La última esperanza de la nación española radica en los independentistas. ¡Fuerza y ánimo, muchachos! Como flaqueéis un poco, Mariano Rajoy os pone un piso. Está deseando daros un cupo fiscal (un cupo a las cup, ups), una reforma constitucional, una comisión multinacional, un diálogo bilateral, otro acomodo (aún más cómodo), alguna transferencia competencial que pueda quedar en el fondo de los bolsillos, los aeropuertos, dos huevos duros y un aquí no ha pasado nada. Resistid, por favor.
Nuestra última esperanza es que nos bajéis ni del coche tomado a la Guardia Civil ni de vuestras peticiones de independencia unilateral y referéndums por la cara. No deis un resquicio a Rajoy, que se cuela. Y nos la cuela. Seguid queriendo lo imposible, por lo que más queráis. Ponednos entre la espada y la pared. El Gobierno sólo defenderá la dignidad de España si no le dejáis otra salida.
Que esto no es una voluta paradójica para escribir una columna salomónica está a la vista de todos. ¡Qué deseo, De Guindos, de rendirse, dejándonos a los pies de los caballos a los catalanes que han resistido y al resto de los españoles en su conjunto! Sólo vuestro fanatismo y xenofobia nos puede llevar a una solución honrosa y tolerable.
A los enemigos hay que amarlos, decía el antropólogo Jacinto Choza, siquiera sea por agradecimiento. Nos ayudan a definirnos: a saber dónde estamos y quiénes somos. Yo aún diría más: un buen enemigo nos fuerza a ser fuertes, a no hacer concesiones en los principios y a defender aquello en lo que creemos. Un enemigo es un regalo, porque su existencia es un requisito para que uno pueda cumplir con el mandamiento esencial de amarlos, por supuesto, pero también porque descompone todas nuestras componendas.
España, para salir de ésta, necesita revertir muchas cosas: transferencias a las comunidades autónomas, retomar las competencias en Educación, fomentar un mensaje de orgullo de pertenencia y, sobre todo, un respeto a nuestra verdad histórica. Necesita creerse que es un Estado de Derecho y actuar en consecuencia. Necesita no mirar para otro lado ni dar media vuelta en el catre y seguir echándose la siesta de la prosperidad económica. Los políticos nacionales no están por madrugar. Mi esperanza está puesta en que los despierten las caceroladas obsesas de los independentistas, que han entrado en una deriva de inercias que, por reacción y catarsis, pueden salvarnos.
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