Me siento desolado. He llegado tarde al aeropuerto de Parayas, en Santander y el avión había despegado. Y lo que es peor. También he perdido los euros invertidos en las entradas, que no han sido muchos porque están rebajadísimas, pero no es momento de concesiones al despilfarro. Un camión se ha cruzado en la autovía a la altura de Boó de Piélagos y cuando se ha reanudado la circulación, mi avión superaba el primer andamio de las nubes que hoy abundan en los cielos de La Montaña.
Secad mis lágrimas, hacedme caso, procurad mi consuelo.
En homenaje a mi décimo apellido, Castelá de Mafurull, tenía pensado asistir esta tarde al gran partido internacional de fútbol que disputarán las selecciones nacionales de Cataluña y Nigeria. No lo tenía muy claro días atrás, pero cuando vi la belleza de la camiseta de la selección catalana, me vino el arreón de mis ancestros y me hice, gracias a los avances de la red, con dos localidades de lujo. Mi tatarabuelo materno, Adriá Castelá de Mafurull me habrá agradecido desde las alturas del Misterio mi esfuerzo y buena voluntad. –De nada, tatarabuelo, pero he perdido el avión–. Secad mis lágrimas, hacedme caso, procurad mi consuelo.
El partido, como tal acontecimiento deportivo, no me interesaba en demasía. Se me antojó decepcionante la elección de la selección adversaria.
Nigeria cuenta con felinos jugadores, pero no alcanza su prestigio el mínimo necesario para tener el honor de disputar este primer partido contra una Cataluña pre-independiente. Además, intuyo una falta de cortesía por parte de nosotros, los anfitriones. Muchos de los futbolistas nigerianos efectúan su primer viaje fuera de su país, y la camiseta de Cataluña puede proporcionarles más de un desasosiego mareante. Es preciosa, pero demasiado complicada para quien no está acostumbrado al barroquismo mediterráneo. Para colmo, no juegan por Cataluña ni Messi ni Iniesta, y eso tampoco les habrá parecido bien a los nigerianos, que han viajado hasta Cornellá-El Prat con la ilusión de medir sus fuerzas con los dos mejores futbolistas del mundo genuinamente catalanes. Pero lo importante, fuera de todo tipo de tiquismiquis deportivos, no es el juego, ni el resultado. Lo importante es estar ahí, lo que el lamentable camión me ha impedido. Lo dice el cartel anunciador: «Molt més que futbol». Se lo traduzco: «Mucho más que fútbol». Y el que no quiera entenderlo que se fastidie. Secad mis lágrimas, hacedme caso, procurad mi consuelo.
Me cuentan mis correligionarios y compañeros independentistas que se ha previsto la exhibición de una pancarta de más de 150 metros de longitud con un mensaje inequívoco: «Catalonia Europe's Next State». Ahora es en inglés, pero también se lo traduzco: «Cataluña, próximo Estado de Europa». Esa seguridad me alivia, pero no lo tengo tan claro. Hasta la fecha, los de la Unión Europea, el euro y todas esas zarandajas no han demostrado afecto alguno hacia nuestras legítimas pretensiones. Y nos han dicho, redicho y repetido mil veces, que si nos independizamos de España nos van a expulsar de Europa. Creo que haríamos bien en mostrarnos más prudentes, porque en Bruselas se toman estos asuntos bastante en serio. Yo creo que cambiarán de actitud cuando se certifique que los Pujol y los Mas no tienen dinero fuera de España, lo que se hará en muy pocos días, porque los Pujol y los Mas, como buenos catalanes independentistas, son incapaces de sacar de Cataluña esos millones de euros que tanto necesitamos en nuestro «Europe's next State». Pero el desasosiego nadie me lo endulza. Secad mis lágrimas, hacedme caso, procurad mi consuelo.
Y aquí estoy, en Cantabria, en el núcleo anímico de la España invasora, a pocas leguas de la astur Covadonga, con las entradas en el bolsillo, los billetes del avión a expensas de conseguir una parte de su importe, y ayudado por la mansa lluvia que hoy cae sobre esta tierra verde a destrozar, aún más, mi melancolía. Y pienso en mi tatarabuelo Adriá Castelá de Mafurull, y algo muy dentro de mí me carcome. Así que secad mis lágrimas, hacedme caso y procurad mi consuelo.
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