sábado, 3 de junio de 2017

LA MESA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz
Una de las grandes aficiones de mi mujer es mover muebles. "No. Es la decoración", me corrige ella, y "Vale, ok, d'accord", respondo con el inmortal verso conyugal de Abel Feu, pero una decoración especializada en cambiar de sitio muebles pesados: sillones orejeros, mesas, armarios y cómodas. Cómoda no es la afición ni tiene fin. Cuando en las combinaciones se agotan los muebles de nuestra casa, entran en juego los de mi suegra y, luego, los de sus hermanas y sus hijas. De modo que el deporte consta de un campeonato casero, de una copa de Rey y hasta de una Champion League. Y si hablo de deporte, no es porque el Real Madrid juegue hoy, sino porque yo sudo y cargo como un mulo.
No protesto. La casa está cada vez más bonita y mejor distribuida. Ahora, una tía de Leonor nos ha dejado para mi despacho una mesa preciosa que fue de su padre, el abuelo de Leonor, el doctor José Villar. En ella pasaba consulta. Sobre ella escribiré mis artículos.
Hay un poema de José Antonio Bablé en que habla de su extrañeza ante los antepasados de la familia de su mujer, desconocidos que le cohiben desde las fotografías. Cuando Bablé tiene su hija, sin embargo, esos extraños se vuelven sangre de su sangre en su hija, donde están inextricablemente unidos los parientes políticos y los propios, de pronto consanguíneos todos. Retrospectivamente, han dejado de ser otros para siempre.
Pasa, sobre todo, con los que no conocimos. Como yo con Pepe Villar, del que sólo tengo noticias en el recuerdo de mi mujer y en el de mi suegra y sus hermanas y sus maridos. Y también de quienes fueron sus pacientes y aún glosan a la mínima oportunidad su profesionalidad impecable, su atención atenta, su preocupación despreocupadora, su ojo clínico… Como escribiré sobre la mesa en la que desplegó todo eso y curó y consoló a tantos y tantos pacientes, yo quisiera estar a la altura del mueble. No defraudar a la mesa.
Que impone. Espero que su madera, igual que las botas de roble americano dan sabor al vino que en ellas se cría, sepa donar sabores y saberes a mi prosa. No me será extraña una dimensión medicinal. Siempre he sido muy partidario de la logoterapia de Antifonte de Atenas y de Viktor Frankl y he pensado que mis padres farmacéuticos me habían dejado la vocación de dispensar con mis palabras unas píldoras de alivio o, incluso, de remedio. Ahora, desde la mesa de Pepe Villar, ha de resultarme más fácil.

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