jueves, 5 de noviembre de 2015

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7- 12

Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo: si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. Pero tú, ¿por qué juzgas mal a tu hermano? ¿Por qué lo deprecias? Todos vamos a comparecer ante el tribunal de Dios, como dice la Escritura: Juro por mí mismo, dice el Señor, que todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán públicamente que yo soy Dios. En resumen, cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios.

Sal 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar? R/.

Lo único que pido, lo único que busco
es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor
y estar continuamente en su presencia. R/.

Espero ver la bondad del Señor
en esta misma vida.
Ármate de valor y fortaleza
y confía en el Señor. R/.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Quién de ustedes si tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría; y al llegar a su casa reúne a los amigos y les dice: Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. Yo les aseguro: también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. ¿Y qué mujer hay que si tiene diez monedas de plata y pierde una, ¿no enciende luego una lámpara, barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente.»

II. Compartimos la Palabra

  • “En la vida y en la muerte somos del Señor”

Parece que había ciertas disputas entre los cristianos de la comunidad a la que escribe Pablo, motivadas por distintas maneras de pensar y que les llevaba a enfrentamientos y juicios mutuos que dificultaban la convivencia.
Pablo no entra a discutir quién tiene “razón” sino que invita a que los hermanos actúen según su propia conciencia y a evitar juicios condenatorios. Lo ideológico no es lo más importante para él; lo fundamental es preguntarse si realmente Cristo es el Señor de nuestras vidas. Y si esto es así, muchas otras cosas se relativizan.
Si realmente vivimos para el Señor y no para nosotros mismos, ¿cómo podemos anteponer lo “nuestro” por encima de lo que es lo “suyo”? Y ya sabemos esto en qué consiste: no hace falta más que beber cada día de los Evangelios y poner nuestros ojos fijos en los de Jesús y aprender de sus gestos, palabras y actitudes con la gente.
A menudo nos ocurre que hacemos absolutos de lo que no lo es y perdemos mucha energía en defender posiciones como si nos fuera la vida en ello; pero ¿realmente nuestra actitud es evangélica?
Que el sabernos del Señor nos ayude a mirar a los otros bajo la mirada misericordiosa del Padre.
  • “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido”

En la vida hay muchos tipos de alegrías; la de aprobar un examen, que nos toque la lotería, que nos salgan bien las cosas que teníamos previstas…pero ninguna comparada con la que el Evangelio de hoy nos describe, la alegría por y con los otros.
Todo el capítulo 15 de Lucas es una invitación a entrar en la alegría inmensa que Dios siente al encontrar sus “ovejas perdidas”; la alegría que brota de un corazón que es misericordia, que nos busca allí donde estemos y como estemos, que nos carga al hombro, nos lleva con Él y celebra un banquete por nosotros.
En la vida diaria vivimos momentos que nos hacen sintonizar con esta “música” de fiesta: Cuando vemos a la gente crecer y descubrir en sus vidas que Dios les ama; cuando asistimos a reencuentros tras años de relaciones rotas, cuando vivimos experiencias de perdón verdadero…. Cada uno de nosotros, desde nuestra realidad misionera, podemos ir completando esta lista con otras experiencias vividas.
Los fariseos y los maestros de la ley no pueden disfrutar de nada de esto ¡Qué pena! Su mirada dura, juzgadora y exigente ha condenado ya a aquellos que consideran como pecadores y publicanos; el centro de su corazón no es el amor sino la ley. Por eso “murmuran” ante la actitud de Jesús de comer con quienes ellos rechazan.
El papa Francisco, en su mensaje de cuaresma de 2015, escribió: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.”
Y el Dios de la misericordia nos dice hoy ¡Felicitadme! He encontrado la oveja perdida. Que podamos preguntarnos en este día ¿Por quiénes se felicita hoy Dios? ¡Ojalá haya en nuestra vida poca murmuración y mucha capacidad de felicitarnos por los otros!
Hna. María Ferrández Palencia, OP 
Congregación Romana de Santo Domingo 

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