Para los católicos de San Francisco a lo Nancy Pelosi, es decir, para aquellos convencidos de que el derecho al aborto y al matrimonio homosexual está legitimado por una correcta interpretación de la verdadera y santa doctrina, el 27 de julio de 2012 fue como el Big One, el Apocalipsis en forma de terremoto que, - dicen -, antes o después destruirá todo lo que está situado sobre la falla de San Andrés.
Ese día, el Papa Benedicto XVI nombraba como arzobispo de la ciudad más progresista que existe, la del Verano del Amor y del Mona’s Club, a uno de los obispos que estaba (y está) considerado de los más conservadores de los Estados Unidos: Salvatore Joseph Cordileone.
Rocco Palmo, fino observador de las cosas de la Iglesia al otro lado del océano [se refiere al continente americano, nota de ReL], definió con cuatro palabras el alcance de este nombramiento: “Bombshell by the bay”, una bomba en la bahía.
Después de todo, observaron enseguida los críticos, quien le impuso las manos en el acto de la ordenación episcopal fue, entre otros, Raymond Leo Burke, el cardenal que desde hacia meses prometía resistencia a ultranza contra quien quería modelar, como se hace con la arcilla, la enseñanza cristiana en materia de matrimonio y familia siguiendo los gustos de alguna iglesia del Norte de Europa temerosa de un éxodo en masa de fieles y, por lo tanto, de quedarse con la caja más vacía de lo que está hoy.
Cordileone, en tres años, ha conseguido - no es mi intención ser blasfemo - más flechas que San Sebastián.
Artículos en los periódicos, editoriales, peticiones publicas. Y marchas, manifestaciones, sentadas. Para echarlo, para hacerlo dimitir, para taparle la boca.
El San Francisco Chronicle relató la revuelta en masa estilo Guantánamo que tuvo lugar en la parroquia del Santísimo Redentor de la ciudad, conocida - así dicen - por ser “la parroquia gay más grande del país”, en agosto de 2012.
En la práctica, desde la archidiócesis habían hecho saber que no se debía encargar a un grupo de drag queens la dirección del espectáculo benéfico organizado en la sala parroquial. Fueron inmediatas las reacciones, naturalmente escandalizadas: si estos son los buenos días, decían los católicos progresistas, estamos apañados. Lo mejor es que el nuevo pastor se vaya lo antes posible. Lástima que Cordileone estuviera aún en la plácida Oakland.
Su toma de posesión en la capital libertina de la puritana tierra del destino manifiesto tuvo lugar, de hecho, dos meses más tarde. En realidad, había sido el párroco - hombre de amplias miras que había difundido un mensaje en el que explicaba que la iglesia del Santísimo Redentor estaba abierta a “ancianos, jóvenes, casados, gays, lesbianas, transgénero, ricos, radicales, tradicionalistas, fervientes y a todos los que se plantean preguntas” - quien había enarcado las cejas ante la idea de una drag queen, aunque el director ejecutivo de la iglesia le había asegurado de que “no se trataba en absoluto de un show de strip-tease”.
El arzobispo Cordileone habla en una de las marchas en defensa del matrimonio en California
A Cordileone no se le perdona lo que hizo en 2008, cuando fue el defensor más determinado y entusiasta de la Proposition 8, la resolución que pedía anular la legalización de los matrimonios homosexuales en California.
“Ha sido una gran victoria”, comentó el entonces obispo auxiliar de San Diego. Un activismo que lo llevó a ser identificado por el ala del catolicismo cool de la Costa Oeste de los Estados Unidos como un nuevo Torquemada, un cazador de herejes parecido a los inquisidores que mandaron a la hoguera al pobre Menocchio [molinero del siglo XVI, cuyo nombre verdadero era Domenico Scandella, procesado y quemado vivo por la Inquisición; su historia se reconstruye en el libro «El queso y los gusanos», ndt] relatado por Carlo Ginzburg. ¡En fin, nada que ver con un apóstol de Cristo que tiene que poner en práctica los preceptos evangélicos!
El San Francisco Bay Guardian saludó el nombramiento de Cordileone con un editorial que llevaba un título inequívoco: “El peor arzobispo desde siempre”. La primera palabra del artículo: “¡Jesús!”. El East Bay Express, al día siguiente de la efímera victoria del referéndum, observaba que el prelado “ha cultivado uno de los puntos de vista teológicamente más conservadores que se puedan imaginar. Sobre todo cuando se ocupa de cuestiones sexuales, el obispo Sal es conservador e intransigente”.
Cinco años después, cuando el Tribunal Supremo abrió el camino - siguiendo la huella dejada por el veredicto de un tribunal local - a la anulación de la Proposition 8 a pesar de que había sido aprobada por un referéndum popular, Cordileone estalló: “Es un ultraje, estamos preocupados por la solidez de la democracia”, visto que habían sido anulados “dos instrumentos que son la piedra angular de la justicia estadounidense: el referéndum y la apelación”.
Lo han acusado incluso de no ser un verdadero católico, pues su posición en realidad sería una violación del catolicismo tal como es conocido en esa latitud y que se podría resumir en la máxima“don’t ask, don’t tell”. No preguntar, no decir, lo que traducido sería que cada cual se ocupe de sus asuntos. Algo que él no ha hecho, como tampoco se ha rendido o retirado del ministerio, como muchos le pedían.
El año pasado fue uno de los pocos altos representantes de la alta jerarquía católica estadounidense que participó en la Marcha por el Matrimonio que tuvo lugar en Washington el 19 de junio.Ochenta intelectuales firmaron un llamamiento pidiéndole que se quedara en casa, que abandonara, visto que en esa marcha probablemente habría declaraciones “de odio hacia la comunidad LGBT”.
“No todos nosotros - escribían - compartimos la enseñanza oficial católica sobre matrimonio y familia. Sin embargo, apreciamos las numerosas declaraciones de los líderes católicos en defensa de la dignidad de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales”.
También Nancy Pelosi, que según el cardenal Burke no debería haberse acercado nunca a la comunión vistas sus ideas sobre aborto, anticonceptivos y mariage pour tous, se sintió en el deber de llamar al orden al prelado, enviándole una carta abierta en la que, después de subrayar “el común amor por la fe católica y nuestra ciudad de San Francisco”, pedía a Cordileone que abandonara: “Las acciones de los organizadores de la Marcha por el Matrimonio contradicen la fe cristiana basada en el respeto de la dignidad fundamental de todas las personas”. No es oportuno que un obispo participe en una concentración de este tipo, donde correrá el “veneno disfrazado de virtud”. Después de todo, “también el Papa ha dicho ’si uno es gay y busca al Señor, demostrando buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?’”.
El arzobispo Cordileone con una gorra del equipo deportivo local... "Mi deber es proclamar las verdades, también cuando son impopulares", dice con ánimo
La respuesta del prelado no se hizo esperar: “Mi deber es proclamar la verdad sobre la persona humana y la voluntad de Dios. Tengo que hacerlo también cuando las verdades que estoy llamado a enseñar son impopulares, como lo es la del matrimonio entendido como unión conyugal entre marido y mujer”.
Se habían tenido en cuenta las ofensas a la comunidad LGBT, también porque “la retórica ofensiva existe también hacia quien defiende el matrimonio como se ha entendido siempre en el curso de los milenios”.
¡Ojalá no lo hubiera dicho nunca! Una lluvia de insultos, amenazas y cartas enviadas a Santa Marta marcó las horas anteriores a la congregación. El alcalde Ed Lee y el vicegobernador de California protestaron, veinte mil fieles escandalizados firmaron una petición contra el prelado.
Él se limitó a aclarar brevemente: “En nuestra sociedad ha habido, y sigue habiendo, episodios de violencia física contra los homosexuales, y esto es deplorable. Pero es también verdad que se empiezan a dar episodios de violencia similar contra los hombres y mujeres que mantienen la visión conyugal del matrimonio”.
Y fue a la Marcha, donde pronunció uno de los discursos más aplaudidos, a pesar de que en la cita estuvieron presentes campeones de la retórica adorados en la América profunda y cristiana, como Mike Huckabee y Rick Santorum, que se las hicieron pasar canutas en 2008 y 2012 a John McCain y Mitt Romney respectivamente, en las primarias republicanas para la conquista del nombramiento a la Casa Blanca.
“La gente ha conseguido entender que lo que está dentro del útero de una madre es una vida humana y que el aborto daña a las mujeres; ha entendido también que es un bien amar la vida humana y que rodeando a la madre de amor se puede hacer la elección más feliz, la vida. La gente ha entendido también que un niño viene de un padre y de una madre. Estas verdades nos pueden parecer obvias, pero no es así para todos. La gente entenderá que la verdad del matrimonio está en nuestra naturaleza”.
A quien, entre los católicos menos ortodoxos, mostraba sondeos y valoraciones estadísticas según las cuales las prioridades eran otras, el obispo respondía: “Sí, es cierto, tenemos que arreglar la economía, dar un salario a las familias, corregir el sistema que regula la inmigración, mejorar nuestras escuelas. Pero ninguna de estas soluciones tendrá un efecto duradero si no reconstruimosla cultura del matrimonio, una cultura que reconozca y sostenga la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer”.
Unos días antes, en ocasión de la asamblea de primavera de la conferencia episcopal nacional, como presidente de la subcomisión para la defensa del matrimonio y de la familia había confirmado esta línea, en vistas también del Sínodo que tendría lugar unos meses más tarde: “El matrimonio necesita ser preservado y reforzado, no volver a ser definido. Es digno de apoyo cualquier esfuerzo cuyo fin sea reforzar el significado del matrimonio”.
Y para no crear equívocos había sido aún más claro: “No sólo aquellos que viven en un estado que viola las enseñanzas morales de la Iglesia no están en grado de recibir la Santa comunión, sino también cuantos disienten de la enseñanza divina de la Iglesia”.
El padre Thomas Reese, que había sido director hasta el 2005 de la revista America, la publicación de los jesuitas que se edita en la Costa Este, había comentado sarcástico: “Será interesante ver cuanto tiempo seguirán dedicando a hablar de control de la natalidad, descenso del número de matrimonios, bodas gay, divorcio, comunión a los divorciados que se han vuelto a casar y cosas de este tipo”.
El arzobispo Cordileone ha decretado que las escuelas católicas defiendan los valores católicos y que los profesores no promuevan de palabra o con hechos valores anticatólicos, antivida o antifamilia
La última batalla es reciente. Monseñor Cordileone ha osado promulgar un reglamento en el que se ha escrito negro sobre blanco que en las escuelas superiores católicas (y solo en éstas, obviamente) de la diócesis, los docentes tendrán la obligación de tener en cuenta los principios de la moral católica en sus cursos curriculares.
En resumen, nada de alabar los uniones homosexuales o la píldora anticonceptiva. Esto ha sido suficiente para desatar a los profesores y a los estudiantes, a la intelligentsia local y los periódicoschic como el New York Times, que rápidamente ha subrayado que todo esto es intolerable en la “ciudad que ha contribuido a dar vida al movimiento por los derechos de los gay”.
Además de la vigilia, se ha organizado también una marcha nocturna y silenciosa, a la luz de las velas, hacia la catedral de St. Mary. Gente llorando, carteles con la pregunta ’¿quién eres tú para juzgar?’ impresa como recordatorio al obispo, como si fuera culpable de insubordinación a la supuesta nueva ruta vaticana.
Sam Singer, uno de los mayores expertos en comunicación, ha hecho saber incluso que se ha recogido en oración para que el Papa expulse al arzobispo. “Pero los puntos contestados han sido todos tomados del Catecismo de la Iglesia Católica y no contienen nada nuevo”, ha replicado Cordileone: en tiempo de confusión sobre la moral, “he considerado oportuno ayudar a los profesores a dar a los propios estudiantes perspectivas válidas”, visto que “las nuevas generaciones están actualmente bajo la fuerte presión de quien quiere conformarlos según estándares contrarios a lo que creemos”.
George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II y uno de los máximos intelectuales conservadores estadounidenses, ha dicho sentirse estupefacto por el espectáculo escenificado: “Los católicos deberían estar agradecidos por el valiente liderazgo demostrado por el arzobispo Salvatore Cordileone, cuya diócesis es probablemente la zona cero de la guerra cultural que no podemos evitar y que debemos combatir si queremos que las instituciones católicas sean libres de ser ellas mismas”.
Y la lucha, ha añadido Weigel, “será fea, visto que la ‘tolerancia’ se ha convertido en una porra apta para todos los usos, con la que la revolución sexual - en todas sus manifestaciones - apalea a sus adversarios, sometiéndolos o empujándolos a las catacumbas”.
(Traducción del italiano de Il Foglio por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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