La decoración de la puerta del sagrario debe ayudar a los fieles a tomar conciencia de quién se venera en el sagrario. No tiene sentido poner como decoración de la puerta del sagrario, el cáliz, el pan, espigas, uvas… porque todo fiel ve que el sacerdote ha colocado el pan eucarístico en el tabernáculo. Es necesario hacer ver en quién se ha transustanciado este pan, es decir, nuestro Señor Jesucristo y su cuerpo. La «torre eucarística» es, pues, el lugar por excelencia de la presencia del misterio de Cristo-Eucaristía. En la Eucaristía se encierra toda la obra de la redención que el Padre ha realizado por medio del Hijo; es una perenne manifestación de su amor, es una continua obra de la salvación a través de los siglos y de los lugares. ¿Cuál puede ser el trasfondo de tal manifestación de gracia, de amor y de redención? El trasfondo de la revelación de Dios como amor salvífico hacia el hombre, en efecto, es el drama de la historia de la humanidad y de todo el universo que a causa del pecado yace en el mal. El pecado ha traído al mundo la noche y la muerte. El trasfondo de la torre eucarística es la noche con todo el múltiple estrato de significado en la historia de la salvación. Sobre la no-existencia Dios impone la luz con el primer acto de la creación. En la noche Dios hace la alianza con Abraham; en la noche Jacob lucha con Dios; en la noche Moisés saca de Egipto al pueblo de Israel. En medio de la noche la Palabra saltó del cielo sobre la tierra (cf. Sab 18, 15). En la noche nace el Hijo de Dios como hombre verdadero. «En la noche en que iban a entregarlo tomó el pan». En la noche resucitó de entre los muertos. La franja negra en el ábside es apretada por el oro porque, como dice el evangelio de Juan, la noche no pudo engullir la luz porque era sobreabundante. Así, todo fiel que rece aquí ante el Santísimo podrá ser confirmado continuamente de que no existe nada en su vida tan negro, pecaminoso o dramático que no pueda ser penetrado por el amor de Dios, disipar la noche, purificar el corazón y convertir el pecado en el perdón. Probablemente por esta misteriosa tensión entre el oro como luz absoluta y el negro, que no lo resiste, esta combinación colorística está connotada por una particular belleza.
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CAPILLA DEL SANTÍSIMO DE LA CATEDRAL DE SANTA MARÍA LA REAL DE LA ALMUDENA Calle Bailen 8 – Madrid, España
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Detrás de la «torre eucarística», al lado izquierdo y derecho, se presenta la eucaristía como fármaco, medicina.
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El serprente bronce Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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La primera imagen a la izquierda recuerda la serpiente de bronce de moisés en el desierto. Todo el que era mordido por la serpiente y miraba la serpiente de bronce que puso Moisés en el bastón, fue curado y no murió. Tanto Juan (Jn 3, 14) como Pablo (1Cor 10, 9) se sirven de esta imagen para indicar a Cristo como única medicina de inmortalidad. En el trasfondo del bastón de la serpiente de bronce hay un árbol para evocar Gén 3. En efecto, en la escena se encuentran un hombre y una mujer que contemplan en actitud orante la serpiente de bronce y aunque son atacados por la serpiente permanecen perfectamente inmunes. La mujer con facilidad y con determinación aleja la serpiente insidiosa. La unión con Cristo que sucede de manera tan radical en la eucaristía hace al hombre inmune al mal del mundo y de las insinuaciones del diablo. Esta imagen es particularmente significativa en una época en la que el cristiano debe vivir tan profundamente inmerso y sumergido en el mundo y, por tanto, continuamente rodeado de tentaciones del mal. Hay que saber estar en el mundo pero no ser del mundo, hay que estar en el mal pero no dejarse implicar por el mal. El mal supremo es la muerte que vacía el sentido de todo lo que existe, pero quien come el cuerpo de Cristo y bebe su sangre aunque muera vivirá eternamente (cf. Jn 6, 51).
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Buen Samaritano Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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La segunda imagen de la eucaristía como fármaco se contempla en la imagen del buen Samaritano. La eucaristía es el acontecimiento del cuerpo de Cristo. Cristo, al asumir el cuerpo humano, asume esta humanidad herida y enferma destinada a la muerte y él, como Hijo de Dios, al asumir la humanidad, se inclina sobre el hombre herido y medio muerto para curarlo. Al mismo tiempo, la eucaristía refuerza en nosotros la vida nueva recibida en el bautismo haciendo de nosotros una parte viva del cuerpo de Cristo mismo y por eso teniendo la vida de Cristo, una vida, pues, no vinculada ya a la sangre de los padres, sino de Cristo somos capacitados para hacer los gestos de Cristo y de vivir, no sólo según Cristo, sino en Cristo. Por eso, la eucaristía nos hace capaces para la caridad. A través nosotros puede pasar ese único amor con el que Cristo nos ha amado y entonces se cumple en la misma escena del samaritano: «Todo lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Quienquiera que vive en el amor es arrancado de la muerte y custodiado en Cristo para la resurrección porque el amor dura eternamente. Así, la eucaristía es el fármaco de la inmortalidad porque nos hace ver la unidad de las dos mesas, la de la eucaristía y la de la caridad.
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Angel Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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A la derecha y a la izquierda de la torre eucarística se representa dos imágenes de ángeles, uno con la luz eterna y el otro con un purificador. El ángel es siempre testigo de la presencia de Dios y aquí, todavía más explícitamente, evoca el acontecimiento litúrgico, por tanto, la participación de la liturgia que se celebra en la tierra en la que se celebra eternamente en el cielo.
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Angel Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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En la parte izquierda sigue el episodio del maná en el desierto. El pan que Dios dio desde el cielo desvela a Cristo mismo como imagen de él (Jn 6). Cuando el pueblo se rebelaba a caminar en el desierto y comenzaba a añorar el tiempo en que estaban sentados junto a las ollas llenas de carne en Egipto, interviene Dios dándoles el pan del cielo. Uno era el alimento de la esclavitud y del estar sentado; el otro, el alimento del camino, es decir, de la vocación. El pueblo elegido es un pueblo en camino porque es un pueblo de la vocación: tiene un inicio y una meta. Con el maná Dios quería enseñar a su pueblo cómo procurarse el alimento y de qué alimento tiene verdaderamente necesidad el hombre. El hombre sólo tiene necesidad del alimento que le ayude a atravesar el desierto para llegar la tierra prometida que en el nuevo testamento se explicita como plena comunión con Dios, en Cristo. Si el hombre quería acumular el maná el alimento no resistía y venían los gusanos. Dios provee para los suyos. Todo lo que se necesita para el cuerpo viene del cielo a través de la tierra, como el maná. En la escena se ve al hombre que reza y la mujer y el niño que recogen y hacen la hogaza, precisamente para indicar que aquello que necesita el hombre no se procura con las propias fuerzas y la sola fatiga propia. A demás, el maná se recoge en un mantel: «Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos… (Sal 23, 5). Todo lo que necesita el hombre para llegar a través del desierto de la vida y llegar a la plena comunión con Dios Padre se encuentra en Cristo, en el que nos incorporamos por el bautismo. La eucaristía nutre esta vida y nos enseña también a vivir, trabajar y comer. Dios quería que cuando comían el maná se acordaran de él que proveía a su pueblo. En efecto, los cristianos aprendemos a comer desde la eucaristía porque allí aprendemos que el pan no es sólo pan, sino Cristo y por eso en todo alimento vemos un poco de su amor a través del amor de quien nos lo ha procurado, preparado o por la comunión con quien lo comemos y por medio de la creación.
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Maná Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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En la parte derecha, a continuación del ángel, encontramos la multiplicación de los panes. En el evangelio de Juan la multiplicación de los panes, del capítulo 6, Cristo quiere afirmar su origen. Los judíos, incrédulos, le piden signos igual que Moisés les procuró el maná en el desierto. Cristo se asombra de que todavía no hayan comprendido que no fue Moisés quien se lo dio, sino el Padre del cielo. Los padres que comieron el maná murieron pero quien come este nuevo pan, el verdadero, al que Cristo llama pan vivo, no morirá, sino que vivirá eternamente. Cristo afirma que él ofrece al mundo una vida que no conoce ocaso y quien le acoge a él acoge esta vida porque se une tan íntimamente con Cristo como el pan lo hace con la vida del hombre. Cristo dice que la voluntad del Padre es que quien ve al Hijo y cree en él tendrá vida eterna y él lo resucitará en el último día (cf. Jn 6, 40). Poco después dice que quien come este pan y bebe su sangre vivirá eternamente y él lo resucitará en el último día (cf. Jn 6, 54). Cristo pone en evidencia total que creer en él incluye verlo y vivir con él una relación tan total y concreta con él igual que el comer y el beber la carne y la sangre. Creer es una verdadera participación en la vida de Dios, en Cristo. Cristo es el alimento para esa vida que hemos recibido en el bautismo y que ahora está vinculada a su sangre. Al mismo tiempo Cristo pone en evidencia que la cuestión del pan es una cosa del Padre: comer el pan significa beber en el amor del Padre. El pan transmite la vida del Padre y Cristo es precisamente esa comunicación. Cristo como pan es, pues, la revelación del Padre y de su amor hacia nosotros. También a nivel humano la tradición de los pueblos nos transmite que procurar el pan era normalmente tarea del padre y por eso en la familia de la escena del maná el padre de familia está rezando para indicar que el pan para la vida que superará la muerte no se lo puede procurar el hombre ni tampoco puede el hombre añadir un solo día a su propia vida. Cristo, en la multiplicación de los panes, hace ver que, acogiéndolo a él, el Padre cuida a los suyos a partir del don de la vida que irá más allá de la tumba. Por este motivo, cualquier otro cuidado o trabajo nace de este primado del don de la vida divina y existe de cara a esta vida y en función de ella.
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Multiplicación de los panes Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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En la narración de la multiplicación de los panes sólo Juan subraya un detalle, a saber, que los cinco panes y los dos peces se los daba a Cristo un muchacho. Este detalle nos permite subrayar otra verdad teológica y litúrgica: incluso el más pequeño don nuestro que entreguemos a Cristo, en sus manos, se hace inmenso e ilimitado igual que su amor, que es universal. En muchas oraciones, después del ofertorio, se explicita cómo nuestra humilde entrega se convierte en bien para muchos. Por ese motivo se ha colocado la escena de la multiplicación dentro de una iglesia, en cuanto que el cuerpo de Cristo es la Iglesia. El niño que entrega los panes está a la puerta de la iglesia, en el límite entre el mundo y la Iglesia, entre la creación y la Iglesia. Así se hace visible cómo lo que es asumido en la liturgia pasa, en Cristo, y se transustancia en un don universal: el pan no sólo se convierte en el verdadero pan, es decir, Cristo, sino en pan ofrecido por muchos. En efecto, son siete panes para siete cestas, es decir, una multitud infinita. Además, el discípulo que distribuye el pan está muy trabado con los vestidos de Cristo para indicar la sucesión del sacerdocio y la universalidad del único sacerdocio, el de Cristo sacerdote.
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Detalle Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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Nuestra caridad no es, pues, simplemente como un esfuerzo nuestro heroico por dar, sino que es una dimensión de la caridad de Dios y de la sacramentalidad del amor. Los diáconos, que en sí, en el rito latino, no tienen un papel significativo; sin embargo, su presencia en la eucaristía es extremadamente importante. Según el designio de la Iglesia, la tarea del diácono es que organice la caridad en la Iglesia: todos ven y comprenden de modo experiencial que la caridad tiene una sola fuente, que es la de Cristo y la Eucaristía. El Padre es la única fuente del amor. Como la eucaristía encierra el paso pascual de Cristo al Padre, la Eucaristía «produce» el efecto de la caridad en las personas y multiplica el don.
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Emaús Capilla del Santísimo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Junio 2011
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A la entrada de la capilla, a la derecha, se encuentra la escena de Emaús. Los discípulos de Emaús, al reconocer al Señor cuando parte el pan, constataron la resurrección. Los dos discípulos van hacia Emaús haciendo diversos comentarios y análisis de lo que ha sucedido, de modo parecido a como sucede en la Iglesia en muchas de sus reuniones y encuentros. Todos estamos acostumbrados a comentar y analizar y nuestra mente se oscurece por estas preocupaciones y los ojos se cubren de niebla. Ellos no fueron capaces de reconocer al Señor que caminaba con ellos. Creían que era el único extranjero, a pesar de ser protagonista del acontecimiento sobre el cual discutían los dos. Poco a poco le desvelan a él mismo que lo que no lograban aceptan era el fracaso, la crucifixión, y Cristo les hace entender que era verdaderamente necesario porque él había venido, mandado por el Padre, para revelar a los hombres el amor del Padre. Para eso se entregó Cristo en nuestras manos. Al ser nosotros una generación perversa y pecadora, y todavía enemigos de Dios, le hemos maltratado y matado. Precisamente en ello él reveló el amor dejándose tratar así. En ese momento los discípulos comprenden lo que escribirán más tarde san Juan y san Pablo, es decir, que el amor permanece y que todo lo que es absorbido en el amor resucitará para la vida eterna. Por eso los discípulos, sin dudarlo, se levantan y corren hacia Jerusalén, a la comunidad. Prácticamente, los discípulos viven una especie de triduo pascual. En un cierto sentido, con ellos sucede lo que era la Pascua de Cristo y pasaron de la tristeza, desilusión, fracaso a la experiencia del amor de Cristo y, por tanto, pascual. Ellos, de dos personas que se están separando y alejando de la comunidad resucitan como dos personas de la comunión y están volviendo a la comunidad para testimoniar al resucitado. Se ha presentado esta escena de los dos discípulos bajo esta comprensión teológica y, por tanto, orientados hacia Jerusalén representada como la Iglesia. La eucaristía es, de hecho, el cuerpo de Cristo y, por tanto, también revelación de la verdad sobre la Iglesia. Cuando se reza ante el Santísimo nunca se debe olvidar que se está contemplando también nuestra verdad, a saber, nosotros como Iglesia, Cuerpo de Cristo. La devoción al Santísimo no puede en absoluto resbalar hacia un misticismo individualista porque su verdad no tiene continuamente en una sana, apostólica y caritativa dimensión eclesiológica. Quien rece en esta capilla saldrá de ella a través de la puerta de los dos discípulos de Emaús y entrará en la dinámica creativa de la Iglesia y a través de la Iglesia, con todo el mundo, en medio del cual camina la Iglesia.
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