Cuando se escribe en silencio se escucha mejor lo que el corazón quiere decir y por eso mismo y por tanto hoy he querido dedicarle a una mujer ejemplar, llena de fuerza, vivencias y Fe.
Por eso he querido dedicarle mi semanal artículo en Información San Fernando en el apartado que dirige y coordina mi buen hermano Pepe Moreno Fraile a Conchita Collantes Aguilar.
Y en este mes de diciembre seguiré escribiendo en silencio...
Jesús Rodríguez Arias
CONCHITA
COLLANTES AGUILAR
Será que este año además de
duro está siendo emocionalmente intenso que me encuentro más sensible, me fijo
más no tanto en las cosas sino en las personas, en esas que muchas veces están
junto a ti y por eso mismo ni te detienes en ellas. Ese tipo de personas que
huye de ese protagonismo que al final, la verdad sea dicha, no conduce a nada.
Hace un mes escribí uno de los
artículos que más sufrí y más gocé como fue el dedicado a Tata el cual ha hecho
historia pues no os podéis ni imaginar la cantidad de llamadas, mensajes y
conversaciones que me han manifestado su emoción pues mis palabras le habían
recordado a sus respectivas “Tatas”.
Hoy quiero traer a colación a
otra mujer que también rehúye cualquier estéril protagonismo, que le gusta
trabajar y servir desde esa segunda posición que hace no aparezca en las fotos,
de las que su presencia se nota por cuanto ha hecho, por sus silencios, sus
medidas palabras.
Yo la conozco hace tan solo 11
años aunque desde entonces forma parte de mi propia vida. Siempre le he reconocido
su valía en lo personal, en lo profesional y como mujer de profunda y recia Fe.
Mujer bondadosa que te llega a dar hasta lo que no tiene para verte feliz,
queriendo siempre agradar, de palabras y gestos medidos aunque de sinceridad
aplastante pues si a ella le gusta algo lo dice y si no también.
Fue una mujer trabajadora que
nació en Campamento que es una pedanía de San Roque muy cercana a Gibraltar.
Sus padres le inculcaron el amor por aprender, por formarse, por la Familia,
así como una inmensa, profunda y honda Fe, no obstante Antonio, su padre, fue
secretario por aquél entonces del Obispo de Gibraltar y su madre Angustias fue
una mujer piadosa entregada a su Familia y también a todo el pueblo sin más ni
más. Allí creció junto a sus hermanos Miguel y Charo.
Estudió y ejerció durante años
de Maestra aunque sería el inolvidable Padre Idelfonso Pérez Alcedo un cura
venerado en esta bendita Isla de León y muy querido en Campamento donde fue
párroco el que le aconsejara, debido a su vocación de servir sobre todas las
cosas, el que estudiara en Sevilla una carrera que empezaba por aquél entonces
como era la de Asistente Social. Marchó a la capital hispalense y fijó su casa
en la trianera calle de San Jacinto. Cuando salió con el título debajo del
brazo fue una de las pioneras de su Colegio Profesional ostentado actualmente
el número 5. Con su preparación entró a formar parte de la plantilla de la
antigua Fábrica de Botellas en Jerez de la Frontera con el cargo y la
responsabilidad de Asistente Social, la única que había.
Allí conoció a Fernando
Benítez Carrasco, que se había quedado viudo hace poco y tenía una hija, y con
el pasar del tiempo sería su marido al que amó y sigue amando con locura a
pesar de que este falleciera hace más de veinte años. Sí, le profesa esa clase
de amor que hace se le impregne sus ojos en lágrimas cuando lo recuerda y que
la verdad es que no se puede poner límites al Amor. En poco tiempo perdió a su
marido y antes a María del Carmen que era la hija del primer matrimonio de Fernando.
De esa feliz unión nació
Hetepheres que con los años sería mi mujer y que ha sido educada en los valores
de aprender, cultivarse, servir, entregarse a los demás y vivir la Fe sin
demasiados artilugios pues solo en la desnuda pureza de encauzar la existencia
según los designios de Dios se puede llegar a concebir el Amor tan grande que
nos tiene.
Hoy Conchita no es ni por
asomo lo que fue, no puede serlo porque los años no pasan en balde, pero
mantiene esa elegancia natural, esas ganas de seguir aprendiendo aunque sus
limitaciones hacen que tenga que prestar más atención con el consabido
cansancio que esto conlleva. Hoy sonríe cuando le recuerdan su infancia, su
juventud, su madurez, sus estudios, sus carreras, su bendita profesión. Sonríe
con esa melancolía propia de los que han vivido mucho cuando hablan del
Campamento de su infancia, de la trianera Sevilla de su juventud, de ese Jerez
que poco a poco va desapareciendo y que ella con su ejemplo y vida ayudó en
parte a construir.
Ahora Conchita es una mujer
orante siempre con su rosario en la mano, una mujer con hondos silencios y
recuerdos que se mezclan en su memoria, una mujer de Fe que necesita para vivir
la Eucaristía. Una mujer tranquila aunque todavía a sus años se rebela contra
las injusticias sea cual sea.
Fernando y Conchita supieron
inculcar sus valores, sus virtudes, sus deseos de conocer, su modelo de vida de
servicio y entrega a los necesitados, su Amor por la Eucaristía, por la Fe, por
la Iglesia y por la vida a Hetepheres haciéndola ser la mujer que es hoy en día
y aunque tan solo sea por eso le doy las gracias a mi manera que es en forma de
artículo donde el corazón de nuevo se hace palabra.
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