Entre su Bautismo y su Primera Comunión pasaron 50 años, pero está recuperando el tiempo a pasos agigantados. Hoy, a sus 55 años, Cristina habla de Dios a los demás porque «es lo más natural. Cristo está vivo, y me da pena que la gente no conozca lo más grande que hay en el mundo»
¿Cómo comienza tu relación con el Señor?
A mí me bautizaron de pequeña, pero poco más. He crecido sabiendo que Dios existe pero no sabía cómo es ni quién es. Lo veía como algo muy lejano. Hay mucha gente que vive de esta manera… Pasaron muchos años y yo no pensaba mucho en ello, pero siempre he tenido dentro el deseo de hacer la Primera Comunión, porque de pequeña no la hice.
¿Cuándo lo conseguiste?
A través de muchas vueltas. A mí me declararon leucemia, y mi hermana y mi cuñado, que conocían a las dominicas de Lerma, las monjas del Reto del amor, les pidieron que rezaran por mí.
Eso es mucho enchufe… [risas]
Sí, pero yo no me sentía digna. ¡Ni siquiera había hecho la Primera Comunión! Pensaba que no me merecía que unas monjas rezaran por mí, y además sin conocerme de nada. No obstante tenía que ir para darles las gracias.
Y cuándo llegaste…
Recuerdo de forma muy especial cuando estuve en la capilla del Convento, mientras la comunidad rezaba vísperas, y algo me tocó mucho. «¿Aquí qué está pasando?», pensé. Cuando hablé con ellas me dijeron que me ayudarían a prepararme para la Primera Comunión. Sor Aroa empezó a mandarme emails en los que me hablaba de Jesús, de la Virgen, del amor, de volver a ser niña para dejarme querer… Una de las primeras tareas que me puso fue ir a un sagrario y pedirle a Jesús que me hablara de alguna manera. ¡Y yo no sabía ni lo que era un sagrario!
¿Fuiste?
Sí, y allí dije: «Aquí estoy, porque me me han dicho que venga. Si estás ahí, dime algo». Ese día no pasó nada, pero después empecé a comprender poco a poco que Jesús estaba vivo y junto a mí. En Misa lloraba mucho porque no podía comulgar todavía, pero tras unos seis meses, la Virgen me regaló ir a Lourdes. Al irme, sor Aroa me dijo que estaba preparada, y que adelante, así que me confesé y recibí al Señor. Fue maravilloso.
Todo eso que estabas viviendo, ¿te lo quedabas para ti?
No. Empecé a compartirlo de alguna manera con todo el mundo. Cuando la gente me contaba sus cosas, les decía que iba a rezar por ellos. Con quien tenía alguna conversación más profunda, le decía que Cristo está vivo. Regalaba rosarios, también a gente que conocía en la calle, según me lo iba poniendo el Señor en el corazón.
¿Y desde entonces?
Hablo de Jesús y de la Virgen a mis sobrinas, a mi familia, a mis amistades, a mis clientes y a mis alumnos. Cuando me cuentan un problema o una situación les digo que voy a rezar y lo agradecen. Intento hacer comprender a todos que el Señor los quiere, que es bueno confiar, sobre todo en los momentos difíciles. También mando el Reto a personas a las que pienso que les puede servir. Por las noches, desde hace cinco años, escribo una muy pequeña reflexión siempre relacionada con Cristo y con la Virgen; la llamo main minute y la mando a las personas que me pone en el corazón. También he formado un pequeño grupo de oración que llamo Betania.
¿Qué es evangelizar para ti?
Es nuestra misión. Me da pena que la gente no conozca lo más grande del mundo. Hay que hacer lo que se puede, cada uno en su lugar y sin esconder nuestra fe. Cuando sientes una enorme alegría por tu relación con Cristo, entonces no puedes más que desear que los demás le conozcan. No se trata de dar la tabarra ni de imponer nada, porque ser pesado no da fruto. Tú enseñas una luz, y a partir de ahí, si interesa, pues bien. Nosotros empezamos y Cristo termina. Él tiene que hacer su trabajo. A veces, decir: «Oye, voy a rezar por ti» ya es suficiente.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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