sábado, 2 de septiembre de 2017

LA CORONA VACÍA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Ha devuelto la corona del Reino Unido. No Isabel II, sino Zoiey Smale, la Miss de las Islas. En principio, nadie, con excepción de Chesterton, que en paz descansa, podría tener más simpatía que yo al motivo. La organización le pidió que adelgazase y a ella eso le ha dado muchísimo coraje, porque tiene una talla no sé qué, muy normal (y lo es, que lo he visto). Ha renunciado a la corona y ha denunciado el certamen.
En efecto, Zoiey tiene todas mis empatías, afinidades y confluencias, pero había algo que no terminaba de gustarme de la noticia y que yo no era capaz de detectar. ¿Qué? La respuesta más obvia sería la existencia misma de estos concursos de belleza. Lo confieso, no me entusiasman. Creo en la belleza sin concursos. En la belleza general, sin competitividad. Creo en el libro de los gustos, que está escrito, sí, pero con muchísimas páginas de papel biblia de letra apretada.
Sin embargo, no son los concursos de belleza lo que me rechina. De alguna manera, tienen unas raíces antiquísimas, que hay que respetar. Ahí estuvo el juicio de Paris, entre Afrodita, Hera y Atenea y su manzana dorada "Para la más bella" que la lió casi tanto como la manzana del Edén. Otra manzana (¿qué tendrán las manzanas?) intervino en otro concurso de belleza, éste por lo popular. La madrastra de Blancanieves preguntaba al dichoso espejito: "¿Quién es la más bella de este reino?" Ni nuestro don Quijote se libró de los concursos de misses, y se la tuvo tiesas con el vizcaíno porque éste no quería darle el galardón a Dulcinea del Toboso.
Con esos precedentes por lo clásico, lo popular y lo cervantino, ¿cómo voy a estar yo en contra de los concursos de belleza por mucho que siempre acaban mal y que mi tendencia sea a verlas a todas ganadoras y a votar en blanco (en -ojos en- blanco)?
Entonces, se ha hecho la luz. Lo único que no termina de gustarme de la decisión de Zoiey es que haya devuelto la corona. Tendría que haber contestado lo que yo digo siempre: "Ah, sí, sí, quiero adelgazar". Y luego presentarse a Miss Universo sin un gramo menos. Ella bien podría haber ganado y así habría mandado un mensaje mundial a favor de la racionalidad en las tallas. Ahora, yéndose tan ofendida y humillada, deja los concursos de belleza en las manos huesudas de las ultra-delgadas. Quizá el jurado, seguro que el público, sin duda la salud y naturalmente el buen gusto habrían preferido que concursase.

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