Charlando en la orilla, recordamos -el porqué salta a la vista- los tiempos en que El Puerto fue Costa Casta. Coincidieron -¿por casualidad?- con los de su mayor prestigio y predicamento. Transitaba la Transición y sosteníamos entonces un exhibicionismo del pudor exacerbado por la cercanía inquietante de El Cangrejo Rojo y sus francesas revolucionarias. El nuestro fue un candor combativo, que nuestras madres jaleaban.
Ha sido otra batalla perdida. O casi, porque tantas chicas en top-less no hay en la playa, aunque haberlas haylas. Se me ocurrió, por eso, un artículo titulado "Yo no sabía que el top-less era esto". Consistiría en comentar que, tras tanto posicionamiento a favor de las playas familiares, cuando al fin el top-less se ha impuesto, comprobamos que tampoco era tal peligro para la moral y las buenas costumbres, habida cuenta de lo que hay -no hay- que ver… Las figuras más estilizadas y tentadoras siguen siendo, de largo, las que van en bikini o, incluso más, en traje de baño.
Como, tras la idea, he tenido una buena excusa para fijarme mejor, el artículo no lo haré. Cierto que, en un porcentaje elevadísimo, la tesis es correcta; pero existen excepciones. Y nunca hay que dejar que una estadística nos estropee una excepción.
Además, sería un desagradecido. Hace dos veranos mi mujer estaba trabajando y yo había ido solo a la playa con mi hijo pequeño y un libro. Se perdió (el niño). Yo daba vueltas sobre mí mismo, desesperándome. Una chica muy agradable que estaba cerca (y en top-less) me dijo que se había fijado en él, ¡tan mono!, y que lo había visto irse hacia las rocas, y que, venga, que me acompañaba a buscarlo. ¡Qué buena era! Con las prisas no se puso la camiseta. Se trataba, además, de una de esas excepciones excepcionales que digo y nos fuimos andando los dos toda la playa hasta las rocas, muy rápido, y volvímos ya con el niño de la mano los tres la mar de sonrientes. El paseo no pasó desapercibido.
No puedo, por tanto, quitarle atractivo al , aunque me amparen la estadística y mis ganas de epatar con un artículo mundano. Nuestras madres tenían razón y Costa Casta fue el poblado épico de Astérix. Ahora, apenas nos queda mirar para otro lado y dar a los niños, tan interesados, unas explicaciones alambicadas fingiendo naturalidad. La batalla (perdida) de las playas familiares hay que seguir dándola, también como homenaje (carca) al top-less.
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