Aunque usted no sea muy de series, ya habrá oído a hablar de El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), la serie revelación del año, que versiona la novela de Margaret Atwood. Como en esta columna no se hace crítica de cine o televisión, no hablaré de la belleza wermeeriana de la fotografía ni de la estremecedora actuación de Elizabeth Moss.
Y como soy partidario del trabajo en equipo y se ha escrito mucho de ello, tampoco insistiré en la reflexión al rojo vivo que provoca la serie sobre un tema de máxima actualidad: la gestación subrogada. La novela parece escrita ex profeso para denunciar hipocresías y doble moral. Como fue publicada en 1984 (¡precisamente!), hay que descartar un propósito propagandístico, pero no su dimensión profética. Para atreverse a hablar hoy de las bondades de los vientres de alquiler, habría que haber visto esas escenas de la serie en que se cantan las alabanzas del sistema ideado en la República de Gilead para luchar contra la esterilidad y lo que, en realidad, pasa por debajo (y dentro de las mujeres utilizadas).
Me concentraré, pues, en un asunto tangencial, pero que entra de lleno en "mi ámbito competencial", como se dice. Los malos de la serie invocan sin pausa la Biblia y en varias reseñas los describen como "cristianos". Ni por asomo. La serie no cede un centímetro de terreno a los tópicos. Por ejemplo, con cuánta crudeza describe la prostitución, cuando tiene que hacerlo, sin reírle la gracieta en plan Pretty Woman. En tres momentos al menos, deja claro que los cristianos están contra la república de Gilead. Entre los ahorcados, aparece un sacerdote. En la resistencia, hay una monja. Y se nos cuenta que no han dejado piedra sobre piedra de la vieja catedral.
Tampoco permite que Dios -cuyo nombre los poderosos toman tan en vano- cargue con el mochuelo de la culpa. La protagonista reza sinceramente en los momentos más dramáticos y, frente a su peor soledad, musita: "There's always someone, even when there's no one". ¿Alguien que está incluso cuando no hay nadie? Alguien (de nuevo) que debe de escuchar su historia, puesto que la cuenta: "If this is a story I'm telling, I must be telling it to someone". La serie tiene el valor, entre muchas otras valentías, de no traicionar la verdad y de no renunciar a la rendija de la trascendencia. No da facilidades al público, pero, en justa reciprocidad, tampoco se hace trampas a sí misma.
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