España es el paraíso de las recomendaciones. Más de la mitad de los asesores políticos son recomendados. Y todos los que han alcanzado la cima de la gestión política, antes o después, fueron beneficiarios de alguna recomendación. Famosa es la de Juan March Ordinas, el fundador de la saga, a Ignacio Villalonga, presidente del Banco Central. «Ignacio, te agradecería que hicieras lo posible para que Tal y Tal, al que quiero como a un hijo, pudiera trabajar en tu Banco». Los deseos de March eran órdenes, y Tal y Tal se incorporó inmediatamente al Banco Central en calidad de subdirector general, un cargo de altura. Pero Tal y Tal era bastante tonto, no estaba preparado, llegaba tarde al trabajo y a los pocos meses, a Villalonga se le hincharon los dídimos y lo puso en la calle: «Lo siento Juan, pero he tenido que prescindir de tu recomendado Tal y Tal, porque sinceramente, era un desastre. Lo lamento profundamente». Y March fue comprensivo. «Has hecho muy bien. No vale nada y es un imbécil. Como comprenderás, de haber sido inteligente, responsable, estar bien preparado y ser un gran trabajador, en lugar de recomendártelo, lo tendría conmigo en la Banca March».
Hoy leo que también los ingleses se han aficionado a las recomendaciones, y que tres miembros de la Cámara de los Lores, se han forrado a cambio de gestiones poco acordes con su presumible honorabilidad. Pero han sido recomendaciones toscas, exclusivamente destinadas a ganar dinero, nada ingeniosas. Y me consuela, porque tengo a los británicos en muy alta consideración por su talento y sentido del humor. Los han cazado por algo tan vulgar como es el interés económico. Y han sido tres miembros de la Cámara de los nobles, dos laboristas y un conservador. De los laboristas me extraña menos, porque más o menos son como los socialistas de España, pero sin los resentimientos de la Guerra Civil. Pero que un «lord» conservador se dedique a la mangancia, es muestra palpable de la degradación de la sociedad inglesa. Los ingleses siempre han robado a sus adversarios, y que nos lo digan a nosotros, sus principales expoliados en la mar durante siglos. Pero nunca lo han hecho con otros ingleses, no por honestidad, sino por temor a que los expulsaran de su club preferido. Nuestras recomendaciones son infinitamente más ingeniosas, y me congratulo de ello con orgullo patrio.
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