Hablamos de una riqueza. No sé cómo explicarlo. Tiene que ver con lo muy hondo de nuestro modo de sentir las cosas importantes. Digo la madre, el hijo, el amor, la muerte. Y la injusticia, el desamparo. También la alegría, el sentido radical de la fiesta. Además de la música. Porque el Flamenco, que es tantas cosas, es un modo de relacionarnos con el misterio y con nuestros semejantes a través de una música que se explica con palabras incrustadas en el pentagrama particular de los melismas, las notaciones, los silencios y los gritos. Camarón, nuestro Camarón de la Isla fue esa riqueza que tuvimos, y tenemos. Y que era tan copiosa que no cabía en las lindes de su bello pueblo de la infancia, el pueblo de la libertad por los esteros y los caños, las huertas, las calles y los caminos. La vieja Isla de León con la que no pudo aquel coloso llamado Napoleón Bonaparte. Puede que sean dos de los momentos más señeros de nuestra historia, el día en que se promulgó en aquel Teatro de Comedias habilitado como Parlamento de la Nación el Decreto de la Libertad de Imprenta y el año de 1950 en que nació en el patio de vecinos de la calle Carmen, 29 un niño rubio al que llamarían Camarón. O el día en que, 41 años después, le dieron sepultura en medio de la manifestación de dolor más sincero y desgarrador que he tenido la oportunidad de vivir.
Es el momento, aquella inhumación bajo un sol sin misericordia, en el que algunos sitúan el nacimiento del mito Camarón, de la Leyenda Camarón. Lo cierto es que fue una gran sacudida, muy fuerte. En el mundo gitano de toda España y para toda la afición flamenca. José Monje Cruz, transmutado de la muerte, es el recuerdo de Camarón de la Isla por su pueblo, las calles de su pueblo, la peña flamenca que lleva su nombre, la fragua de su padre y de su hermano Manuel, la centenaria plaza de toros, los esteros, las salinas, la Venta de Vargas, las huertas casi todas en la memoria sentimental de sus paisanos. Y el mausoleo de príncipe en el Cementerio de San Fernando, lugar de peregrinos y flores, en donde emerge la figura del artista sentado en una silla, elegante y alto, lleno de majestad.
Riqueza, leyenda y mito se darán cita, por fin, en el Museo Camarón de la Isla y Centro del Flamenco Contemporáneo. Formará un triángulo definitivo con el que la ciudad hermana de Algeciras erija en memoria de la otra cara de la moneda de la genialidad del Flamenco llamada Paco de Lucía. Y el que se proyecta hacer en Jerez de la Frontera, capital flamenca donde las haya. La riqueza inmaterial del flamenco tendrá un correlato necesario porque han de venir a la triple cita obligada todos quienes quieran adentrarse, o profundizar, en una creación compleja y misteriosa hecha de unos cantos primitivos con los que cantando las penas, las penas olvidaron muchos perseguidos, muchos escarnecidos por las injusticias de las épocas. Así lo deja más que claro la seguiriya de La Carraca o la cantiña del barbero del patio de la cárcel, que afeitaba con agua fría al que no tenía dinero.
Un cuarto de siglo ha pasado sobre el caserío blanco con las torres azules de la Isla. Y sobre todo lo que no se ha hecho por Camarón, que bien lo merecía. Es el artista más universal que ha dado nuestra ciudad, es el genio de los genios porque así fue adoptado por la gente que no sabía nada del flamenco, esa riqueza que ya conocen gracias a nuestro paisano, aquel niño rubio, casi transparente al que llamaron Camarón de la Isla.
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