Ciclo C - Domingo 19 del tiempo ordinario / Lucas 12, 32-48. La vigilancia del hombre sabio.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
“No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.” Dijo Pedro: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?” Respondió el Señor: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús habla a los suyos sobre el uso de los bienes terrenos. Les propone acumular bienes espirituales y eternos, en lugar de cosas materiales y perecederas: “Haceos un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Y el verdadero cristiano, el hombre nuevo debe ser un hombre libre: libre de toda esclavitud interior, de toda atadura incontrolada a los bienes y riquezas terrenas.
La codicia es una de las muchas formas de nuestro egoísmo, el que está muy metido dentro de nosotros mismos, y contra el cual tenemos que luchar durante toda nuestra vida.
“Dad limosna; y haceos un tesoro en el cielo”, nos propone el Evangelio.
El pobre, es decir, el hombre que busca tener un tesoro en el cielo, se da cuenta de que depende totalmente de Dios. Tiene una conciencia clara de su limitación humana. En el fondo, cada hombre aún sin saberlo - es un pobre. Y la pobreza material es el signo visible de esa pobreza mucho más profunda y universal: nuestra pobreza moral, nuestra fe miserable, nuestro amor raquítico. Todos somos pobres ante Dios, con nuestra culpa, nuestra miseria, nuestras deficiencias.
Pero no todos lo reconocen ante Él. Sólo aquel que conoce y reconoce su debilidad y pequeñez ante Dios, pone toda su confianza en Él, espera todo de Él, busca su protección poderosa. En esa actitud se vacía de sí mismo y se entrega filialmente al Padre. Y porque está abierto y disponible para Dios, hay lugar para el actuar divino.
“Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” ¿Y dónde está mi tesoro? ¿Busco yo los bienes de este mundo o busco las riquezas de Dios? ¿Dedico mi tiempo a los intereses terrenos o los intereses de Dios? ¿Cuál es el sentido, la verdadera meta de mi vida?
El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt solía decimos: El sentido de mi vida de cristiano es buscar a Dios, volver a Dios, caminar hacia el Padre.
No existe nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón. Nuestro anhelo es demasiado grande para este mundo. El cielo es nuestro verdadero hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad sólo será saciada en Dios y junto a Él.
Queridos hermanos, el sentido de mi vida es y debe ser: ir, caminar hacia el Padre. Y cuando muera, la muerte significará sólo una ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Me encontraré, definitivamente, con mi Dios y Creador. Estaré con mi Padre para siempre, toda una eternidad.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús habla a los suyos sobre el uso de los bienes terrenos. Les propone acumular bienes espirituales y eternos, en lugar de cosas materiales y perecederas: “Haceos un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Y el verdadero cristiano, el hombre nuevo debe ser un hombre libre: libre de toda esclavitud interior, de toda atadura incontrolada a los bienes y riquezas terrenas.
La codicia es una de las muchas formas de nuestro egoísmo, el que está muy metido dentro de nosotros mismos, y contra el cual tenemos que luchar durante toda nuestra vida.
“Dad limosna; y haceos un tesoro en el cielo”, nos propone el Evangelio.
El pobre, es decir, el hombre que busca tener un tesoro en el cielo, se da cuenta de que depende totalmente de Dios. Tiene una conciencia clara de su limitación humana. En el fondo, cada hombre aún sin saberlo - es un pobre. Y la pobreza material es el signo visible de esa pobreza mucho más profunda y universal: nuestra pobreza moral, nuestra fe miserable, nuestro amor raquítico. Todos somos pobres ante Dios, con nuestra culpa, nuestra miseria, nuestras deficiencias.
Pero no todos lo reconocen ante Él. Sólo aquel que conoce y reconoce su debilidad y pequeñez ante Dios, pone toda su confianza en Él, espera todo de Él, busca su protección poderosa. En esa actitud se vacía de sí mismo y se entrega filialmente al Padre. Y porque está abierto y disponible para Dios, hay lugar para el actuar divino.
“Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” ¿Y dónde está mi tesoro? ¿Busco yo los bienes de este mundo o busco las riquezas de Dios? ¿Dedico mi tiempo a los intereses terrenos o los intereses de Dios? ¿Cuál es el sentido, la verdadera meta de mi vida?
El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt solía decimos: El sentido de mi vida de cristiano es buscar a Dios, volver a Dios, caminar hacia el Padre.
No existe nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón. Nuestro anhelo es demasiado grande para este mundo. El cielo es nuestro verdadero hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad sólo será saciada en Dios y junto a Él.
Queridos hermanos, el sentido de mi vida es y debe ser: ir, caminar hacia el Padre. Y cuando muera, la muerte significará sólo una ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Me encontraré, definitivamente, con mi Dios y Creador. Estaré con mi Padre para siempre, toda una eternidad.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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