Cuando a mi hija se le cayó el primer diente, escribí un haiku que me gusta mucho, no sé si porque es bueno o por el sentimiento o porque al menos no habla de Cataluña: "Ay, Ratón Pérez,/ llévate así su infancia:/ muy poco a poco". Ahora mi hijo se estrena en el desdentamiento y, gajes de segundón, no le he escrito ningún poema melancólico. Pero nos hemos reído. Y hay que recordar que Mario Quintana afirmaba que las sonrisas desdentadas (o con diastema, como la mía) son las más sinceras.
Mi hijo no las tiene todas consigo. "¿Cómo encuentra todos los dientes, eh? ¿Existe el Ratón Pérez?", me pregunta, inquieto. "Yo no lo he visto", reconozco, "pero los regalos los trae". Le cuento lo de la celada de don Quijote y la conveniencia de no hacer preguntas volanderas cuando uno ya tiene la respuesta que le conviene en mano.
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No sé si me entiende, pero se lanza a la literatura comparada. "Lo que no existe entonces", me pregunta, "son las hadas de los dientes, porque las hadas no existen". Espero que Chesterton, tan hadófilo, no se remueva en la tumba con mi respuesta: "Las hadas no, qué va, pero los ratones sí, como demuestra la ciencia". La zoología le convence. Se queda contento como un ratón.
Yo, dándole vueltas a los peligros del multiculturalismo. Si no fuese por las hadas de los cuentos que salen en los dibujos animados anglosajones, mi hijo no habría dudado del Ratón Pérez, poniendo en riesgo la ilusión de su infancia en el peor momento, cuando aún le quedan todos los dientes por caérsele. La ventaja es que el multiculturalismo te anima a plantearte las ventajas y las bellezas de tu propia tradición por contraste y reconociendo que las otras hacen lo que pueden y que, a menudo, lo hacen bien y, de vez en cuando, mejor, aunque casi nunca, afirmo yo con los dos pies afianzados en mi cultura.
Aunque otras veces vienen en tu ayuda. Recuerdo con mi hijo a Reepicheep, el ratón mosquetero de Las crónicas de Narnia, que tanto nos gustan. Ese espadachín es el modelo a seguir por todo ratón parlante que se precie y seguro que el Ratón Pérez pertenece a su estirpe por parte de una abuela británica que tenía, como Jorge Luis Borges, y que se apellida Pérez-Reepicheep, en plan compuesto. Quién sabe si nuestro ratón no gasta también florete (por si aparece un gato) y una cola muy larga y un honor muy alto. Por eso, encuentra él tan bien los dientes de todos los niños del mundo.
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