Ante el órdago nacionalista, mis columnas han mantenido una línea que, en estos momentos de desánimo, calificaría de discontinua. Ha consistido en apoyar al Gobierno sin fisuras a la vez que en exigirle sin descanso y sin confianza más rigor en la aplicación de la ley y en la defensa de la nación. El columnismo prefiere las columnas rectas, y hay que ser un maestro para lograr columnas salomónicas que pueden retorcerse con elegancia para recoger todas las perspectivas. Si no se es tan maestro, en el lector puede quedar la impresión de una ducha escocesa: frío de golpe, calor abrasador y vuelta a empezar.
Pensé que tanto contraste mío terminaría, felizmente o por desgracia, el 1-O. O Mariano cumplía su promesa de que no habría referéndum, y entonces yo le aplaudiría; o la incumplía y entonces pediría airadamente su dimisión. Un presidente de Gobierno no puede comprometer su palabra en cumplir su juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución y luego incumplirlo todo, palabra y juramento, por incomparecencia. En todo caso, de un modo u otro, tras el 1-O, dejaría atrás estos meses de equilibrios en la cuerda floja (de una legalidad evanescente).
Sin embargo, la realidad se ha retorcido. Los Mossos no han hecho su trabajo, pero la Policía Nacional y la Guardia Civil lo han realizado con una mezcla admirable de energía y prudencia, de la que los españoles hemos de sentirnos orgullosos y solidarios. Con su esfuerzo y riesgo, que podría haberse evitado si el Gobierno hubiera hecho su trabajo hace meses, le han ganado, al Gobierno que los metió en un avispero, un margen de maniobra.
Las espadas siguen en alto, si me perdonan la metáfora y su incómoda pero indiscutible adecuación. Hoy, 2-O, el llamado día después, es, como sus siglas sugieren, la segunda oportunidad de Rajoy. Seguramente, la última: pero aún le queda tiempo no para dialogar y reflexionar, como dijo en su comparecencia incomparecente, sino para defender la ley y el orden constitucional. Puede y debe actuar contra la pasividad flagrante de los Mossos. Tiene que hacerlo contra los políticos catalanes que han ido empujando a esto, que es sedición. Ha de reconducir la autonomía catalana y reordenar sus competencias. No ha hecho lo que tenía que haber hecho, pero aún podría hacerlo y, tras lo que hemos visto, con más motivo. Seguiremos exigiéndole y apoyándole, desesperando y esperándole. Muy poco más.
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