Zapatero cumplió con su promesa electoral al día siguiente de ser elegido, y ordenó el repliegue de nuestros soldados de Iraq. Nuestras tropas estaban allí desplegadas en misiones de paz y no combatieron. Aquel desmantelamiento desmoralizó a nuestros militares y España mostró el culo a sus aliados. Poco después el mismo Zapatero ordenó el despliegue de tropas españolas en Afganistán. Para combatir, como está demostrado. Allí hemos perdido la vida de muchos héroes. Pero no dijo que mandaba a nuestras Fuerzas Armadas a una guerra, sino a un «conflicto bélico», ridículo pleonasmo. Un conflicto bélico no puede ser otra cosa que una guerra. Sucede que los pancartistas y titiriteros a sueldo y subvención se vendieron, fueron comprados y callaron como jirafas.
Admiro la valentía y claridad conceptual de los ingleses. Cuando fueron abatidos por las Fuerzas Especiales cuatro terroristas del IRA en Gibraltar, Margaret Thatcher no desvió responsabilidades: «He disparado yo». El segundo hijo varón de la Reina de Inglaterra, el Príncipe Andrés, combatió como oficial de la Armada británica en la guerra de las islas Malvinas, para ellos, las Falklands. En aquella guerra absurda cayeron centenares de ingleses y muchos más argentinos, y la batalla en la mar fue tan dura como cruenta. Se alzaron algunas voces «buenistas» desde el falso pacifismo. «No tengo que dar explicaciones a nadie. Soy oficial de la Real Armada y mi obligación es cumplir con mi deber».
Termina de volver a Inglaterra después de veinte semanas combatiendo en Afganistán el Príncipe Harry, oficial artillero de un helicóptero de la Fuerza Aérea. Harry es el cachondo de la familia, mujeriego, bebedor, gran bailarín y contumaz metedor de patas, pero también el miembro de la Familia Real británica más popular y querido. Y cuando le llega el turno, se juega el pellejo como el que más. A los soldados que vuelven de una misión de guerra no se les pregunta si han matado o no enemigos. En este caso, no enemigos de la Gran Betraña, sino de la civilización occidental. A Harry sí se lo han preguntado, y con toda la naturalidad posible ha respondido afirmativamente.
«Si, así lo hice, a mucha gente. Disparábamos cuando teníamos que hacerlo, tomamos una vida para salvar otra. Si hay personas intentando matar a nuestros chicos, los liquidamos, supongo».
El capitán Harry Wales, como se le conoce en las Fuerzas Armadas, acudió a cumplir con su deber a pesar de las amenazas de los talibanes. «Secuestraremos y mataremos a ese chacal borracho», anunció uno de los encantadores «señores de la guerra» del siglo XI, que es en el que viven y odian los afines a Al Qaeda. Parece que no se ha cumplido el deseo del medieval asno.
Con anterioridad al cumplimiento de su misión, Harry protagonizó un nuevo escándalo. Se publicaron unas fotografías en las que aparecía bailando con una chica en completas porretas. Sabía que en pocos días tendría que volar en su helicóptero sobre terrenos nada apacibles y amigables, y se despidió de ese modo de los placeres juveniles. «Me he portado como un soldado en su último día de permiso y no he sabido ser suficientemente príncipe». Otro rasgo de sinceridad.
Los británicos, a sus caídos y heridos en combate los tratan como héroes de guerra. Aquí, todavía lo hacemos como «héroes de conflicto armado». Me quedo con el lenguaje llano y sincero de los ingleses, siempre libres de complejos.
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