Ginés ha sido profesor durante 34 años. Arturo, empleado de banca unos 15. El domingo los dos serán sacerdotes. A partir de ahora, las palabras “suspenso” y “deuda” desaparecen de su vocabulario profesional. “Cristo”, “Iglesia”, “misericordia”, “verdad”, “perdón”, “esperanza” y “alegría” serán, desde entonces, los “trending topics” de su servicio pastoral.
Dos sacerdotes más. Desde el próximo domingo, 3 de septiembre. El santuario de Torreciudad será testigo de una —otra— buena noticia para la Iglesia.
Son Ginés y Arturo. Que están contentísimos.
Ginés ha sido profesor del Colegio Monteagudo (Murcia) durante 34 años. Arturo, empleado de la banca unos 15 años en Guadalajara. A los dos les apasionaba su trabajo. Eran felices. Pero el curriculum guardaba sorpresas... Y aquí están, ya de diáconos, aguardando el momento de su ordenación sacerdotal en el santuario de Torreciudad. Como flanes.
Ginés tiene 59 años, pero es consciente de que “a Dios nunca se le hace tarde”. Todavía no es sacerdote, y ya le han llegado peticiones de bodas y bautizos de sus antiguos alumnos. Tres décadas y media entre aulas, tutorías, recreos y evaluaciones. Tres décadas y media son muchas listas de alumnos, muchas historias personales, y muchas amistades para siempre.
Arturo acaba de cumplir los 42. Deportista y montañero. Antiguo alumno de los salesianos de Guadalajara y agradecido, porque, a pesar de los años, aún recuerda un momento clave en su biografía: “Una vez escuché en mi colegio que sólo se es feliz cuando se hace la voluntad de Dios. Aquello me hizo pensar. ¿Cómo puede depender de otro mi felicidad? Cuesta entenderlo, pero así es. Ocurre, por ejemplo, cuando uno está enamorado. Y sucede, especialmente, con Dios. Yo lo he podido comprobar”.
A Ginés y a Arturo les ha traído Dios hasta sus propias ordenaciones sacerdotales. A través de personas, de luces, de sombras y de episodios. Y a través del Opus Dei, que está en la almendra de sus vocaciones. Además, la escasez de sacerdotes y la conciencia del bien que pueden hacer en el mundo les ha animado a responder que sí, que aquí estamos.
Dice Ginés que desea estar a la altura de lo que “la gente” espera de un sacerdote: “Ser una persona piadosa, alegre, acogedora, que explique bien la doctrina cristiana, adaptándose a los que la oyen. Es lo que hizo Cristo”.
Dice Arturo que ha aprendido de san Josemaría que “el sacerdocio es un servicio público” y que su ilusión es servir, “porque, como dice el Papa Francisco, servir es el único modo de ser discípulo de Jesús”. Y en ese afán, se hace una pregunta en voz alta: “¿Hay alguien que no quiera mejorar el mundo? Pues el sacerdote se dedica a ello de lleno”.
Punto de inflexión en la vida de un profesor y un licenciado en Economía.
De la etapa anterior, Ginés se queda con los suficientes, los bienes, los notables y los sobresalientes. Con sacar lo mejor de cada alumno. Con ayudar a los padres en el arte de educar. Con tirar para arriba de las aspiraciones de los jóvenes. Con fomentar la ilusión por saber, por esforzarse, por conocer la verdad. Y vivirla.
Junto a las corbatas, ha aparcado los suspensos, los “cuatro-con-cinco”, las faltas de disciplinas, los partes y esas cosas que pueden ser útiles en un colegio, pero que no van en su kit de sacerdote abierto a todos.
Arturo se queda con los créditos a largo plazo, los cheques al portador, los depósitos, las ayudas a la financiación y las opciones. No se ahorrará esfuerzos por ser un sacerdote disponible en ventanilla.
En su caja ya no hay hueco para los números rojos, las cuentas pendientes, las deudas, los embargos, los intereses y las hipotecas.
Dos sacerdotes más. Para la Iglesia. Para el mundo.
Suenen en Dolby Surround las campanas agradecidas de Torreciudad.
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• Fotos de la ordenación diaconal (Roma, 25 de febrero de 2017)
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