas
viejas mantas que en su día le diera un alma caritativa. Dormir, lo que se dice
dormir, no duerme porque se despierta cada vez que un usuario entra y le pone
cara de asco. Algunos se van porque les da miedo cuando en verdad el que tiene
miedo es Luis pues bien conoce lo que es la maldad de los que se creen justos.
También sabe lo que poco misericordiosa que puede ser una persona que la tienen
como tal pues en menos que canta un gallo llama a la Policía y no para
socorrerlo sino para echarlo de nuevo a la calle, esa calle de la que no le
dejan salir pues ha cometido un terrible delito: ¡Ser pobre!
Se pasa el día sentado en esa
gran avenida donde miles pasan por delante de él y lo miran sin ver.
¡Bienvenidos a la Navidad que ya está iluminada! ¿Iluminada? Las luces que a
cada rincón hacen brillar no iluminan sino que ciegan la mirada de los que por
nada del mundo quieren ver otra cosa que lo que quieren ver. La Navidad, en la
que cree, siente y mira con ojos de niño, es otra cosa muy distinta o por lo
menos debería serlo.
La Navidad no es luz cegadora,
no son compras compulsivas, no son mesas que desbordan, no es sonrisa congelada
llena hipócrita falsedad. Todos a una se dicen de forma automática como si de
robots se trataran: ¡¡Felices Fiestas! Así cumplen con su cupo de bondad para
lo que queda de año. No, la Navidad que tan bien conoce Luis es otra cosa.
La Navidad es la que vivía en
casa con su madre Encarnación y con Lola, su abuela. A su padre lo mataron
siendo muy joven. Él que no era de unos ni otros lo mató ese odio enfermizo de
los que se creen tienen poder sobre la vida y también la muerte en una España
sepia que llegó a perder el color. Su padre murió demasiado joven dejando viuda
y un hijo pequeño que llevaba su mismo nombre. Sí, la Navidad es la que conoció
en su casa es otra cosa…
Y lo sabe porque siente latir
su corazón cada vez que vez ese recóndito Portal donde el Niño es acunado por
su Padre José y su Madre María. Ese Niño que siendo lo más grande del mundo
entero también quisieron hacerlo invisible los poderosos de entonces que en
verdad son los de siempre. La Navidad es Jesús y no el espectáculo que a su
alrededor se monta donde las luces adornan y también ciegan, donde la falsedad
se mantiene bajo el formato de felicitación, donde en las mesas sobra comida
que después se come el perro, donde todos se hacen regalos hasta dejar las cuentas
a menos cero y son incapaces de echar un céntimo a ese “pobre” que pide
sentadito en aquella esquina. ¿Darle dinero? ¿Para que se emborrache? ¡Conmigo
que no cuente! Y se van ebrios de ruindad mientras se gastan todo y más en
banalidades que mueren a la vuelta de la esquina.
Pero Luis sigue mirando con
ojos de niño cuando ve ese portalillo que han instalado en la esquina de
aquella Iglesia y ve a Jesús que lo mira con esa clase de Amor que pellizca el
alma y parece que le dice: “Yo vine aquí por ti, porque eres un bendito de mi
Padre”. Se emociona porque el Niño pudiendo nacer en un palacio con todos los
agasajos lo hizo en una fría gruta y desnudo. Él es Dios de todos pero sobre
todo de los pobres.
No está triste, está contento,
porque pobre es el que tiene de todo lo mejor, incluso hasta internet, y siente
en su corazón la frialdad de estar y sentirse solos porque no sabe que la
Navidad sin Jesús no es Navidad.
Jesús Rodríguez Arias
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