J.L.
En casi todas las iglesias ya existen cárteles a la entrada en la que se pide a todo aquel que entre que apague su teléfono móvil o al menos lo silencie. Con el boom de esta tecnología también han llegado numerosas interrupciones en misa con tonos y melodías de lo más diversas.
Pero, ¿qué pasa si el sacerdote el que tiene un dispositivo para celebrar misa? Estas normas no se las puede aplicar a sí mismo el sacerdote chino-canadiense Francis Ching, pues cada vez que este hombre de 45 años está en el altar necesita su Ipad o su teléfono porque es ciego.
Acompañado en misa por su Ipad o su Iphone
Cada vez que celebra misa conecta un auricular a su dispositivo y una aplicación le va leyendo las oraciones de la Eucaristía o el Evangelio. Lo lleva haciendo desde 2009 y se ha convertido para él y su feligresía como algo normal.
“Básicamente uso mi tableta o mi teléfono, ya que todos los textos de la misa están disponibles en línea. Así que sólo lo escucho y lo repito”, asegura el padre Ching a Catholic Leader.
Con un auricular, como el que lleva en la imagen, este sacerdote va repitiendo las oraciones eucarísticas
Una fuente de anécdotas
Sin embargo, como esta tecnología no es perfecta le ha dado más de un disgusto y ha generado un buen número de anécdotas. Por ello, antes de cada misa explica a los feligreses que están allí que si dice algo que está mal no es culpa suya sino de su tableta. Algo así como: "Queridos hermanos, si digo cosas raras en la misa, disculpad, la culpa es de mi iPhone".
Este religioso nació en 1972 en Hong Kong y muy probablemente con glaucoma. Su familia se percató de sus problemas de visión cuando siendo muy niño acudió a una revisión. El oftalmólogo les dijo que el pequeño Francis debía ser operado de los dos ojos pero fue puesto en una lista de espera y tardaron tres años en realizarle la intervención. Las consecuencias de este tiempo fueron nefastas para él.
Fue perdiendo la visión de manera paulatina
Tras la operación tuvo todo tipo de problemas y acabó perdiendo la visión completa del ojo derecho mientras que el izquierdo también le presentaba numerosos problemas. Fue en este contexto como toda la familia se trasladó a Canadá en 1986.
“Me volví completamente dependiente de mi ojo izquierdo y durante un tiempo podía estudiar, leer e incluso jugar al fútbol”, recuerda el padre Francis. Con este déficit pero todavía con visión ingresó en el seminario en 1999 tras una “experiencia de conversión” que vivió tras alejarse de la Iglesia en la universidad.
Quedó ciego ya como sacerdote
Sin embargo, su llegada al seminario coincidió con un empeoramiento de la visión de su ojo izquierdo. Aunque veía algo, ya tenía que utilizar un bastón para guiarse. Y en 2009, cuando ya llevaba cuatro años como presbítero perdió completamente su visión. Era ciego.
A pesar de ser una situación complicada, este sacerdote asegura que “una de las lecciones que aprendí es que no podía hacer nada para cambiar esta situación”. Había simplemente que aceptarla, vivir con ella y desarrollar su labor como sacerdote sabiendo de sus limitaciones. Esta sensación le dio paz.
Una nueva misión sacerdotal
“Cuando me di cuenta de que ya no podía ni leer y los problemas que había en esto, mi director espiritual vino y me dijo que esta sería mi vida diaria, que no esperara que volviera, y que todavía había mucho que podía hacer”, cuenta este sacerdote.
Y así ha sido. Su discapacidad le ha proporcionado que pueda dedicarse casi exclusivamente a la evangelización. Muy centrado en la comunidad china que reside y llega a Canadá, ofrece retiros, misiones parroquiales y talleres. Además, es director espiritual de una comunidad china del este del país.
Pero además, su labor de evangelización trasciende a Canadá y también visita a católicos chinos en Australia. La ceguera no ha sido un impedimento. Y lo hace llevando a María, de la que asegura que fue clave para que volviera a la Iglesia.
La gracia de aceptar la discapacidad
Consciente de que no es un superhéroe una de las cosas que más le ha costado aceptar es no encontrar fácilmente las cosas que se le caen al suelo. “No puedo hacer lo que no puedo hacer”, asegura este sacerdote, que considera que esta afirmación, “en realidad es esencial para nuestra espiritualidad”.
A su juicio, “muchas personas viven estancadas en su dolor, en sus heridas del pasado, también con la gente que les rodea y dedican toda su energía y tiempo as eso”. Eso podría haberle pasado a él con su ceguera pero decidió aceptar su vida y dirigirse al frente para aprovechar el tiempo y dedicar las energías en las cosas que sí se pueden hacer.
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