Llevo tan solo dos días que no
veo tus amaneceres, que no contemplo extasiado como el sol se resguarda siempre
a la misma hora tras el Caíllo, como el tiempo pasa según pasa, como el saludo
y la conversación entre los vecinos surgen como la cosa más normal del mundo,
como la cima de las montañas aparecen ante mí más o menos lejanas como una
particular línea de horizonte...
Sí, llevo tan solo 48 horas
fuera de Villaluenga del Rosario y mi corazón no está triste sino entristecido.
Necesito respirar aire puro,
ver el cielo tan cerca estando tan lejos, recrearme en cada casa, calle,
recoveco de este bendito pueblo así como sentir el cariño que sabe dar el
payoyo a quienes quieren de verdad.
Y escuchar pintar ese lienzo a
mi querido Antonio Benítez en la “buhardilla del arte” mientras la chiquillería
juega y nada en la cercana piscina o los abuelos toman el fresquito sentados en
los bancos de la Alameda o debajo de la sombra en uno cercano a los Arbolitos.
Hace ya mucho tiempo unos conocidos
me dijeron que ellos venían para “disfrutar” de Villaluenga y no para “vivir”
que es igual que integrarse en este precioso rincón.
Los escuché con atención, con
respeto, aunque ni los comprendí entonces ni los comprendo ahora aunque ya hace
mucho que no los veo sea la verdad dicha.
Y no los comprendo porque
simplemente no puedo llegar a entender estos planteamientos. Reconozco que yo
para disfrutar al cien por cien tengo que integrarme, penetrar en los surcos
del conocimiento, de lo afectivo, de la historia, de la cultura, de las
tradiciones, de las devociones, en definitiva lo que son las raíces del lugar.
¿Porque de qué me sirve el
pasar horas mirando la montaña y no saludar a mi vecino, no preocuparme si está
bien o no, si los niños han venido del colegio o están trabajando fuera?
Soy de esos, a esta altura ya
no me van a cambiar, de los que me gusta integrarme con el único fin de poder
servir a mis semejantes en lo que buenamente pueda y hacerlo desde la gratuidad
que es el mejor servicio que se puede prestar.
Sólo os diré en esta carta
abierta llena de emociones y sentimientos hacia un lugar único en el mundo como
es Villaluenga del Rosario que cuando estuve en Madrid el pasado mes de junio,
en aquella revisión apresurada, con las molestias, los dolores y la
preocupación que son propias, todo este bendito pueblo desde el primero hasta
el último se interesaron por mi estado de salud. Sé que muchas oraciones se
pusieron a los pies de la Bendita Virgen del Rosario, sé que a muchos no se les
caía de su cabeza nuestros nombres. Mensajes, llamadas, recuerdos muchos y más.
Aún me acuerdo del mensaje
cuando volvía para Cádiz después de unos angustiosos días en Madrid de nuestro
alcalde, Alfonso Carlos Moscoso: ¡Me alegro que ya te vengas. En Villaluenga te
estamos esperando!
Así infinidad de vecinos que
nos hacían llegar su calor y cariño o como una querida vecina que cuando ya por
fin llegué a Villaluenga me mandó un mensaje diciéndome “Aunque no te
encuentres todavía bien, ya te tenemos con nosotros”.
Eso es sentir un familiar
abrazo que recorre todo el pueblo. Por eso yo no concibo disfrutar de las cosas
de este lugar tan precioso sin involucrarme con el día a día de los vecinos, de
la gente de Villaluenga a la que quiero de corazón.
Y será por eso que cuando
estoy en Villaluenga me encuentro y soy tan Feliz porque entre el paraje
natural que es en sí inmenso, el pueblo que es exquisito, la gente que son ya en parte
mi gente, hace que me sienta en casa con solo poner el pie en el suelo. Y será
por eso que cada día que pasa lejos de allí me encuentro algo perdido no tan
triste, porque no es mi carácter, como entristecido y contando mentalmente las
horas que faltan para que vuelva a recorrer la manga que a modo de pasillo me
lleva a Villaluenga que para mí siempre será una casita en medio de la montaña.
Hoy, por ser hoy, quiero dejar
aquí por escrito las primeras palabras del pregón de las Fiestas de ese año
2015 que siempre llevaré en el corazón pues supuso el poner por escrito y
después poderlo declamar en voz alta cuando amor alberga mi corazón por
Villaluenga y que ha aumentado por mil según avanza el tiempo.
“Es Villaluenga una casita en medio de
la montaña, donde no falta de nada, donde el techo es el cielo que se abre a
nuestras miradas. Es Villaluenga una casita blanca inmaculada al igual que las
esponjosas nubes que adornan la mañana. Es Villaluenga una casita con preciosas
vistas en sus ventanas donde se divisa la sierra, los campos, la sima o ese
impresionante Caíllo que impone cuando perdemos la mirada en esa mole rocosa
que a nuestro pueblo cada día, cada noche, parece que acunara. Es Villaluenga
una casita preciosa, iluminada, donde sus habitantes son gentes sencillas,
hospitalarias, de las de puertas abiertas, abiertas las ventanas, abiertos los
brazos a los que vienen a visitarla, abiertos los corazones para los que aman
tan bella casa, la cercana al cielo, la prendida en la montaña, la que tiene un
gran pasillo que recorre toda la Manga, la que llega al Saltillo, al puerto de
las viñas, a la casa de los navazos, a la sierra firme y clara, a la casa de
Currín, a las Merinas, al puerto del correo, al camino del agua, al Llano del
Republicano, a los Sotos, a las Minas, contrabandistas sin trabuco ni espadas,
a los Arenales o San Antonio y donde se pierde la sierra más alta, al
Sinmancón, los Navazos, al Reloj y por la glorieta caminara, llegando al puerto
“Pedro Ruiz”, en las Covezuelas descansara o a la finca “Mata Ruiz”, la de las
encinas registradas de generación en generación que por un día son de familias
sus casas. Sí, es Villaluenga del Rosario una casita en medio de la montaña”.
Hoy he querido cerrar los ojos
para ver más nítidos tantos recuerdos impregnados de cariño y que llevan nombre
y apellidos: Villaluenga del Rosario.
Jesús Rodríguez Arias
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