Pienso que el mundo está demasiado intoxicado, demasiado malhumorado, demasiado alejado de lo que es verdad, pureza, de lo auténtico. La famosa crisis de las que estamos sufriendo severos coletazos, aunque los que dicen que estamos saliendo de ella son los que no conocen que la realidad de la vida es algo más allá de sus imponentes despachos, reuniones e macroinformes financieros, nos ha hecho aún más pobres y no solo en dinero sino que también ha afectado al carácter pues casi siempre estamos enfadados, preocupados, sospechamos de todo y de todos así como creemos en imaginarios enemigos que tan solo vemos nosotros.
Andalucía está marcada por el calendario electoral que será el primero de otras dos convocatorias a nivel nacional como las locales, y resto de autonomía, así como las generales. Es decir, vivimos "marcados" por un exceso de información que todo desvirtúa, que intoxica e incluso nos agrede.
Por eso a lo mejor es bueno dar un "apagón" de todo lo que tenga que ver con cuestiones políticas y del mercadeo propio de estas fechas. Todos ofrecen, todos se ofrecen, todos dan, nadie quita y además todos son muy buenos mientras los otros muy malos.
Tanto Hetepheres como yo hemos dado ese necesario "apagón" y no queremos saber nada de lo relativo a la política y el submundo que este puede llegar a generar.
Nosotros vamos por otros caminos, tenemos nuestras propias ideas, no creemos tanto en los partidos sean cuales sean sino en las personas y haremos uso del democrático ejercicio del voto dentro de nuestra propia coherencia de vida, de creencia, de coherencia personal. Nada está decidido ni tiene por qué estarlo.
Debo reconoceros lo que sabéis de antemano. ¡A mí lo que me gusta verdaderamente es mi bendito pueblo de Villaluenga del Rosario! Aquí a la sombra del Caíllo somos capaces de encontrar esa pureza, esa autenticidad, ese saber vivir que en la mayoría de los sitios que nos circundan forma parte de un pasado tan lejano en el tiempo que se pierde en la nebulosa de los recuerdos. Aquí todo es más natural a la vez que sencillo.
En Villaluenga puedo gozar admirando esos matices de colores, cual pinceladas en el más bello de los lienzos, cuando amanece por el puerto de las viñas, extasiarme con el azul rotundo del cielo tan cercano que parece que lo puedo incluso tocar, perder mi mirada en las frondosas nubes que envuelven al pueblo en días de lluvia, caminar por una alfombra blanca cuando nieva, embeber mi alma en el rojo anaranjado del atardecer cuando mi mirada se pierde allá por la puerta de la manga hasta que finalmente el sol se esconde tras el Caíllo y cae una noche tan bella y rotunda que mi pueblo que siempre es vivo, se adormece mientras las casitas blancas se divisan tímidamente alumbradas por la luz tenue y llena de romanticismo de las farolas.
¡Sí, aquí somos verdaderamente felices!
Cuando estoy en Villaluenga lo que viene del mundo me afecta bien poco pues lo veo en la lejanía y todos los mensajes pueden ser inaccesibles pues bien sabemos que la distancia es el olvido.
En Villaluenga del Rosario he encontrado respeto pues puedo hablar con todos de todos los temas, podemos coincidir o no en pensamiento, opinión, creencias, formas de entender la vida aunque siempre desde el cariño y respeto. ¡Qué de ejemplos me ofrecen a diarios mis queridos convecinos de mi precioso pueblo y que ejemplo de sabiduría ofrece un pequeño pueblo que está situado en lo más alto de la Provincia de Cádiz a todas las grandes ciudades llena de ofertas de toda clase y de tanta gente cuya única preocupación es uno mismo!
Hoy sábado hemos hecho lo que tanto nos gusta hacer: ¡Perdernos por la sierra!
Hemos vuelto a ir al encuentro de la vieja Escuela para esta vez llegar hasta ella y pisar donde tantos niños y mayores pisaron, donde tantos aprendieron a leer y escribir gracias a la entrega de las maestras y maestros que vivían con verdadera vocación su labor profesional.
Tres personas, tres almas, que aman Villaluenga del Rosario, la sierra, la desnudez de la naturaleza, el valor incalculable de los que somos depositarios.
Miguel Ángel, Hetepheres y yo nos encaminamos por Las Cañaíllas, sitio por el que se le conoce popularmente a estos parajes y que tantos recuerdos me traen de la tierra de mis orígenes: San Fernando.
Pasamos junto a la finca de Currín al cual saludamos al igual que a sus hijos mientras Hetepheres disfrutaba de los fieles perros y de todo animalillo que se moviera. Seguimos nuestro transitar por lugares de ensueño donde los cinco sentidos se hacían uno y se llegaban incluso a entrelazar sus brazos para que gozáramos de cada instante.
Paseo de fácil acceso aunque con cierta dificultad tal y como corresponde a un buen paseo por medio de lo más agreste y natural de la sierra. El envolvente silencio que quedaba roto por el sonido del aire en medio de las montañas las cuales iban cambiando de intensidad según cambiaba el sol de posición, si había alguna nube o el cielo era un inmenso tapiz azul donde perdernos en los más íntimos pensamientos.
Caminábamos a la vera del río que a estas fechas estaba seco con paso tranquilo, sereno, llenándonos de vida a cada instante. Subimos un leve repecho y nos encontramos a una pequeña distancia de los muros que albergaron la vieja escuela, antes pasamos por edificaciones derruidas de los antiguos colonos.
Os diré que llegar a la vieja escuela fue un momento entrañable, sobre todo para Hetepheres, pues admiramos la labor de la maestra o maestro de aquellos años que dedicaban algo más que su vida perdiéndose en medio de la sierra, donde todo es tan extremo como la misma naturaleza, para enseñar al que no sabe y que sin ellos a lo mejor no hubieran podido saber y conocer la libertad que da el saber. Cuantos libros no se habrán leído, cuantos documentos firmados sabiendo lo que ponían, cuantas cuentas no se habrán hecho gracias a esos hombres y mujeres que donaron su vida para ofrecer cultura, saber que no sabiduría porque eso es una virtud que se aprende con el pasar de los años o por herencia genética propia.
Hetepheres estaba gozando cada instante, tocando los viejos muros ya derruidos donde se condensaban tantas vivencias, tanto saber, tantas ilusiones, alegrías, esperanzas así como alguna decepciones e incluso tristeza.
Mi mujer es una profunda amante del saber pues está aprendiendo siempre. Para ella no hay nada que no sea interesante pues sabe que cuanto más conozca más se quiere conocer a la vez que se es más libres.
En sus ojos vi reflejados los de esa antigua maestra de la que con tanto orgullo estaba en su escuela. Y si ella era la maestra, Miguel Ángel y yo bien podríamos ser los alumnos...
Al poco nos sentamos bajo la frondoso sombra de un árbol y nos dispusimos a reponer fuerzas comiendo el bocata que todos los sábados me preparan Carlos o Ana así como unos gajos de naranjas cuyo zumo explotaba en nuestra bocas calmando nuestra sed y aportándonos las fuerzas perdidas.
Una interesante conversación del tema más desconocido, lo tengo que reconocer, por parte de mi mujer que es capaz de hablar de casi todo y más de lo que casi nadie conoce o sabe. Su avidez cultural hace que siempre tenga un libro en las manos, viendo ese programa de televisión que ni siquiera sabía que existía o informándose vía internet de lo que ruge por esos mundos y nadie echa cuenta.
Camino de vuelta por la ladera de la montaña contemplando paisajes sacados de las más bellas fotografías con un silencio que penetraba hasta los poros de la piel mientras el aire puro salía y entraba a voluntad por nuestros pulmones.
Los tres caminábamos y ninguno a la par. Hetepheres delante a unos pasos Miguel Ángel y el último, como siempre, yo. En muchas ocasiones mi querido y buen amigo me esperaba y nos íbamos charlando de "nuestras" cosas mientras nuestras miradas se perdían en la inmensidad de lo infinito.
El calor se hacía cada vez más presente y la ropa nos sobraba mientras el sudor recorría mi cuerpo de principio a fin. Solo mi sombrero, que según mi amigo Beltrán es una de mis señas de indentidad, me quitaba que los rayos de sol interfirieran deslumbrándome más de lo que ya estaban mis ojos al contemplar tan inigualable belleza.
Mientras caminaba me solía detener para captar ese momento que es único pues por más que pase mil veces por un sitio siempre serán distinto.
Desde lo alto divisamos la finca de Currín, bajamos hasta llegar al camino que dejaba atrás un paseo por lo más hondo, más auténtico, puro, agreste, natural de lo que es la sierra donde hace ya muchas décadas vivieron muchas familias y que tenían el privilegio de aprender, de saber, gracias a la labor de esos maestros de "toda la vida" que se dedicaron a enseñar en medio de lo más majestuoso y salvaje de la naturaleza.
Gracias mi querido Miguel Ángel por enseñarnos tanto, por compartir tanto, por hacernos ver con los ojos del corazón lo que en demasiadas ocasiones no llegamos a contemplar con una simple mirada.
Ahora cuando el sol hace tiempo que está tras el Caíllo y unos ínfimos rayos de sol son como puntitos que se reflejan en la montaña, ahora es cuando voy terminando de escribir este artículo al calor de mi hogar en mi bendito pueblo y aunque cuando lo publique la noche nos haya abarcado con su oscuridad quiero que este artículo sea leído no desde la penumbra sino desde la cálida alegría que nos proporciona el buen sol.
¿Y todavía alguien es capaz de preguntarme, o preguntarse, hoy en día porque estoy perdidamente enamorado de Villaluenga del Rosario?
Jesús Rodríguez Arias
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