Muchas veces, demasiadas ya, en la vida de uno le
van sucediendo cosas de toda índole, colaboras y trabajas en multitud de
proyectos, te entregas a determinados carismas sin importar la hora, los días e
incluso la familia. Esto nos suele pasar a las personas con una serie de
inquietudes, de máximas en la vida, que tenemos ansias de aprender y formarnos
en cada campo para que podamos actuar para hacerlo sin vacilaciones y con
determinación en las situaciones que manejemos.
No me considero mayor, ni tampoco joven, estoy en
esa etapa de la vida en la cual te mueves con cierta comodidad dentro de los
que todos llaman “madurez”. Llevo desde los 18 años trabajando y colaborando en
entidades civiles y eclesiales, preponderando las últimas a las primeras, son 25 años de una cierta actividad en favor
de lo que uno pueda creer o pensar.
Esto hace muchas ocasiones una sensación de
ingratitud, de acritud embriague la boca y otras, todo hay que decirlo, te
sientes satisfecho y lleno de emoción de haber ayudado a poner un granito de
arena en la inmensa playa donde colaboraba en ese momento.
Si echo la mirada hacia atrás veo que podía haber
hecho mucho más de lo que humildemente he realizado. Que he sido demasiado
tranquilo porque, como está la situación, mi actitud tendría que haber sido más
activa.
En mi favor y descargo diré que todo lo que he
podido realizar, para bien o para mal, lo he hecho desde el corazón y la
constancia. Que me he entregado al máximo en todas las encomiendas que se me
han ofrecido y que para la realización de las tareas que he podido tener entre
las manos no me ha importado ni el tiempo, ni la hora, ni la familia y todo
esto se termina pagando.
Las cicatrices que pueda tener sobre mi espaldas
son de las consecuencias de esa entrega
si medida. Particulamente es mi enfermedad digestiva una de esas cicatrices que
tendré de por vida.
Ahora, a mis cuarenta y tres años, con un
tratamiento algo fuerte para mitigar los efectos de mi enfermedad, con
experiencia de vida suficiente, conociendo algo al ser humano y conociéndome
así como perdonándome, pues soy muy riguroso conmigo mismo, he llegado a la
conclusión que ya nada puedo, que soy un débil e ineficiente discípulo si no
tengo la ayuda de Dios. Mi vida le pertenece por completo a Él, en Sus Brazos me
acojo y entrego y recibir Su Protección Divina hace que mi alma, mi cuerpo, mi
ánimo descansen en la paz, en la tranquilidad y en la felicidad que solo
proporciona quien es Suprema Felicidad y Plenitud.
Sabiendo y teniendo el apoyo de Dios, en todo
momento y situación, TODO lo puedo, TODO se puede conseguir. No confío en mis
fuerzas que son muy limitadas, no confío en mi porque sé que no llegaría ni a
la vuelta de la esquina, no confío en mi experiencia porque sé que es corta,
confío sobre todo en Dios.
Por eso, a estas alturas de mi vida, cada vez que
tengo que emprender algo nuevo, que me requieren para algún compromiso, pongo
la decisión en Sus Manos y hablando con Él le digo, lo que le dijo Jesús, Su
Divino Hijo, en el huerto de Getsemaní: Señor, aparta de mi este Cáliz, pero
que SIEMPRE se haga Tu voluntad y no la mía.
En muchas ocasiones, cuando no me conviene o
simplemente no le valgo para esa misión, me aparta ese Cáliz y otras decide que
debo hacer lo que me piden porque por medio de mi trabajo, de mi servicio y
dedicación puedo servir al Señor y a la Madre Iglesia tal y como ellos quieren
y merecen ser servidos.
Tanto cuando una cosa sale o no, lo primero que
hago es darle gracias a Dios y os puedo decir sin temor a engaño que una paz y
tranquilidad inunda todo mi cuerpo y alma. Por esa misma razón le doy gracias todos los días por portarse tan bien conmigo, le doy las gracias en por la salud y también por la enfermedad, en las alegrías y las tristezas así como cuando soy humillado o enaltecido. Todo lo hace el Señor para mi bien, para mi purificación, en definitiva, para mi santificación.
Por eso, en todos los momentos de vuestras vidas,
en el día a día os aconsejo que pongáis vuestro caminar por este mundo, hagáis
lo que hagáis, en manos del Señor y Él que ve lo que verdaderamente nos
conviene nos lo dará si así, y por ello, somos felices y plenos en la única y
plena Verdad que representa el Padre Celestial.
Jesús Rodríguez Arias.
Amigo mío, creo que no debes exigirte más de lo que puedas dar, y si te sirve de algo te diré lo que me dijo un día un sobrino cura que tengo, en tierras de Salamanca, "Pero, tío, tu qué te crees, Dios"...porque yo me quejaba mucho de lo mal que estaban las cosas y no veía una salida airosa, además me quejaba d lo poco y mal que yo hacía, y lo tarde que me incorporé al servicio de la mejor causa que pueda haber en esta tierra, Dios y su Iglesia. Si te sirve de algo te regalo esta confesión, y yo sí que he hecho y hago mucho menos que tú.
ResponderEliminarUn abrazo