... y líbranos del Maligno
El Decano de la Facultad de Derecho Canónico, de la Universidad San Dámaso, de Madrid, explica en qué consiste el ministerio del exorcista y cómo se inserta el rito del exorcismo en la misión de la Iglesia de continuar la obra liberadora de Cristo y acompañar a los fieles en la lucha contra el mal
Jesús vence al demonio en el desierto.
Ilustración de la Biblia Moralizada de Nápoles
(siglo XIV). Biblioteca Nacional de Francia
En el año 1998, el Papa Juan Pablo II aprobó el nuevo Ritual de exorcismos, que es expresión de la fe de la Iglesia en la victoria de Cristo sobre el poder del mal, del pecado y del demonio, y de la misión que la propia Iglesia ha recibido de continuar la obra liberadora de Cristo, luchando en su nombre contra el poder del maligno. La celebración del exorcismo se inscribe en el conjunto de la misión santificadora de la Iglesia, que, a través de la liturgia, hace presente la obra salvadora de Cristo. Por eso, el exorcismo no consiste en un rito oculto ni en el dominio de una técnica, sino en una celebración litúrgica, realizada en nombre de la Iglesia, con la finalidad de significar y realizar la santificación del hombre, liberándolo del influjo del Maligno, y tributar el culto público a Dios por parte del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
La Iglesia acompaña a los fieles en la lucha contra el mal, ya desde el catecumenado prebautismal de los adultos y en la celebración del Bautismo de los niños, con la oración y con la invocación de la presencia de Cristo, a través de los llamados exorcismos menores, o plegarias litúrgicas en las que pide la liberación de las consecuencias del pecado y del influjo del demonio, el fortalecimiento en el camino espiritual y la disponibilidad para abrir el corazón a los dones del Salvador. La celebración de estos exorcismos menores, relacionados con el Bautismo, contribuye a poner de manifiesto cómo toda la vida cristiana, desde sus inicios, se encuentra bajo el signo de la salvación.
Al bautizado, la Iglesia le sigue protegiendo ante la acción ordinaria del demonio -que consiste en la tentación para apartarse del amor de Dios y de los hermanos- con la gracia de los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía, con la proclamación de la Palabra de Dios, la exhortación a la vigilancia y a la sobriedad de vida, y con su intercesión y oración continuas. La acción ordinaria del diablo es la más frecuente y la más peligrosa, aunque no tenga manifestaciones extraordinarias, porque es la que lleva al pecado, que destruye al hombre, frustrando su vocación y su destino eterno.
La Iglesia también acompaña a los fieles que, excepcionalmente, padecen la acción extraordinaria del demonio, la cual, sin constituir un pecado en sí misma, suele venir provocada por un estado habitual de apartamiento grave de Dios y de su gracia. En estos casos, la Iglesia intercede por ellos a Cristo Salvador, a través de la plegaria denominada exorcismo mayor, que se realiza sobre los posesos, o a través de otras plegarias de exorcismo, en otros casos de intervención del Maligno, como las obsesiones, vejaciones o infestaciones. Todas estas plegarias se encuentran en el Rito de los exorcismos y están reservadas a un sacerdote designado para ello por el obispo diocesano. En cada diócesis hay uno o varios sacerdotes que designa el obispo para este oficio.
El ministerio del exorcista
El sacerdote exorcista es el encargado por el obispo para el acompañamiento de las personas que soliciten este servicio pastoral y, si después de un maduro discernimiento llega a la certeza moral de que se encuentra ante un caso de influjo extraordinario del demonio, está también autorizado para realizar la celebración litúrgica del exorcismo. Su oficio consiste, en primer lugar, en acoger en nombre de la Iglesia a las personas que soliciten su ayuda, exhortándoles a la conversión, para que, a través de la oración, la mortificación, la celebración del sacramento de la Penitencia y la participación en la Eucaristía, renueven la fe bautismal y abran el corazón a Cristo Salvador y a su gracia, que transforma la vida de cuantos creen en Él. Asimismo, les anima a integrarse en la comunidad cristiana y a practicar la caridad con los necesitados. A lo largo del proceso de acompañamiento, está previsto que el sacerdote exorcista consulte con personas expertas en la vida espiritual y con un especialista en psiquiatría, para formarse un juicio sobre la naturaleza del mal que afecta a la persona a la que está ayudando y sobre la oportunidad de celebrar el exorcismo.
El ministerio del exorcista, que incluye la acogida, la escucha y el discernimiento de las situaciones de las personas que acuden a la Iglesia pidiendo ayuda, convencidas de que en la raíz de su sufrimiento hay alguna influencia maléfica de la que desean ser liberadas, es un servicio pastoral que la Iglesia ofrece bajo la guía del obispo diocesano.
El Rito del exorcismo, que sólo se puede celebrar cuando el exorcista haya llegado a la certeza moral de que se trata de un caso de posesión, debe desarrollarse de acuerdo con lo establecido en el Ritual, en un clima de fe y de oración humilde y confiada, que impida ser interpretado como un acto de magia o de superstición. Por el contrario, debe poner de manifiesto el primado de Dios sobre toda la creación, la victoria obtenida por Cristo en su Misterio Pascual, que quiere alcanzar a todos los hombres, y la fragilidad del hombre, que tiene que velar frente a la acción del adversario, sostenido siempre por la misericordia divina y por el ministerio de la Iglesia.
Roberto Serres López de Guereñu
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