EL ALBA SE ASOMA A MI ORACIÓN. «Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.» (Evangelio del día). Muchos dicen que la muerte es el final, y tienen razón, pero también es verdad que nadie quiere morir, porque nos aferramos a la vida. En el fondo es instinto de supervivencia. Pero, con la muerte, nos encontramos frente a un misterio porque llevamos inscrito en nuestro fuero íntimo el deseo de vivir, el afán de perpetuidad. Pero, ¿cómo conciliar este deseo de vivir con la evidencia de la muerte, de nuestra vejez, del desgaste del tiempo, de la contingencia del ser? Al final uno concluye: Estoy hecho para vivir, pero no debe ser como lo entiendo yo ahora. ¿Quien quiere vivir siempre con los achaques, dolores, limitaciones, dificultades y problemas de la vida? Por lo tanto tiene que haber una trascendencia. Jesús esboza el tema: «...no sabrá lo que es morir para siempre.» Morir, tenemos que morir; pero la diferencia es morir para siempre (aquí termina todo), o morir para vivir (una vida nueva, una vida distinta). Y, aquí está la clave, no es una continuación de mi vida "terrenal", sino una continuación de mi vida "fuera de lo terrenal", por ello, espiritual. Cristo sale garante de esta "nueva vida", con una condición, que, además, es necesaria para vivirla espiritualmente. «Quien guarda mi palabra...» Pues acojamos esta Palabra con paz y que Dios nos ayude a vislumbrar la nueva vida. Santa María de Caná, ruega por nosotros. San Francisco la llamaba "hermana muerte", ¿porqué será?
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