Pedro Espinosa
Los caminos del Señor son inescrutables. La frase, tan conocida, bien podría aplicarse a un gran amigo, a un gaditano amante de sus tradiciones, a una buena persona que, tras perder a su mujer por una triste enfermedad, descubrió una vocación que siempre había estado ahí, solapada desde la infancia. Ayer, tras siete años de estudios, cuatro de ellos en el seminario, Antonio Lago se ordenó como sacerdote. Un día antes mantuvimos una conversación con él en la que nos contó cómo esos caminos del Señor le han llevado a formar parte de la Iglesia.
-A poco más de 24 horas de ser ordenado sacerdote, ¿qué sensaciones tiene?
-Pues lo que siento es que mi vida va a cambiar un poco, es un nuevo paso dentro del proceso. En julio fue la ordenación de diácono, y aunque ya formas parte del clero, no tomas la conciencia de ahora, cuando ya es la ordenación sacerdotal, marca más, es un cambio mucho más profundo.
-Siempre le ha tirado a usted la Iglesia, aunque no haya sido hasta la edad madura cuando, por circunstancias de la vida, decidió dar el paso y entrar en el seminario.
-Pues sí, desde que era un niño, cuando me gustaba jugar a decir misa. Luego la vida me fue llevando por otros caminos, las circunstancias cambiaron, me quedé sin padre cuando tenía apenas 20 años, y al ser hijo único pues mis planteamientos variaron. Tuve que tener una vida más civil, más dedicado a mi madre, que era mi única familia, y luego me casé. También viví las tradiciones nuestras de Cádiz que tanto nos gustan, el Carnaval, la Semana Santa, el Cádiz... En fin, lo normal.
-Tiene usted una vida un tanto novelesca si me permite la expresión, con muchos giros bruscos hasta que, a una edad que no es la más habitual, le llega la llamada definitiva de Dios y la acepta con alegría .
-Pues sí. Siempre he ejercido de gaditano, que a mí eso de gadita no me gusta. He salido en coros de Carnaval, he cargado pasos, he sido un apasionado del Cádiz, involucrándome cuando necesitó ayuda para no desaparecer, todo eso me ha gustado. Lo que ocurre es que pasa el tiempo, tienes una juventud normal, hay un matrimonio, todo marcha tranquilamente hasta que una enfermedad trunca la vida de mi mujer, y es ahí, en el proceso de su enfermedad, donde se va reavivando en mí la idea de que podía dedicar mi vida a Dios.
-Pero usted siempre ha sido un hombre muy religioso.
-Sí, yo siempre he sido de misa diaria, y de estar muy cercano a la Iglesia. Y bueno, con mi guía espiritual, fui consiguiendo aclararme un poco las ideas. Dejé pasar un poco de tiempo y empecé a estudiar antes de entrar en el seminario. Porque claro, entrar en un seminario con más de medio siglo de edad, donde la media suele ser de veintitantos años, pues te genera dudas. Pero luego ves que encajas perfectamente y que eres una figura más dentro del colectivo. Recuerdo que el señor obispo, cuando se entrevistó conmigo, me dijo que no tuviera temores porque lo que él esperaba de mí es que pudiera aportar mi madurez, mi experiencia vital y pudiera dar un poco de sensatez. Y creo que he cumplido con ese objetivo.
-No habrá sido un camino fácil.
-Pues no, porque los estudios son exigentes, después siempre surgen algunas trabas, algo normal cuando uno está en un colectivo, porque como humanos que somos pueden surgir roces, aunque la verdad es que el sentimiento que yo me llevo del seminario es de confraternidad y de haberme ido formando poco a poco.
-Usted era profesor antes. Eso le habrá ayudado a estudiar supongo.
-Claro, me ha favorecido la experiencia que yo tuve en la antigua Casa del Niño Jesús, enseñando a niños y jóvenes, donde estuve tantos años trabajando.
-Estaba todo como un poco predestinado ¿no? Porque pasa de la Casa del Niño Jesús al seminario.
-Sí, es curioso. Mi vida parece que estaba orientada hacia esto, hacia la dedicación hacia los demás.
-Pero mira que le gustaba a usted un buen tango de Carnaval.
-Claro, ha sido una parte importante también de mi vida. He dejado buenos amigos. Ha sido uno de los mundos donde más se me ha valorado, donde más se me ha querido.
-De hecho en el año 98, cuando llega a estar al borde de la muerte, recuerdo a mucha gente rezando por usted.
-Sí. Coincidió con el Concurso, yo salía en el coro de los Niños, 'La máquina', y estuve tres días en coma, prácticamente a punto de irme con el Padre antes de tiempo.
-¿Y vio usted la luz esa de la que hablan al final del túnel?
-Bueno, algo se siente, el que ha pasado por eso algo ve. Yo a partir de aquello tuve la sensación de que mi vida iba a ser muy difícil y de que iban a acontecer cosas fuertes.
-¿Una revelación?
-Más que una revelación se puede decir un convencimiento. De hecho, primero falleció mi madre, luego mi esposa en un espacio de tiempo muy reducido, y la vida se tornó muy dura. Tanto que igual otra persona bajo esas circunstancias hubiera bajado los brazos, pero a mí me venía una fuerza inexplicable en aquel momento, que era Dios quien me sostenía para continuar hacia delante. Lo normal es que hubiera acabado refugiado en cualquier cosa, en cualquier adicción, o en otra nueva relación, pero yo tuve muy claro desde los primeros momentos en que faltó Reyes que yo lo que quería era dedicar mi vida a Dios y convertirme en la guía de la gente hacia el Reino de los Cielos.
-¿Se ha secularizado la sociedad actual?
-Pues sí. Se ha apartado de Dios, le ha dado totalmente la espalda, y eso lo percibía con el tiempo.
-¿Y desde dentro de la Iglesia lo nota más?
-Sí que se nota. La sociedad se ha montado así y la gente sólo quiere una sociedad laica y al sacerdote lo ven como alguien que le coarta su libertad. Es algo que tiene difícil explicación.
-¿Le cuesta más trabajo a la iglesia llegar ahora a los jóvenes?
-Hay gente joven muy buena, pero la verdad es que cuesta, no es un trabajo fácil. La Pastoral Juvenil en nuestra Diócesis está trabajando muy bien y está captando a muchos jóvenes, pero no es fácil.
-¿Ha visto usted una serie titulada 'El joven Papa'?
-No, no he tenido ocasión.
-Pues le cuento una escena que me llamó la atención. Durante una cena del Colegio Cardenalicio, uno de sus miembros más ancianos cae muerto de bruces sobre su plato de sopa. Un compañero pregunta en voz alta: ¿De qué habrá muerto?, a lo que otro contesta: de viejo, como la Iglesia. ¿Le hace falta a la Iglesia un lifting ya no tanto espiritual sino de cara?
-Yo creo que no, que lo que necesita es que no se le pongan tantas trabas, que se la deje trabajar, que en los colegios no se le pongan problemas a la hora de enseñar a los niños, porque hoy lo que se intenta es alejarles un poco del pensamiento cristiano. Pero yo creo que los mensajes de la Iglesia siguen siendo los mismos del principio: amor, fraternidad, amistad, unos valores que no se deben perder y que son buenos para todos.
-Antes hablaba de aquello años dramáticos en los que falta su madre y su esposa. ¿Una de las grandes enfermedades de la sociedad actual es la soledad?
-Sin duda. Es una enfermedad que afecta a muchísimas personas, pero que hay que llenarla con otras cosas en la vida. Si bajas los brazos esa soledad va a ir anidando más en ti, va a ir creciendo, empobreciendo tu espíritu, y sin embargo si intentas crecer, yo lo he hecho dentro de la Iglesia, abriéndote y buscando nuevas oportunidades, pues seguro que la vida te las va a proporcionar. También mi caso era complicado porque, como a mí me dijo un psicólogo en una ocasión, era una soledad extrema, porque no tenía hermanos, ni hijos ni más familia que algunos primos. En esos casos muy pocas personas consiguen salir hacia adelante. Yo no lo he hecho por mí solo sino porque recibí la ayuda de Dios.
-Ahora que hablaba de Dios y de fuerza, ¿cómo explicaría esa idea tan magnánima de Dios a alguien no creyente?
-Pues en primer término hablándole de la creación, de la perfección, del orden establecido al que no se le puede encontrar una explicación científica, porque hay muchas teorías pero este orden magnífico que hace que tengamos estos avances, que el hombre tenga esa inteligencia, ese punto de partida es la obra maestra de alguien supremo, alguien superior. Esa obra se hizo patente con la venida de Cristo al mundo, que llegó para enseñarnos un camino, que hay que conocer, pero si hay gente que le da la espalda, si no sabes de algo, no puedes saborearlo ni vivirlo. Yo invitaría a muchos a que conocieran la palabra, que los padres que quieren el bien de sus hijos tienen que revestirlos de esos valores que se pueden encontrar en la Iglesia. Los jóvenes que han recibido la palabra están más predispuestos a tener valores como la solidaridad, como la amistad, toda esa serie de cosas tan hermosas y tan importantes. El mundo sería mucho mejor si hubiera una inmensa mayoría que siguiera el camino marcado por Dios. Yo creo en esos valores y voy a luchar por transmitirlos.
-Cuando llegue a su nuevo destino, ¿con qué idea lo hará?
-Pues depende del marco que me encuentre. Si es un lugar que está muy descristianizado pues lo primero que habrá que hacer es luchar para que se conozca en la mayor proporción posible la doctrina. También intentaré aportar mi propia experiencia, que me vean como un ejemplo. Yo he estado en colegios públicos incluso en donde he explicado mi experiencia de vida y hay muchos jóvenes, hasta los más reticentes al principio, que después han venido y se han interesado.
-¿Cuál era su rutina diaria en el seminario?
-Pues nos levantábamos a las siete de la mañana, después hay misa en la capilla a las siete y media, empezaban las clases a continuación, hasta las dos, por la tarde, había horas obligatorias de estudio hasta las siete y media de la tarde, hay que estar pendientes también de la liturgia de las horas, por la mañana se rezan los laudes, por las tardes las vísperas y por las noches las completas, que eso hay que cumplirlo; la cena a última hora y prácticamente a dormir.
-Hay poca televisión en el seminario.
-Hay televisores pero apenas si se usan.
-¿Y hay internet?
-Sí, sí, es necesario para nuestro trabajo.
-¿Los sacerdotes modernos llegan a más personas a través de las redes sociales?
-Así es. Las redes sociales son un instrumento muy importante también para la Iglesia, es un avance importante y no se le puede dar la espalda. Hay que estar puestos en estas tecnologías.
-Y Antonio, usted que ha sido un hombre que a pesar de estar casado nunca se ha alejado de la Iglesia, ¿su opinión en cuanto al celibato es diferente a la de otros compañeros?
-No. Yo creo que Dios nos quiere célibes. En principio porque llevar una familia para adelante conlleva una serie de compromisos que son casi incompatibles con alguien que se entrega a llevar un rebaño. Llevar una familia, y llevarla bien, es algo muy serio que requiere una entrega casi absoluta, y guiar un rebaño, una parroquia, también lo es.
-Le voy a hacer una pregunta comprometida, poniéndome en la piel de la gente joven, con veinte años y las hormonas revolucionadas. ¿La castidad, el deseo, cómo se combaten, cómo se renuncia a esa necesidad?
-Pues se renuncia porque hay una entrega absoluta. No te van a dejar de atraer lo que te atrae en tu vida por ser sacerdote. Lo más normal es que al hombre le atraiga la mujer, pero tiene que ser consciente de que tiene una entrega en el amor hacia Dios y tiene que renunciar a ese tipo de relaciones. Entiendo que será más difícil para un hombre joven que para alguien que le dobla la edad. Además hay muchas tentaciones hoy por ahí sueltas que te pueden hacer caer, y lo mejor es evitarlas porque todo tiene un principio, y si caes una vez es más complicado parar. Indudablemente habrá personas que igual no podrán mantenerse castos cien por cien, eso es una lucha que se tendrá que ir mejorando con el tiempo, tampoco se podrá pedir que quien haya entrado tan joven pues camine solo, habrá que ir acompañándolo hasta ver dónde llega esa lucha.
-En estos cuatro años en el seminario, ¿ha visto a algunos compañeros renunciar?
-Bueno, ha habido de todo. Ha habido compañeros que han renunciado, otros que han finalizado su formación y otros que han visto que su vocación era otra. Este es un tiempo de discernimiento en el que vas descubriendo si puedes con unas determinadas cosas. Igual hay gente que se puede dar cuenta que su verdadera vocación de vida es una familia. Pues no pasa nada, aquí se está de forma libre. También ocurre que igual los formadores vean que no hay una verdadera vocación y entonces le hacen ver que no es el camino que tenían que tomar.
-Veo que lleva dos alianzas en sus dedos.
-Sí, una es de mi padre, que murió muy joven, con cuarenta y pocos años; y otra es la mía de casado. Estoy orgulloso de llevarlas porque forman parte de mi vida y no hay que borrarlas, simplemente uno guarda esos bonitos recuerdos.
-Antonio, ahora que va a estar más cerca de Dios todavía, ¿no podría decirle que a ver si puede hacer algo por el Cádiz, ayudarnos de alguna manera?
-Jajaja... eso me lo preguntas por mi condición de cadista. Cuánto he luchado yo también por ese tema. El deporte es una cosa mucho más terrenal, y hoy desgraciadamente muy materialista. Hoy sería impensable que un Mágico González jugara en el Cádiz, con los dineros que se mueven. El fútbol fue bonito hasta que los clubes se convirtieron en Sociedades Anónimas, que fue la muerte del fútbol.
-Otra pregunta comprometida. ¿No cree que para la iglesia hubiera sido muy bueno que el Papa Francisco hubiera llegado 20 años antes?
-Hombre, yo creo que ha habido otros grandes Papas, como Juan Pablo II, que ha sido un hombre importantísimo para la historia del mundo. Todo cambió por su forma de llevar su ministerio.
-De hecho se dice que fue clave para la caía del Telón de Acero.
-Puede ser, fue un gran Papa. Y después Benedicto es un gran teólogo, pero la prensa dio de él una imagen que me parece que fue errónea. Y ahora, bueno, pues está Francisco, yo soy un gran seguidor suyo, quizá por tener también ese carisma franciscano, yo soy muy franciscano, y claro, es, respetando todo lo que ha habido antes, un Papa estupendo. Yo admiro a todos sus predecesores pero por el Papa actual tengo especial predilección.
-¿Se sigue usted dejando crecer la barba en la Cuaresma?
-Sí, sí, totalmente. La vivo con mi barba ya canosa. Es una costumbre desde joven. Me la empezaba a dejar crecer el Miércoles de Ceniza y me afeitaba el Martes Santo, cuando salía en el Caído, que era mi cofradía, ahora tengo más, pertenezco también a Medinaceli, Ecce-Homo...
-Lo más normal es que tenga que marcharse de Cádiz, pero ¿le gustaría estar al frente de una parroquia aquí en su ciudad?
-Hombre, para un gaditano es una ilusión enorme. Yo considero que hay sitios más alejados donde a lo mejor me pueden enviar, pero para un gaditano ser párroco o cura en su propia tierra es lo máximo. Y además yo estoy convencido de que Cádiz lo necesita, porque tal y como está la cosa, sin ponerme ninguna medalla, necesita de curas que empaticen mucho y que conozcan bien la idiosincracia de los gaditanos. Pero vamos, eso a mí ya no me compete, eso es cuestión de la autoridad, que es quien decide. Como gustarme, me encantaría, es el sitio donde he nacido y creo que podría hacer cosas positivas, pero eso el tiempo lo dirá, igual vuelvo a Cádiz o igual no, Dios lo decidirá.
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